Saturday, January 26, 2019

Revivalismo político o la revolución como nuevo estado religioso.


Algo que debió sonar las alarmas fue cuando el liberalismo se le empezó a calificar de burgués, que es un calificativo moral; porque eso significaba, por lo menos, que toda idea de progreso quedaba en el umbral de la sospecha. No es gratuito que ese desprecio proviniera de la vanguardia revolucionaria que marcó las contradicciones del siglo XX; pero sí es sorprendente la incapacidad del liberalismo para distanciarse de este juicio, accediendo a su propio secuestro por el elitismo político. El problema surge con la primera revolución moderna, que funcionaría como arquetipo para todas las otras; con aquella crisis política del absolutismo monárquico en la Francia del siglo XVIII, que marcó la apoteosis de la Modernidad.
Se pueden establecer los paralelos entre aquella revolución y el fracaso de Akenatón en Egipto, o la reticencia de Saul en reyes-I; se ha preferido en cambio asumir al faraón como revolucionario, y al profeta como héroe popular. Las reformas impuestos por Akenatón respondían a una evolución clásica del politeísmo, hacia el henoteísmo; como la primera contradicción, en que el progreso trata de sobreponerse a las convenciones políticas y económicas que lo dificultan. La violencia por demás provino de la reacción de dichas convenciones, en la forma de las élites políticas afectadas; que curiosa pero no gratuitamente eran también las sacerdotales, como la misma clase que va a alimentar la reticencia de Saul.
Se trata en todo caso de una lucha por intereses de clase, en la que el símbolo real se rebela de su función sancionadora del orden establecido; por la que el progreso quedaba detenido en ese orden ya establecido, como garantía de estabilidad para la sociedad. Esa era la función del rey, cuya legitimidad por tanto dependía de la práctica religiosa, que lo ungía en esa función política; y al rebelarse, asumiendo la potestad de la subestructura religiosa, no pone el orden en peligro pero sí la función de esta. De ahí la reacción de esta, como la de todo ente vivo, que va a adaptarse en esta lucha por sobrevivir; asumiendo las formas últimas de la voluntad popular, que bajo la guía del profeta en funciones, va a interpretar la voluntad de Dios.
La lucha contra Akenatón fue una lucha funcional, contra la corrupción de los pactos fundacionales de la sociedad; que provenientes de la práctica religiosa, se mantenían en la tutela y vigilancia de dicha élite, como custodia de estos. De ahí la grave contradicción del surgimiento del poder político en Israel, con la exigencia de un rey, como cuestionamiento básico de esta tutela; en una contradicción que en tanto funcional va a mantenerse a todo lo largo del desarrollo político de la sociedad, según las partes en conflicto se adaptan al momento. No hay que olvidar que aunque el conflicto sea dialéctico y el fenómeno sea universal, ocurre de modo muy puntual siempre; dándose por tanto en una circunstancia muy distinta cada vez, en la que va ocurriendo el desarrollo histórico de la Sociedad.
Es ahí donde, a medida que este desarrollo se impone progresivamente, la reacción al mismo será proporcionalmente más virulenta; con el agravante además de que, eventualmente, las élites económicas distorsionan esta contradicción original, corrompiendo efectivamente el proceso por entero. Un casi singular es el de la reacción populista, y en ello seudorreligiosa, al corporativismo postmoderno; que como reacción no deja de ser una contradicción conservadora y en ello convencional, pero a un hecho efectivo de corrupción social. Es cuando esta reacción se impone, en el hecho revolucionario, que el estado vuelve a aquella función primera de la subestructura religiosa; en una usurpación de funciones, que resalta en la fuerte determinación moral y trascendentalista de sus postulados.
En general, el conflicto es cambiante y complejo, a medida en que las partes en conflicto se mimetizan y redeterminan entre sí; pero más allá de ellos, la realidad mantiene su propia consistencia, en la claridad y racionalidad de los postulados en que se sostiene. Podría decirse que hasta por principios, cuando el conflicto político deviene en primeramente moral ya ha perdido su propia perspectiva; que es la de la relación de sus diversos entes por intereses propios, que es así como devienen politicos.
La corrupción ocurre cuando dichos intereses se postulan como principios morales, o se esconden detrás de la retórica moral; que es lo que hace a las revoluciones, corruptas o no, nuevas realizaciones del estado religioso original.  Eso explica la naturaleza revivalista y trascendentalista del fenómeno político revolucionario, y su índole intrínsecamente populista; también el carácter épico de su narrativa, como una interpretación de la historia en función de esta determinación trascendente que asume como su fundamento.

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