Friday, January 20, 2017

Del Amor y esos demonios

La cultura es de hecho la redeterminación de la realidad con un sentido estrictamente humano, como una naturaleza; que justo por eso es artificial, resultando en un orden singular, propio y hasta exclusivo de la especie humana. Por supuesto, esta exclusividad es relativa y se refiere sólo al sentido de esa naturaleza, que de hecho es expansiva; incorporándose progresivamente todos los elementos propios de la realidad en cuanto tal, a medida que logra atribuirles una función propia. Dentro de este esfuerzo de redeterminación se encontraría la racionalización del comportamiento, con vistas a regularlo convencionalmente; de modo que en esta convencionalidad no rompa y dificulte lo menos posible el desarrollo continuo de esa naturaleza especial; que por otra parte se resuelve en una práctica sistemática, también de origen artificial, como un orden político y económico.

Eso explica la pronta definición de fenómenos como el amor, que por su índole compulsiva tienen a disrumpir los órdenes convencionales; con categorías que hoy pueden parecer ingenuas, pero que sin embargo aún son funcionales en este sentido de su convencionalidad. Es absurdo pensar que en estos momentos se comprenda ya de hecho algo tan elusivo y complejo como los sentimientos humanos; pero también es absurdo mantener el mito romántico de que estos son de suyo incomprensibles, como si no fueran parte de la realidad y en ella se determinaran. En cualquier caso, la primera definición racional permite un acercamiento más o menos ordenado a esta comprensión; y es cuando los griegos lo dividen en las categorías de philial (familiar), eros (sexual) y ágape (general).

No obstante, todas esas definiciones están dadas por la relación del sujeto con el objeto en una función específica; es decir, no por el sentimiento mismo, que es en lo que tendría un valor más absoluto y propio, no condicionado. Como quiera que de todas formas, el sentimiento es una propiedad del sujeto dado, habrá que convenir que su naturaleza estaría dada por la unidad de este; y que esas diferencias sutiles sólo tienen la función de evitar ambigüedades políticamente peligrosas, como en la diferencia que los católicos hacen entre duleia y latreia. Es así que el amor sería siempre el mismo sentimiento, sólo distinguible por la intensidad y los intereses que esta crea; pudiendo definirse en general dentro de la categoría de Ágape, en relación con el placer que otorga y que se busca.

Eso no contradice para nada la carencia de atracción sexual en las relaciones familiares, que ya se ha probado que no es absoluta; desde que las mismas relaciones incestuosas siempre han existido, por más que cada vez se les evite más con su regulación. De hecho, esta cautela tiene un origen biológico, tratando de alimentar el pozo genético de las especies en sus núcleos familiares; lo que en la realidad no culturalmente determinada se consigue con el libre flujo de individuos, interrumpido con la sistematización de las relaciones políticas y económicas. Por su parte, y dada la extrema singularidad de la naturaleza humana, la amistad sería la categoría básica, que partiendo de la relación familiar tendría su apoteosis en la compulsión sexual; desde que la familia es el seno de las primeras relaciones sociales y culturales, en la que se van formando y ordenando los sentimientos e intereses.

En este esquema, se excluye entonces la atracción sexual de esa primera categoría, pero sólo en principio; ya que como se habría visto muchas veces, en casos de padres e hijos separados al comienzo, pueden desarrollar esta atracción con el reencuentro en la madurez; dejando claro que la atracción sólo es cohibida por las regulaciones políticas, eliminadas en cuanto cambia la circunstancia de la relación misma. Por su parte, instituciones no estrictamente naturales como el matrimonio tienen origen político y económico; que es por lo que entran en conflicto directo con la compulsividad de la atracción sexual, que se subordinan con las regulaciones políticas; pero que, siendo estas de origen económico y no estrictamente natural, tienden a ser insuficientes, como demuestran los múltiples casos de violación de la ley.

El sexo en todo caso sería la máxima expresión de la amistad, incluso si contiene la serie de dificultades que le imponen las convenciones; ya que en definitiva, de lo que se trataría sería siempre de los intereses concretos de las personas concretas de que se trate, al margen de dicha convencionalidad. Eso no quiere decir que problemas propios de su compulsividad no sean legítimos y compresibles, trátese de los celos y el sentido de posesión; ya que en últimas, se trata de defender lo que el individuo asume como su propiedad, incluso si en colisión directa con el otro individuo comprometido. Eso se debe a que, trátese de un pozo genético, un margen de seguridad político económica o el simple placer sexual, se trata siempre de una fuente de bien estar; que cada quien va a defender del mejor modo que pueda y sepa, puesto que la cultura no hace sino reproducir formalmente los comportamientos estrictamente naturales.

Lo que es sin dudas excesivo es atribuir connotaciones sublimes a la atracción sexual, que es la que determina el deseo; ya que el concepto mismo de amor es una racionalización, todavía insuficiente para la compleja situación que trata de explicar. Eso sí, y tratando de entender el mismo origen cultural de este fenómeno, el amor es demasiado voluble para confiarle instituciones tan importantes como la economía y familia; siendo comprensible que, al margen de los intereses inevitablemente creados, florezca la ilegalidad en las relaciones, cuyo dramatismo sería lo que le aporte trascendencia y sublimidad. No es extraño que estas dificultades que acompañan al amor fueran figuradas como demonios, en esta capacidad de disrumpir el orden convencional; son la representación de toda compulsividad, negada con la independencia de Lilit como naturaleza real en el sometimiento de Eva, que es político y de sentido económico.



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