Allá por los años noventa, Eliseo Diego asombró
a los católicos cubanos con una carta de apoyo al gobierno; nadie se
detuvo a pensar en aquella sorpresiva publicación de un católico confeso y
practicante en la prensa oficial. Hoy día, después de Informe contra mí mismo,
esa carta yace en el olvido, sin reparar la ofensa; que en realidad nadie sabe
si es ofensa, ni si alguien tiene derecho a ofenderse con un gesto ajeno y
difícilmente libre. Nunca sabremos si aquello no era el pago de un chantaje
mezquino, por el simple bienestar de su hijo Lichi; como no sabemos ahora qué
puede haber provocado la no menos sorpresiva publicación del actor Luis Alberto
García, todo un icono generacional.
No es que a los actores no se les suba la mostaza
ideológica, como lo prueba la estupidez continuada del elitismo en Hollywood;
sino que tratándose de Cuba todos deberíamos recordar lo que vivimos, y dejar
un margen de dudas, por lo que no sabemos. Igual nunca sabremos qué determina
esos actos, que no por gusto —y esto debería llamar la atención— son
sorpresivos; igual tampoco está claro que tengamos que saberlo, por muy figuras
públicas que sean, porque son también humanos y débiles (chantajeables) en
ello.
Como Luis A. García ahora, hay otros que sencillamente canalizan nuestras
frustraciones en reacciones primitivas; desde el antes querido Elian González, a
quien sencillamente no pudimos librar de su destino, cualquiera que fuera la
razón; y hasta la Nancy Morejón que firmó una carta deleznable, junto a figuras
de presente horroroso. La sabiduría de Sócrates estuvo en la
conciencia de su ignorancia, que es lo que le evitaba eso tan humano que es errar;
y bien puede ser que mañana sepamos el espantoso chantaje al que respondieron
cada uno de ellos; o que simplemente lo comprendamos, ya que siempre lo
supimos, o que no lo haya habido nunca.
La prueba de todos los tiempos consiste
en ese reconocimiento difícil de nuestros límites, que es nuestra ignorancia;
lo que no está mal, con todo y el cliché de que el conocimiento es poder,
porque nunca seremos todo poderosos. Eso además es bueno, porque nos mantiene
en la zona de lo humano, que es lo que nos hace bellos y consistentes; que no
por gusto es la tríada por la que Platón podía tensar la realidad, sabiendo que
sólo lo verdadero es bueno, porque es bello.
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