Todo el mundo sabe que Harry Potter es una serie “B” con mucha suerte, porque es como un Tolkien reescrito por Paulo
Coelho; lo que no es sorprendente, porque es esta simplicidad que debe su
tremendo éxito, en este ocaso de la cultura popular en que decae la Modernidad.
Después de todo, también es cierto que el mismo Tolkien no era sino una
sintetización popular de la densa tradición de las sagas nórdicas; bien que con
un sentido no mercantilista, que le permitió reproducir la sutileza y
complejidad de dichas tradiciones en el epítome de la literatura fantástica. En
cualquier caso, incluso como un Tolkien pasado por el agua del populismo banal,
tenía cierta consistencia; que bastaba para justificar el alud de efectos
especiales con que el cine la hizo más vistosa, hasta el punto de disimular sus
lugares comunes.
Ese no es el caso de Fantastic beasts and where to find them, cuya
inconsistencia la hace casi ofensiva; hasta el punto de que, si Harry Potter
era una suerte de Tolkien reescrito por Coelho, esta es como el mismo Coelho,
pero contra Lovecraft. La metáfora es casi literal, pues en la película hay
hasta cierta alusión al ícono de Cthulhu, por más que sosa e
infantil; como en definitiva casi todas las figuras igualmente inspiradas en el
bestiario medieval según el sublime Lovecraft, que más que tópicas y
recurrentes son simplistas y trilladas. Dentro de todo eso, una mezcla improbable,
que trata de incorporar la tradición del horror norteamericano; pero sin que
pase nunca del lugar común y la cita fácil, de valor iconográfico, pero sin
verdadera sustancia dramática.
De hecho, la dramaturgia es el punto más débil de todo el filme, con una
pobreza atroz que lo hace cojear de todas sus piernas; seguido de cerca por
unas actuaciones al nivel de cliché caricaturesco y el acartonamiento de tan
reductivas. De entre estas, sobresale la de Eddie Redmayne, demostrando que sus
caracterizaciones no son geniales y pintorescas sino truqueras; pues repite lo
que así resulta en meros tics de puro efectismo, que repite de The good sepherd a The Theory of
Everything, en personajes tan distintos que abren su propio mundo de posibilidades.
De formas, las actuaciones en general son tan malas, que quizás lo hiciera en
un esfuerzo doblemente histriónico; para estar a tono con un elenco en general
que más parecía una feria de freekies, y no precisamente por lo colorido sino
por lo esperpéntico.
No obstante, habría que resaltar la actuación de Dan Fogler, cuya
decencia escénica es la única nota colorida en ese desierto panorama; dejando
claro que un buen actor se alza por sobre las peores dramaturgias, al sentar su
propia escala de valores. En realidad, ese sería el defecto principal de la
película, una dramaturgia tan débil que pareciera inexistente; de modo que el
cliché recurrido de los actores se justifica, como el pasmo ante la falta de un
papel real. No hay que equivocarse, toda fantasía no pasa de ser una representación
—de hecho eso es lo que quiere decir[1]—
y por ende siempre es eficaz; porque se arma como una secuencia binaria, en
cuyo trenzado es que esconde su valor dramático, como una dramaturgia.
El problema con Fantastic beasts es el trenzado, pues no es lo mismo un
suceso dramático por el sublime Lovecraft que por la vulgaridad de Coelho; y
así, aún si esta historia tiene sentido, no alcanza a sobreponerse al alarde de
los recursos técnicos y los efectos especiales. Ninguna precuela tiene la
suerte de la secuela que justifica, y menos de la historia en que se origina;
pues normalmente se trata de un estiramiento en falso del éxito primero, que es
ya una experiencia gastada en las continuaciones. La única diferencia fue el Silmarillion
de Tolkien, pero justo porque no fue una operación mercantilista sino una
pasión de cuando se inauguraba el capitalismo; no de esta falsa sublimidad en
que todos persiguen el éxito y algunos parecen alcanzarlo, sin tener en cuenta
que se trataba de la experiencia misma.
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