Friday, January 13, 2017

¡Adiós, presidente Obama!

Barack Obama sorprendió al país con los acuerdos políticos que había alcanzado con el gobierno cubano; que no eran en sí no eran sorprendentes, al menos más allá del fasto con que se reabrían las embajadas; pero sí lo era la revelación de que los mismos se debían a negociaciones sostenidas —lo que es peor— a la sombra, a lo largo de todo un año. Más curiosa aún sería la materia de tanta negociación, a la que Cuba no ha tenido que aportar ni de hecho aporta nada; como si el interés fuera propio y exclusivo de los norteamericanos, que obvia o aparentemente no lo necesitan. Eso es lo que hace tenebroso este proceso, en el que es más lo que se implica que lo que se negocia y dice; porque no sólo Cuba no recíproca el gesto, sino que cada vez agudiza sus reclamos, como matriarca orgullosa ante el novio de la hija.

Qué es esa hija que el novio persigue tanto y que tanta seguridad da a la matriarca, esa es la intriga de la novela; sobre la que se especula con un amplio diapasón, que incluye desde el mercantilismo chino hasta el espionaje ruso, sin que nada rebase la ficción periodística. Como cereza coronando el postre de la administración Obama, ahora deroga la política migratoria respecto a Cuba; al menos en la parte en que puede hacerlo, que es la del decreto presidencial de la doctrina web foot Vs dry foot, del también demócrata Bill Clinton. Es curioso el timing de esta última medida de Obama, que la hace lucir apresurada y emergente; como si hubiera estado destinada a la firma ejecutiva de madame Clinton, sólo interrumpida por la sorpresa de Trump. La suspicacia la trae el simbolismo, al que es tan afecto el partido demócrata con el vacío de su retórica; tras la que se observa esa tenebrosa silueta del conservadurismo más artero, porque no apela al individuo sino a su disolución.

Ese es el problema con el corporativismo, que corrompe las garantías por las que Occidente huyó de sí mismo a su expansión por estas Indias; y que secuestra la voluntad popular en la perversión paternalista de su suprematismo moral. Es risible la idea de que Obama tenga poder real para infligir un cambio tan drástico a la política exterior norteamericana; y que incluye la ruptura con el alineamiento tradicional con Israel, no importa la obscenidad de Bibi, que tampoco es un problema norteamericano. La vaciedad de ese simbolismo de la administración Obama es cada vez más evidente, como si cada vez les importará menos esa visibilidad; desde la ineficacia con que tuvo que dejar que los republicanos le viciaran la reforma de salud, con la abierta complicidad de sus correligionarios. Obama es así la vergüenza de su raza, si es que vamos a sacar a relucir la raza; mucho mejor representada en el retiro digno de Colin Power, y en la suficiencia de Condoleza Rice.

Para más vergüenza, Obama pudo reivindicarse rompiendo con las mismas élites a las que responde, aunque lo detestan; e infligir un cambio real a esa política estadounidense, con sólo que se atreviera a endosar a Bernie Sanders en la campaña por la nominación presidencial. Pero en vez de eso, dejó ver el precio que pagó por posar como un símbolo para sostener la retórica del partido, más vacío en su guapura e hipocresía que cualquiera de los modelos de una casa de moda. Queda por ver su ascendiente real en el espectro de la cultura política norteamericana cuando se retire definitivamente del podio presidencial; no ya en las conferencias de que vivirá, alimentando la burbuja del falso liberalismo demócrata, que se sabe que eso es mercadeo; sino en la prisa y la necesidad con que se le ofrezcan alianzas de peso real en su lujosa mansión de Washington DC. Quiera Dios que no empuje a su esposa a la vergüenza de reemplazar a una irrecuperable madame Clinton ante las presiones del partido; que sigue pretendiendo imponer su simbolismo, sin darse cuenta que por eso los impresentables republicanos les impusieron una superficie mayoría. 

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