Saturday, January 21, 2017

Lamentación por las primeras damas

Esto es más bien una lamentación por Melania Trump, a propósito de la perversa analogía con que se le alaba; que es negativa, porque se hace para resaltar el contraste con la primera dama saliente, Michelle Obama. Por supuesto, el primer error fue la hipocresía del falso liberalismo demócrata, que la ensalzó con esos falsos valores del glamour y la belleza; a los que difícilmente podía obedecer, desde que la belleza es un canon que basa su relatividad en la proporción de poder que se detenta como clase política, y esta es blanca. No importa si se trataba del acceso de un negro al poder, como era el caso de Barack Obama, era un falso valor; primero, porque siendo todavía el primer presidente negro, era así una excepción y no una regla; pero además, porque ni siquiera era negro lo que se dice negro en puridad, sino más bien un blanco de piel oscura.

El tratamiento a Michelle Obama como un ícono del glamour y la belleza, parece entonces dirigido a disimular esta excepcionalidad; por la que el falso liberalismo condicionó esa presidencia de Barack Obama justamente a su capacidad para traicionar cualquier aspiración de su raza y hasta de su origen, que es popular. Es contra esa falsedad contra la que reaccionó el racismo tradicional, como a una provocación; más aún que a su propia índole racista, porque esa era la prueba de la falacia liberal, mostrando los colmillos de su corrupción. Michelle Obama es una gran mujer, porque llegó a donde llegó a pesar de no responder a ese canon absurdo de belleza y glamour; y no sólo eso, sino que a diferencia de su esposo, mantuvo su personalidad a todo lo largo de ese puesto oficial al que nadie se postula y que te cae como una fatalidad; incluso si también a diferencia de su esposo, tuvo esa consistencia porque no le quedaba más remedio, porque como mujer no podía aspirar a que la vieran como al blanquito oscuro.

Por eso, pensar que con Melania Trump regresa a la Casa blanca una tradición .de glamour y clase es risible; sobre todo porque eso no ha sido nunca una tradición, sino una erupción casual, cuyo último episodio fue Nancy Reagan y no Laura Busch, que era más bien una mujer normal; dígase incluso que más cercana a la campechanía de Michelle que a la exquisitez de Jacqueline, aunque no bailara. Más grave aún, la imagen de glamour que ofrece Melania es triste, porque es la propia de la modelo de pasarela; es decir, la de la percha sin personalidad, preparada para parecer y no para ser, la de la mujer insustancial. La misma Jackie a la que se dice que recuerda era una mujer de mundo, que trabajó incluso como editora de un magazine de relativa importancia; muy distinta de la carrera de Melania, que —sin escuchar los comentarios maliciosos— ni siquiera tuvo un portafolio importante en su carrera de modelo, más allá de algunas fotos atrevidas. El atrevimiento no es el problema, puesto que cualquier cosa que contravenga la moralina convencional es buena y sustanciosa; lo es la manera en que se cierran los ojos para atribuirle una personalidad que no tiene, ignorando el precio que paga por esa imagen de glamour, exquisitez y poder.

De hecho, si Melania recuerda a Jackie, es a la Jackie Onassis y no a la Kennedy, a la mujer humillada por un marido frustrado en su intento de penetrar las élites de poder tradicional; que es lo que le permitió a la Jackie interponerse entre el Aristóteles y la soprano maravillosa, en la que sí había intensidad. La gente perdona y justifica a Jackie en su intento por asegurar el futuro de sus hijos, como si estos hubieran sido amenazados por el hambre; y no es que sea criticable, porque en un mundo cruel y despiadado, todo se vale con tal de tan solo respirar, y nadie sabe lo que eso significa. Sin embargo, es cruel que tenga que valerse de esta puerilidad y que su fuerza tenga que estar en ese fingimiento de ser débiles; que es por lo que esto es una lamentación, tratando de avergonzar a la estupidez del racismo más acérrimo y su consorte, la superficialidad.

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