Wednesday, November 23, 2016

La vaciedad del símbolo

La élite demócrata no acaba de asimilar el golpe de su derrota electoral, pero esa arrogancia es lo propio de su elitismo; más sorprendente es el fervor ideológico con que parte de su base popular le sigue el juego, y reacciona airada a los resultados. El conflicto es claramente ideológico y no factual, pues no se trata de no reconocer efectivamente el triunfo del candidato republicano; sino que se trata de hacer un discurso, dejando claro que no tiene un mandato real, ya que su victoria —por colegios y no por voto popular— es así circunstancial y reversible. Lo increíble en esta situación es que semejante candidato ganara la presidencia, demostrando que el problema está más bien en la debilidad del candidato opositor; que para colmo —además de haber ganado la nominación por el sistema de supe delegados y no voto popular— tenía el apoyo de la prensa, en combinación con las élites económicas y los imperios de internet.

La élite demócrata persiste en esa misma inconsistencia, arrebatada con el carisma de Michelle Obama; proponiendo que se postule para el próximo período, ignorando que su error fue haber puesto el énfasis en el candidato y no en la estrategia. Es tanta la euforia, que ni siquiera reparan en la obviedad de ese vicio, que distorsiona la eficacia del sistema democrático con la tradición de dinastías políticas; ancladas en la vaciedad de sus símbolos, que como blasones familiares identifican su liberalismo con los modelos autocráticos del feudalismo. Se entiende entonces esa distorsión ya estructural, por la que ese liberalismo es falso y en realidad funciona como una nueva derecha; explicando la alianza perversa del elitismo falsamente liberal con el modelo neo feudal del corporativismo económico; que siendo directamente contrario al individualismo que caracterizara a la sociedad moderna y su economía capitalista, es la base del colectivismo autoritario.

Nada más patético que ese simbolismo vacío vertiendo su ineficacia sobre las estructuras políticas, con su manipulación; desde el hecho concreto de un primer presidente negro impotente ante la brutalidad policial, y por tanto completamente inútil en ese sentido. Llegando al contraste con la flexibilidad del partido republicano contemporáneo, que es más explícitamente racista en su conservadurismo; pero sin embargo promovió a puestos de primer orden a negros —uno de ellos mujer— como Condolezza Rice y Collin Power, en base a su desempeño individual. Igual de retórico, el símbolo de Hillary Clinton como primera mujer presidente, sólo después de haber sido primera dama —como lo sería Michelle— y no por ascensión directa como la Rice; pero además, con la impedimenta de un matrimonio en el que ha soportado a un esposo soberanamente infiel y tan womanaizer como Trump —aunque más solapado—, como una tradicional esposa abusada.

Todo eso respondería a la tónica del humanismo moderno, en el que se funda el liberalismo norteamericano como cultura; que como ya se señaló en algún momento, no fue precisamente el del pragmatismo inglés sino el del racionalismo francés[1], con el que se identifican todas las revoluciones en que se implementó la postmodernidad. Sin embargo, tampoco será casual que como cultura, la postmodernidad sea el segmento en que decae la Modernidad, desde aquel pináculo de su apoteosis; igual que Augusto marcaría la lenta desintegración del imperio romano, que tardaría aún cinco complicados siglos en concretarse. Lo más importante del paralelo estaría en esa importancia en el despliegue simbólico, ya demasiado recurrente para no ser sospechoso; hasta el punto de brindar su identidad y hasta metodología funcional a cuanto sistema ha horrorizado al mundo, desde el zarismo ruso al nazi fascismo ítalo alemán... y el comunismo soviético.

De igual modo, los demócratas perpetúan esa tradición de ideología apoyada en un simbolismo doblemente perverso por lo vacío; desde que proyectó a Hillary Clinton como la primera mujer presidente, vencida por el primer negro presidente, para descansar ahora en esa esperanza de una primera mujer negra presidente. El problema con el falso liberalismo es que es retórico y en ello vacío, que es en lo que consiste ese simbolismo suyo; ya desde aquel gesto tan primero como patético, en que es justamente la Francia quien dona esa estatua de la libertad con bocadillo de telenovela mexicana. No deja de ser curioso que lo que se marque en ese gesto sea la independencia norteamericana de la corona inglesa, que culturalmente significaría la dejación del pragmatismo; hecho que como determinación cultural demoraría tres siglos para concretarse en esta hecatombe del elitismo demócrata en esas marismas de su elitismo.

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