La parte más sorprendente del
proceso electoral norteamericano, puede que no sea la elección de Donald Trump;
puede estar en el otro proceso de la nominación demócrata, y residir en el
sellout de Bernie Sanders. Hay que aceptarlo, todavía Sanders es la figura más
carismática y atractiva de todo el proceso electoral; pero aunque se pueda
acusar a los demócratas de manipular el proceso, lo cierto es que Bernie
Sanders se entregó sin la pelea que prometió. Poco importan sus amenazas de
mantenerse vigilante desde la izquierda de Hillary Clinton, ese no era el
propósito de su candidatura; y la prueba está en lo rápido que su postulación
devino en el movimiento popular del Bernie or burst. Desgraciadamente, las
alternativas son siempre falsas, y transar por el Bernie or burst fue apostar
por el burst; que comenzó cuando sin consultar con sus seguidores, Bernie
Sanders se avino a la tentación de una mayoría legislativa.
Al aceptar la propuesta demócrata,
Bernie se comportó con la misma soberbia de los políticos profesionales que
criticó; y peor aún, apostando a una mayoría por ganar, que existía sólo en los
planes de ese partido tan desacreditado que él tuvo que postularse como su salvación.
De ese modo, Bernie Sanders como Elizabeth Warren, habrían actuado con la misma
miopía de unos medios devenidos en voceros de su propia soberbia; y sobre esa base
tan decepcionante, es legítimo preguntarse a dónde habría conducido un
liderazgo suyo. Todavía el partido demócrata no parece haber comprendido lo que
pasó, ni tampoco los medios que le sirvieron de voceros; es comprensible, su
egoísmo no les permitió conceder la prioridad a los intereses populares, ni
siquiera por instinto de conservación. En verdad, el partido demócrata ha
demostrado ser tan miope que hasta perdió la primacía de haber tenido el primer
presidente negro; con un Obama que tuvo que descender a la mediocridad en su
segundo mandato, poniendo en evidencia los compromisos que lo pusieron allí;
contra la dignidad de una élite republicana, en la que Condoleezza Rice y
Collin Powell llegaron a donde llegaron por méritos propios, incluso si
cuestionables; no en la abyecta negociación que lo dejó impotente ante la
brutalidad policial racialmente motivada, y haciendo campaña por su enemiga
política.
Aún, los demócratas ni siquiera se
están lamiendo las heridas con dignidad, sino que están demostrando la torpeza que
burlonamente achacaron a los republicanos; al menos, los republicanos habrán
tenido que aceptar un candidato que no les gusta, pero supieron asegurarse una súper
mayoría legislativa, mostrando más talento y eficacia que los demócratas. Hoy
Bernie Sanders critica las mismas manipulaciones del partido demócrata a las
que se avino cuando aceptó aquella promesa de liderazgo sobre una mayoría
inexistente; más desapegados todos de la realidad que la misma jerarquía
católica, que nombra obispos sobre jurisdicciones desaparecidas, pero al menos
no sobre las por ganar.
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