La élite demócrata no acaba de
asimilar el golpe de su derrota electoral, pero esa arrogancia es lo propio de
su elitismo; más sorprendente es el fervor ideológico con que parte de su base
popular le sigue el juego, y reacciona airada a los resultados. El conflicto es
claramente ideológico y no factual, pues no se trata de no reconocer
efectivamente el triunfo del candidato republicano; sino que se trata de hacer
un discurso, dejando claro que no tiene un mandato real, ya que su victoria —por
colegios y no por voto popular— es así circunstancial y reversible. Lo
increíble en esta situación es que semejante candidato ganara la presidencia,
demostrando que el problema está más bien en la debilidad del candidato
opositor; que para colmo —además de haber ganado la nominación por el sistema
de supe delegados y no voto popular— tenía el apoyo de la prensa, en
combinación con las élites económicas y los imperios de internet.
La élite demócrata persiste en esa
misma inconsistencia, arrebatada con el carisma de Michelle Obama; proponiendo
que se postule para el próximo período, ignorando que su error fue haber puesto
el énfasis en el candidato y no en la estrategia. Es tanta la euforia, que ni
siquiera reparan en la obviedad de ese vicio, que distorsiona la eficacia del
sistema democrático con la tradición de dinastías políticas; ancladas en la
vaciedad de sus símbolos, que como blasones familiares identifican su
liberalismo con los modelos autocráticos del feudalismo. Se entiende entonces
esa distorsión ya estructural, por la que ese liberalismo es falso y en
realidad funciona como una nueva derecha; explicando la alianza perversa del
elitismo falsamente liberal con el modelo neo feudal del corporativismo
económico; que siendo directamente contrario al individualismo que
caracterizara a la sociedad moderna y su economía capitalista, es la base del
colectivismo autoritario.
Nada más patético que ese
simbolismo vacío vertiendo su ineficacia sobre las estructuras políticas, con
su manipulación; desde el hecho concreto de un primer presidente negro
impotente ante la brutalidad policial, y por tanto completamente inútil en ese
sentido. Llegando al contraste con la flexibilidad del partido republicano
contemporáneo, que es más explícitamente racista en su conservadurismo; pero
sin embargo promovió a puestos de primer orden a negros —uno de ellos mujer—
como Condolezza Rice y Collin Power, en base a su desempeño individual. Igual
de retórico, el símbolo de Hillary Clinton como primera mujer presidente, sólo
después de haber sido primera dama —como lo sería Michelle— y no por ascensión
directa como la Rice; pero además, con la impedimenta de un matrimonio en el
que ha soportado a un esposo soberanamente infiel y tan womanaizer como Trump —aunque
más solapado—, como una tradicional esposa abusada.
Todo eso respondería a la tónica
del humanismo moderno, en el que se funda el liberalismo norteamericano como
cultura; que como ya se señaló en algún momento, no fue precisamente el del pragmatismo
inglés sino el del racionalismo francés[1],
con el que se identifican todas las revoluciones en que se implementó la
postmodernidad. Sin embargo, tampoco será casual que como cultura, la
postmodernidad sea el segmento en que decae la Modernidad, desde aquel pináculo
de su apoteosis; igual que Augusto marcaría la lenta desintegración del imperio
romano, que tardaría aún cinco complicados siglos en concretarse. Lo más
importante del paralelo estaría en esa importancia en el despliegue simbólico, ya
demasiado recurrente para no ser sospechoso; hasta el punto de brindar su
identidad y hasta metodología funcional a cuanto sistema ha horrorizado al
mundo, desde el zarismo ruso al nazi fascismo ítalo alemán... y el comunismo
soviético.
De igual modo, los demócratas perpetúan
esa tradición de ideología apoyada en un simbolismo doblemente perverso por lo
vacío; desde que proyectó a Hillary Clinton como la primera mujer presidente,
vencida por el primer negro presidente, para descansar ahora en esa esperanza
de una primera mujer negra presidente. El problema con el falso liberalismo es
que es retórico y en ello vacío, que es en lo que consiste ese simbolismo suyo;
ya desde aquel gesto tan primero como patético, en que es justamente la Francia
quien dona esa estatua de la libertad con bocadillo de telenovela mexicana. No
deja de ser curioso que lo que se marque en ese gesto sea la independencia
norteamericana de la corona inglesa, que culturalmente significaría la dejación
del pragmatismo; hecho que como determinación cultural demoraría tres siglos
para concretarse en esta hecatombe del elitismo demócrata en esas marismas de
su elitismo.
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