Saturday, August 12, 2017

Sin título posible

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Un concierto con el absurdo precio de a $900.00 la entrada ha sacado a la luz una ciudad desconocida y fea; de pronto la plácida belleza de Miami no está en su crecimiento cosmopolita, que será cruento pero también obscenamente hermoso. Invadida por lo que se ha dado en llamar Cubatón, por la mezcla burda (que no fusion) de reggaetón y timba cubana, la escena cultural de Miami replica la de la Habana; lo que no es nuevo pero sí sorprendente, por los niveles de simplismo y vulgaridad de esa llamada cultura urbana. Lejos están los días en que el problema era boicotear o no una invasión musical, apuntada a la desmoralización del exilio; con la tropa de artistas oficiales que se daban el lujo de reclamar como propia la escena que antes habían vilipendiado.

Parece que la reacción popular fue contundente, porque la Habana ha replicado con una ola de lo peor que ha destilado en sus mil años de sinsentido; con ese florecimiento, que lo peor que tiene es el nivel de aceptación popular, y la inmunidad de su apoliticismo —como se pedía—. El fenómeno de la cultura urbana y su vulgaridad parece ser universal, y se registra hasta en las más rancias capitales europeas; lo extraño entonces es que este florecimiento no sea de origen local, ni de orígenes más probables, como haitiano o nicaragüense. Quizás esa cultura urbana de esos países existe, medrando en los aledaños a los que pertenece, sin alcanzar los candeleros; en definitiva, Estados Unidos tiene ya su propia tradición en ese sentido, que hasta puede decirse canónica y de valor antropológico cierto. 
El exhibicionismo y la prepotencia marginal de estos tiene otra pinta, la de un crecimiento acelerado y artificial; que encaja con las más descabelladas teorías conspiranóicas, de la retorcida relación entre Cuba y los Estados Unidos. En definitiva, lo que nadie puede negar es la impunidad del régimen de la Habana, en un territorio que virtualmente reclama como suyo; y al que no sólo no renuncia, sino que además lo humilla de continuo, en un esfuerzo que ya ronda lo enfermizo por lo continuo y consistente. Sin embargo, no se trata de llorar sobre mojado, sino de poner perspectiva, porque por haber va a haber que vivirlo; y más vale ir comprendiendo lo intrincado de ese bosque, que sin dudas esconde un lobo, y no se trata precisamente del hombre nuevo. 
En realidad, las teorías de la conspiración han tardado en relacionar los acuerdos cubano-norteamericanos, con la traición anterior de Bahía de Cochinos; y por consiguiente al tiempo entre ambos, en que toda posibilidad de contra revolución efectiva se corrompía con el dinero de la USAID. De esa práctica, de dividir a la contra, exilio en general y la disidencia en feudos es que viene este vacío; porque lo único que ha hecho la ofensiva cubana ha sido extenderse, sobre el vacío de una expresión perdida en la banalidad y el protagonismo de sus caciques. Nadie renuncia al dinero gubernamental ni las donaciones, sino que se aprieta más el lazo en el cuello de la expresión individual; hasta el punto de pretender dictarle a los independientes que curso tomar y en qué creer, como si se tratara de otra asociación de escritores a la inversa. 
Así es que se determina quién y cómo aparece en antologías de instituciones ficticias pero operativas; y también se expanden en una tradición de tertulias dedicadas a darse jabón, destacándose la excelencia inútil mutuamente. El resultado es esta ausencia de una cultura sólida, que hubiera inmunizado a la ciudad ante la barbarie ajena, aunque fuera con la propia; porque no hay dudas de que el urbanismo local no sería más sofisticado, pero al menos no tendría ese empuje con que los cubatoneros nos han arrollado. Mientras tanto, dos de las cabezas más brillantes de la ciudad, discuten si son galgos o son podencos respecto al desastre venezolano; como mismo, uno de los institutos más serios del exilio cubano, una vez se entretuvo un debate sobre la sucesión en Cuba, con serios académicos impersonando a oficiales cubanos. 
Fue la estupidez de una iglesia obsesionada con la seria cuestión de cuantos ángeles caben en la punta de un alfiler, lo que debilitó su poderoso alcance; ante un humanismo que de otro modo podría haber sobrepuesto al capitalismo inglés al humanismo francés, que es este mismo padre sordo e impotente ante las groserías de su hijo.

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