Como no
puede ser de otra manera, el tópico racial ha vuelto a la palestra en las
controversias políticas cubanas; que recordando esa tradición de la décima
campesina, no se dan para dirimir un argumento sino para prevalecer en una
competencia. Esta vez la polémica surge de la protesta de una escritora negra y
cubana, a propósito de una caricatura de Lauzán; que apareciendo en Diario de Cuba
—¡qué casualidad!— ha desatado las pasiones a ambos lados del espectro
melaninoso. Como principio, es obvio que la escritora tiene razón en su
protesta, sólo que tarde y bajo pía el pajarito; porque hasta que el issue se
volvió racial, ella como muchos otros ha ignorado las malandanzas de esa
publicación. Cómplice por omisión entonces, sola debería lidiar con esa
vulgaridad, siquiera para que conozca lo que ha permitido y engordado con su
complacencia; aunque eso sea contraproducente, que es por lo que bien podría
recoger el guante solidario y reconocer la legitimidad de otras causas ajenas a
la suya.
Respecto a
la caricatura que origina la polémica, no sólo es racista sino que lo es además
porque eso es lo propio de la reducción caricaturesca; ya desde las viñetas
costumbristas de Landaluce al teatro bufó, que se inspira en el bulling social
y político de la Comedia de l’arte en la tradición popular. ¿Acaso no es la
cultura popular la que es abusiva en sus parámetros morales? ¿No es eso lo que
se trata de superar con el empuje centrífugo del liberalismo político?
Desgraciadamente, esas son preguntas demasiado complejas para el interés de
esos intelectuales comprometidos en el rifirrafe; que esgrimen supuestos
complejos ajenos en su defensa, apelando a un no menos supuesto propósito de madurez
política. Olvidan —como muchas otras cosas— que la madurez está dada en la
capacidad para reírse de uno mismo, no del prójimo; y que curiosamente, no se
han visto aún las caricaturas que se burlen del hombre blanco heterosexual por
razones distintas a los cuernos.
Dice el
caricaturista de marras que no ve colores cuando hace sus caricaturas, como si
eso no reflejara el famoso blindness del
privilegio social; y a partir de ahí sólo se suelta a esa justificación que
funciona como apología de su propia inteligencia, dejando claro que no será tan
poca cosa lo que le haga cambiar. Como
tampoco podía ser de otro modo, saltó a la palestra el cada vez menos sutil y
cada vez más burdo Orlando Luis Pardo Lazo; que no sólo se atreve a justificar
el racismo implícito de la caricatura, haciéndolo así explícito y recalcitrante
en su soberbia; sino que aprovecha para entrar en su plenitud retórica, como si
asistiera a las escuela de Donald Trump y Fidel Castro, quizás para demostrar
así sus aptitudes presidencialistas. Por
supuesto, es que se trata del bulling como práctica aceptada de las relaciones
políticas, que son de todo menos racionales; cuya gravedad no estaría en la
injusticia que conlleva, sino en la estupidez de pensar que así van a resolver
nada.
Como siempre ocurre, esta controversia terminará por diluirse, sin más
daño que algún ego maltratado; luego de lo cual cada quien volverá a lo suyo,
los negros, mujeres y maricas a su propia insolidaridad, y los blancos
heterosexuales a su burla cruel de aquellos. Lo más patético del drama cubano
es esa lentitud con que se dirige a ninguna parte, como una serpiente en plena
modorra de su hartura; con cubanos te has topado querido Sancho, diría un
sarcástico Quijote a su asombrado compañero en esta mancha de la historia.
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