Por Ignacio T. Granados Herrera
En principio, la actual encrucijada
del partido Demócrata de los Estados Unidos es desgraciada e increíblemente parecida
a la del gobierno cubano; sabe que no tiene salida como estructura
políticamente orgánica, pero que acceder a los cambios necesarios con la
velocidad requerida es también un acto suicida. En ambos casos vale aclarar que
el problema no es del partido sino de sus élites, que es para quienes los
cambios son suicida; y que por tanto, como todo ser vivo, se niegan a los
mismos, pugnando por mantener el estatus quo. La diferencia radica en que en
Cuba el problema es estructural, pero las élites se definen generacionalmente,
por lo que la solución sólo se pospone de modo temporal; mientras que en
Estados Unidos las élites no se definen por la generación sino por la
estructura misma, haciendo que el conflicto sea más inmediato.
Así, esa posposición en Cuba puede
dar lugar a la maduración de una alternativa suficiente; que incluso manteniendo
la estructuralidad funcional del partido, consiga adecuarlo a la exigencia de
los tiempos. En Estados Unidos en cambio, por responder a una definición puramente
estructural, la circunstancia es diferente; también lo es el hecho de que el
partido mismo es una alternativa, en un sistema bipartidista; que permite la
formación incluso inmediata de una sustitución a esa alternativa, sin quebrar
la continuidad superestructural del gobierno; en una situación que es
impensable en Cuba, donde el partido es único y es por tanto y siempre el de
gobierno.
Es por eso que esta semejanza no es
funcional sino sólo de principios, pero llamando igual la atención sobre el
problema del partido demócrata; que siendo estructural y no generacional, se
enfrenta al problema de su propia quiebra, tanto política como ideológicamente.
Obviamente, es posible una recuperación del partido, pero sólo luego de un
fracaso en su función inmediata; como la imposibilidad de continuar como una
alternativa políticamente viable, dada su corrupción ideológica; de modo que
termine renovando sus élites, con un alcance también entonces generacional,
equivalente a la postulación de un nuevo partido.
Eso sin embargo es menos probable,
ya que la inmediatez del conflicto mismo se desarrolla en la formación de otra
alternativa; que de hecho habría sido la que pusiera al partido en esta
encrucijada, por su crítica sistemática y recurrente. De hecho, el mismo
partido demócrata actual es un desprendimiento crítico del republicano; en una
circunstancia parecida a la actual, con el conflicto presidencial de Andrew
Jackson contra John Quincy Adams. Así, en esta circunstancia concreta, el
independentismo liderado por Bernie Sanders ha consistido en la confrontación
del estatus quo; que liderado en su elitismo por Hillary Clinton, conduce al
partido a su estancamiento, con la corrupción ideológica que significa su nueva
deriva hacia el republicanismo tradicional.
También se trata de una encrucijada
más radical y violenta de lo que parece, incluso en su extrema madurez; ya que
se trataría de la reorganización política de la sociedad, en aras de evitar su
feudalización en el corporativismo económico; lo que sólo es posible con su
contracción a los principios del capitalismo industrial, por su resolución en
el individualismo atómico. La contradicción está en que el capitalismo ya no es
industrial sino corporativo; poniendo el conflicto en el otro problema de la
posesión de los medios de producción, con la alternativa del capitalismo de
estado; que es peligrosa, porque como estatización de la economía, terminaría redundando
en la pérdida de derechos civiles e individuales.
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También después de todo, el
capitalismo de estado es el corporativismo del llamado socialismo real; que terminando
en utópico —con la corrección del entonces llamado utópico a literario— era
otra forma de feudalismo. La propuesta es factible no obstante, en tanto el
estado no asuma la propiedad sobre los medios de producción, pero sí la
facultad de regularlos efectivamente; que es en definitiva el único modo de
garantizar el tenso equilibrio del capitalismo como sistema económico, que es
precario en su artificiosidad; en tanto convención sobre la cultura como estilo
y naturaleza específicamente humana, a la que poder quebrar con una apoteosis.
Esto otro no es descabellado, y es
el peligro tras la crisis permanente del constante desarrollo de las élites
económicas; cuya regulación ralentizaría ese proceso, de modo que no termine
quebrando la precariedad de ese equilibrio dado en las relaciones económicas.
Es en este que se organiza la cultura como naturaleza, que es de suyo entonces
artificial, y consistente en la serie de convenciones que regulan la existencia
misma de la especie; indicando que su desregulación, como liberación máxima de
las leyes de mercado, redunda necesariamente en el desequilibrio de dicho
orden.
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En esto radicaría entonces la encrucijada
mayor del partido demócrata, sólo reflejada en la contradicción de sus élites;
que por su extrema convencionalidad como políticas, en su sujeción a las élites
económicas, no puede trabajar en función de esa regulación del mercado. Sería
de ahí que se originara esta gran contradicción general, un momento que se
puede detectar en el mandato del demócrata Bill Clinton; que enmascararía en su
excelencia presupuestaria la implementación de los principios de lo que se
conociera como la Reaganomic; esto es, el proceso de desregulación de la
economía, que diera paso a la gran crisis implosiva del mercado, en con la feudalización
de la economía en el corporativismo.
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