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En un diálogo a tres bandas, originado en un
post del maestro Martí Brenes, ha salido a relucir la pertinencia de un término
como filosofía cubana; que es obviamente excesivo, como todo lo cubano y latinoamericano
en general, en esa pretensión de madurez y universalidad. La cuestión no
estaría en si el nivel de nuestro pensamiento es filosófico, pues obviamente puede
serlo en las mismas contadas excepciones que en el resto del mundo; sino que la
cuestión radica en la singularidad histórica de nuestra cultura, que alcanza su
madurez en el momento en que ya han culminado las grandes sistemizaciones
filosóficas.
Al respecto, citaba el caso de Varela, que es
un gran filósofo, pero en el sentido magisterial y no creativo del término; una
peculiaridad que encontré en el resto de Latinoamérica, donde la necesidad de
una filosofía local es más común que el realismo mágico. En ese mismo sentido entonces
está el caso del Padre Errázuriz, del que se afirma que creó una filosofía
latinoamericana; hecho dudoso desde apellido tan llamativo, que liego aclara
que se trataba de un cura español, dado a una aplicación excelente de la
Casuística; que siendo jesuita como él no sólo no era latinoamericana, sino que
se limitaba a una sintetización del realismo aristotélico tomista.
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Es decir, se trata siempre de una aplicación
local de un sistema ya dado en su propia excelencia como de alcance universal;
pero nada con una consistencia tan propia en su singularidad que dé pie a un
nuevo perfil, ni siquiera como el fallido Neorrealismo de Jack Maritain o el
falso realismo del Materialismo dizque histórico. Incluso casos de absoluta
excelencia, como el de Fernando Ortiz, consiguen este alcance filosófico por
esa comprensión; que les permite, con relativa originalidad, organizar las
determinaciones económico-políticas de un fenómeno dado, como la cultura cubana
en este caso.
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No obstante, ni siquiera en ese ejemplo se
llega al nivel de sistematización filosófica, aunque el valor resida en los
alcances; como también en José Carlos Mariátegui, que se limita a una
aplicación del determinismo marxista a la realidad peruana, sin conseguir otra
cosa que un revivalismo fanático-religioso como el de Sendero Luminoso. Es decir,
exaltaciones idealistas, basadas en el suprematismo moral, que es de todo menos
filosófico; y no porque esta región sea demasiado basta para la filosofía, sino
porque es precisamente esa bastedad la que ha de servir de base para una
reconstrucción crítica del fenómeno filosófico.
Es en ello en lo que reside el valor
fundacional de trabajos como la sociología de Ortiz y la estética de Lezama
Lima; que junto a despropósitos contractivos como el de Mariátegui y poéticas
como la de Paz (aristotélico-platónica), sirven de base para esta construcción.
Se trata entonces y en todo caso de nuestra historia como el Peripatos, que
discurre en nuestras vidas como aquel por la acrópolis de Atenas; culminando en
los jardines Licios, como el fin de ese periplo con el que Occidente regurgita
al mundo en su valor exponencial.
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