A los
intereses detrás de las élites liberales no les importa el ridículo ni la
crisis de credibilidad en que han sumido al Partido Demócrata; este, en
definitiva, es sólo su brazo armado para las luchas políticas, su soldadesca,
pagada con las migajas de poder que se caen del banquete que ellos disfrutan. De
ahí que tengan flexibilidad suficiente como para no ahogar a la presa,
permitiendo desarrollos controlados como la excepción Obama; siempre que esos
se muestren dispuestos a pagar el impuesto de sumisión, como hizo él con
habilidad, creando capital político que invertir para ellos. No obstante, eso
no quiere decir que esos políticos creados in vitro puedan mantener un vínculo
con la realidad de la que provienen; como demostró el mismo Obama, teniendo que
dilapidar ese capital creado por él pero ajeno, en causa como el TPP y la
candidatura presidencial de Hillary Clinton.
Por eso no
sorprende la renuencia a reconocer los fallos de la campaña presidencial
demócrata, el más grande de los cuales fue su candidata misma; ya que entrar en
ese proceso de madurez política implicaría darles la prioridad a los intereses
populares y no a los de esas élites que se ocultan para manejar los hilos del
poder. No es extraño entonces que ante las luchas intestinas del Partido
Demócrata luego de la crisis electoral, sus élites insistan en el programa; no
importa el fraude fragante del Comité Nacional Demócrata, que todavía se trata
de tapar con la excusa del espionaje ruso y los despropósitos del actual
presidente. Ahora, y como recordando la capacidad de predicción de la ficción
literaria, ya se desenvuelve la trama del famoso thriller político; bien que no
en su versión literaria original, sino en la segunda adaptación
cinematográfica, en que en definitiva se trata de imponer el candidato de las
élites.
No importa
lo que se diga de las ambiciones de Hillary Clinton, está claro que ella era un
candidato construido; carente del carisma y la inteligencia factual y práctica
de su esposo, era más bien una mercader, con olfato pero sin tacto. De ahí la
multitud de escándalos, que sin ser tan graves pesaron lo suficiente como para
impedirle el salto final; era un candidato de compromiso, fácilmente
descartable por una As triunfador como fue el presidente Barack Obama, o el
mismo Bill Clinton. Por eso, la presentación sutil de Caroline Kennedy como
prospecto político abre la sesión de apuestas para la próxima campaña
presidencial; es como Hillary, otro candidato de compromiso, o peor aún, la
agente dormida que se activa y que por tanto carece de carisma propio.
Ese es un
factor todavía importante, porque todavía la política es un mercado real y no
una organización corporativa de relativa eficiencia; todavía hace falta la
madera política, que de haberla tenido la habría lanzado a la palestra hace
mucho, en vez de irla formando poco a poco en las cancillerías. Es demasiado
pronto para que no sea una simple prueba, que es lo que son las presentaciones,
para tentar la reacción del público; y queda por ver si el movimiento desatado
por Bernie Sanders dentro de las filas demócratas se da cuenta del movimiento y
lo ataja a tiempo. Está claro que la opción Kennedy tiene un doble propósito, y
no sólo el de imponer la agenda corporativista que iba a asegurar la
continuidad de Obama con Hillary; este otro propósito, apostando por el sello dinástico,
es el de mostrar las reglas del juego, basado en la retórica y la legitimación
moral antes que en el sentido práctico.
Eso es un
valor atractivo para las huestes liberales, que dicen impulsar el desarrollo en
el mundo, por el trascendentalismo idealista; no por gusto, este liberalismo no
surge del humanismo inglés, que era pragmático, sino del francés, que era
idealista, y explica la virulencia revolucionaria contra la evolución
capitalista. De ahí la importancia del movimiento de Sanders entre los
demócratas, a los que ya traicionó —junto con Elizabeth Warren— en el sell out de
la campaña presidencial; siendo ingenuo pensar que no sabía lo que hacía, como
un veterano de las lides en la capital del imperio, igual que la senadora
supuestamente rebelde.
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