Por Ignacio T. Granados Herrera
En primer lugar Bernie Sanders es un
populista, desde el momento en que su propuesta política se dirige mayormente a
las clases populares; la cuestión sería entonces si en ese sentido es un loco o
no, y a qué exactamente se referiría su locura. En ese sentido precisamente,
Sanders reproduce un poco la misma tensión crítica que hay entre el populismo
tradicional latino americano y el establishment; la diferencia radicaría en que
no es demagógico, aunque tampoco puede decirse que el populismo latino americano
sea demagógico por principio; sino que más bien la demagogia sería un carácter
desarrollado poco a poco, no más los políticos enfrentan su pobre humanidad con
la posibilidad de realizar sus pretensiones absurdas de heroísmo. Hay muchas
otras similitudes entre la dinámica de los desarrollos políticos entre Estados
Unidos y América Latina; una de ellas, probablemente la más escandalosa, sea el
carácter dinástico y de patrimonio familiar que adquieren los cargos electivos.
No hay que ser un genio para identificar el triunfo pasado de Cristina Kirchner
con las pretensiones de Hillary Clinton, ni con la también argentina Evita;
tampoco para reconocer cuántas ex primeras damas latinoamericanas no
pretendieron la presidencia de sus países.
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Sin embargo, lo que diferencia a estas
dinámicas a un lado y otro del río bravo es el contexto de sus respectivas culturas
políticas; que llega incluso a invertir la función de las instituciones
tradicionales, con un Congreso siempre en oposición a la figura presidencial;
pero donde esa figura presidencial, en Latinoamérica tiende al absolutismo
oligárquico, mientras que en Estados Unidos es a la inversa, con un Congreso
abiertamente comprado por las oligarquías. Es en ese sentido entonces que
Bernie Sanders es un populista loco, pero por ir contra los valores
establecidos en una voluntad de cambiar el sistema; que es también lo propio de
la tradición presidencial latinoamericana, sólo que en sentido inverso, por el
efecto de la demagogia. Lo interesante aquí es que la pretensión presidencial
de Sanders se da desde su experiencia en el Congreso, que es bastante larga y
singular; haciendo de su identidad socialista una marca equívoca, siendo que él
viene de ambientes rurales tradicionalistas, a los que ha logrado representar
por mucho tiempo, siempre con la misma agenda.
Más curioso es el hecho de su independencia
ideológica, ya que Sanders sólo se alineo a los demócratas para la carrera
presidencial; y aun así sigue identificándose como independiente, en un
contraste que es bien visible, a pesar incluso de su historial de voto en
conjunto con el partido demócrata. Esto puede verse como la misma dinámica de
radicalización política, que dentro del partido demócrata da lugar a unja
figura como Elizabeth Warren; una senadora a la que siempre se ve en conjunto
con Sanders, por su misma calidad de llanero solitario, hasta el punto de
proponerla a la vicepresidencia de Sanders. En principio incluso las
preferencias eran por Warren, que ya formaba parte del partido, ante la poca
popularidad de Sander por su identidad socialista; a lo que Warren respondió
siempre negándose, supuesta y probablemente para defender una posición clave en
un congreso oposicionista a todo liberalismo.
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La locura de Sander en todo caso es
metafórica, como su socialismo es sólo referencial y poco conectado con la
tradición leninista; y esta diferencia que ni siquiera es tan sutil, es la que
se ignora al momento de asustar a la gente con el fantasma del socialismo. Se
olvida que hasta el fin de la guerra fría, Francia fue gobernada por la fórmula
del socialismo democrático; y no sólo fue un país próspero y tradicionalmente
capitalista, sino que incluso mantuvo la misma postura neo colonial de todos
los países capitalistas desarrollados. También, en una paradoja no menor, la
coalición que derrotó a Pinochet en Chile era mayormente socialista; llegando a
la anécdota de que en algún momento la tercera posición del país estuvo en
manos de un comunista, que asumió el poder durante un fin de semana en que el
ejecutivo estaba de viaje. Una victoria de Sanders además sería de todo menos
un esquema claro de lo que pasaría en el juego político del país; ya que
Sanders no podría gobernar en solitario, con las corta pisas
además de la corte suprema, abiertamente aliada al congreso, no importa si
tiene a la Warren en la vice presidencia o jugando al llanero justiciero en el
senado. Lo que sí significaría una victoria de Sanders de modo efectivo es un
cambio de paradigma, que reponga el equilibrio perdido con el fin de la guerra
fría; no por el supuesto regreso de un multa lateralismo, que ya todo el mundo
sabe que la economía tiene un solo lado, y que este es el del capitalismo; sólo
que el del capitalismo industrial, que es la visión que aporta el ruralismo de
la práctica congresional de Sanders, y no el corporativista, de Hillary Clinton
y los republicanos.
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De ese modo, la
izquierda progresista recuperaría su valor y legitimidad como referente
ideológico, que es el equilibrio que se perdió con la elección del triunvirato
de Thatcher-Reagan-Wojtyla; y que ya está en este camino de recuperación con el
nuevo eje Francisco-Cameron-…Sanders?, en cuyo background se encuentra siempre
el ejecutivo de Francia. Esto es lo único que puede contraer el desarrollo del
sistema capitalista a ese estadio industrialista, en que el individuo era lo
que tenía valor tanto económico como político; porque paradójicamente, el
corporativismo es la corrupción que acerca al capitalismo a la ineficiencia
socialista, por la degradación del mercado con el secuestro del público
consumidor. Eso es lo que puede verse con el deterioro progresivo de la
economía norteamericana, a medida que se adelgaza la franja de la clase media;
reflejado en una burocratización cada vez mayor de toda la estructura
económica, que relega al individuo a la impotencia total ante la mala calidad
de los servicios y su empobrecimiento progresivo.
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En concreto y
resumen, las políticas de Sanders deben significar un efecto inmediato de
contracción económica; pero dado mayormente por la rebeldía de un congreso
cerrado por la radicalización ideológica del debate político, como última línea
defensiva de la corrupción corporativista. Al mediano plazo de un segundo
mandato suyo —o una postulación de Warren—, debe significar una distensión de
estas contradicciones; con una recuperación bien que gradual de la clase media,
no tan ostensiva como para garantizar su estabilidad, pero sí lo suficiente como
para hacer el futuro posible; que sólo es posible en los lindes del capitalismo
real y nunca del falso capitalismo —o capitalismo utópico— en que las
corporaciones se impongan ya abiertamente como el estado real sobre el estado.
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