Puede afirmarse que Atenas es el primer hito
cultural, lo suficientemente sólido como para convertirse en la base
fundacional de Occidente; no que sea el primer hito, pero sí el que tuviera esa
consistencia propia y suficiente para ello, completando el ciclo comenzado en
Creta. De ahí que la mayoría de los fenómenos y dinámicas estructurales de la
civilización occidental se originaran en esta ciudad emblemática, hasta el
punto de la metáfora; no ya simples propósitos de carácter histórico, que se
revierten en una nueva determinación ontológica de la cultura occidental, como
la democracia; que no es un orden ni modelo natural —de ahí su primera
dificultad—, sino un mejoramiento artificial pero eficiente de la evolución lógica
a la oligarquía como cultura política.
Vale la pena aclarar el hecho de que la
evolución lógica de la organización de la sociedad en un modelo político sea a
la oligarquía y no a la democracia; ya que la excelencia funcional del modelo
democrático lo impone como un desarrollo lógico, y en ello supuestamente obvio,
cuando de hecho sería hasta contra natural. El problema, como siempre, estriba
en la relatividad del fenómeno mismo de la organización política de la
sociedad; que hace que se resuelva como una reproducción artificial de la
realidad, en la cultura como naturaleza propia de lo humano. De ahí que como en
la realidad en cuanto tal, o prehistórica según el Marxismo, la cultura se
organice en torno al poder y su ejercicio; que es en lo que tiene un carácter
económico, ya que es en la economía donde se distribuyen las cuotas de poder,
según los roles asignados. Dicho orden es de suyo ontológico, y responde a la
relación entre el acto y la potencia, como la facultad de los entes para realizarse;
que en tanto el fenómeno es cultural, supone entonces un poder económico y
político, incluso en términos estrictamente existenciales.
De ahí también que, como en la realidad en
cuanto tal, el poder tienda a concentrarse en elementos que así resultan
poderosos; lo que en términos culturales se traducirá como estamentos y clases
políticas, que detentan una cuota determinada de poder, con el que participan
funcionalmente de la estructura social. Es por ello que la tendencia natural de
la organización política de la sociedad sea a la oligarquía, en tanto se trata
del ejercicio del poder por una clase minoritaria; que será además la clase con
suficiente poder económico como para dominar el resto de la estructura, a la
que pone a su servicio. Frente a este orden de suyo natural, es la excelencia
funcional de la democracia la que resulte en un modelo artificial; lo que es
lógico además, en tanto el orden político mismo es un fenómeno cultural, como
redeterminación artificial de la realidad en su reflexión.
Sin dudas, hasta el consulado de Julio Cesar en
Roma la cultura se resuelve en general con el fraccionamiento de la ciudad
estado; y es sólo la Roma de Augusto la que consigue el desarrollo imperial
suficiente, reproduciendo la planta original de Alejandro Magno como primer
imperio efectivo y orgánico en Occidente. De hecho y curiosamente, el
expansionismo de Alejandro Magno —iniciado por Filipo II de Macedonia— se va a
disolver porque reproducirá la dinámica del cataclismo cretense; aunque esta
vez de modo artificial, por su expansión incontrolada, que no le permitió
organizarse como un imperio efectivo más allá del modelo oligárquico, encarnado
en sus generales.
En ese sentido, hasta la configuración de la
ciudad en la Atenas clásica se proyectaría como el destino de toda la cultura
en su complejidad; no como una fatalidad manifiesta sino en esa determinación suya
como una dialéctica, que es entonces singular; y que marcara todos y cada uno
de sus hitos posibles a lo largo de su desarrollo, con esa excepcionalidad que
sobrepone a Occidente en el mundo. De ahí que la imagen comience con el
peripatos, un camino que de modo diríase que emblemático circunda la acrópolis
de Atenas; como si esta fuera la plaza misma, el areópago en el que los dioses,
que son o figuran la determinación de la realidad, discuten acalorados en su
propia relación los próximos eventos.
Después de todo, peripatética se llamó a la
escuela de Aristóteles, que ejercía paseando a sus discípulos por el jardín de
Apolo Licio; y el peripatos parece así el carácter que marca la evolución de
los fenómenos, como del movimiento por el que transforman sus valores
dialécticos, de cuantitativos a cualitativos. Se trata entonces de esa especie
de principio llamado del éxodo, que debe concretarse a partir de esta
experiencia del desplazamiento, pero más allá de la simple metáfora; esto es,
en una consistencia en la que repite los mismos efectos, con esa refractación
mecánica con que se expande la realidad.
Peripatos, el periplo de la cultura hacia su apoteosis en Occidente es un libro en preparación, que pretende sistematizar antropológicamente una evolución de la filosofía, de modo que funcione como una conciliación epistemológica de todas sus escuelas, en función de un Realismo Trascendental.
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