Las negociaciones de paz paras Colombia en Cuba
son de todo menos confiable, como todo acuerdo político; pero desconfiar de la
guerrilla por principio es tan ingenuo como confiar en ella también por
principio. El problema está en los principios, que es la lección que los
políticos de cualquier tendencia no aprenden; ofuscados entre la arrogancia y
la prepotencia de su elitismo, con un modelo de pensamiento que todo lo
simplifica para justificarlos. El primer error sería creer que la razón existe
con un sentido objetivo y propio, y no como una capacidad de racionalización;
que así sólo justifica nuestras compulsiones, explicando el atajo de
contradicciones en que vivimos, todos y siempre. Ese error tiene a su vez una
explicación, modo todo se complejiza sin llegar a ninguna parte ni ofrecer
algún resultado; sin embargo, negar esta complejidad es tan erróneo como
perderse ella, porque en ambos casos se pierde de vista el sentido.
Un sentido más práctico —y en ello más
eficazmente político— comprendería la base misma de toda negociación; que es la
fuerza y no la razón, porque la razón es la que lleva a esa confrontación interminable
en su subjetividad. Cada quien podrá reclamar la razón objetiva, que sólo es el
resultado de sobredimensionar el aspecto que puede comprender de la realidad;
es decir, dando por la totalidad lo que sólo es parte del problema, justo la
parte que le afecta de modo concreto, y a la que pretende someter al sistema
completo. Eso es lo que produce la fricción, el sinsentido evidente de querer
someter todo un sistema a un aspecto del mismo; y eso es lo que produce la violencia,
justo entonces por causa de su racionalización, no por alguna causa objetiva.
De ahí que sea tan natural el carácter forzoso
de las negociaciones, a las que nadie accede si tiene la fuerza suficiente para
evitarlo; lo mismo el gobierno, que no puede dedicar todos sus recursos al
enfrentamiento eterno; como también la insurgencia, que si consiguiera vencer
al gobierno no aceptaría negociar con él, porque por eso llegó al enfrentamiento
violento. Es ahí donde el proceso de negociación debería imponer su propia
racionalidad, explicando la prepotencia de las partes; sobre todo de la
insurgencia, que persigue la impunidad y la posibilidad de inserción incondicional,
además de empujar —ahora políticamente— la agenda que no consiguieron imponer
de forma violenta. De nada vale quejarse, porque el acceso mismo al proceso de
negociación es una rendición casi que incondicional; sobre todo teniendo en
cuenta la atrocidad de la violencia insurgente en Colombia, más horrible cuanto
se justificaba ideológicamente en su sentido falsamente popular.
De todos es sabido que la violencia
izquierdista secuestra los discursos populares para conseguir sus propios
fines; de ahí su carácter, tan populista como el de los políticos que manipulan
los procesos democráticos; cambiando sólo la crueldad el método, no el fenómeno
mismo de la violencia —que puede ser incruenta— y la corrupción. Si alguien
quiere denostar de la izquierda tradicional por esa impunidad, que se pregunte de
dónde obtiene esa eficacia; a ver si no la obtiene de la legitimidad que le
otorga la otra impunidad de una falsa democracia, que en realidad sólo
enmascara el carácter oligárquico del sistema. Es cierto que a la larga la
izquierda termina actuando como la derecha, porque en esencia son iguales; el
problema está en el ejercicio del poder, y en ese sentido poco importa que se
trata de uno o de otro.
Los que se quejan de la impunidad de la
izquierda harían bien en fijarse en la de la derecha, y viceversa; porque es la
violencia de una la que justifica la de la otra, en una cadena de reacciones
que se alimentan entre sí. Paz de verdad sólo va a haber cuando las fuerzas
políticas actúen en función de los intereses de la sociedad, no de los propios;
eso parece idealista porque es el modelo original de democracia, al que se
acerca trabajosamente la humanidad, no por una falta de consistencia real.
Mientras tanto, pueden aprovecharse estas pausas cansadas para restañarnos las
heridas antes del próximo enfrentamiento; lo absurdo es pensar que porque
alguien se salió con la suya podrá mantenerlo indefinidamente, si sólo se trata
de la danza macabra de la sangrienta muerte. Mientras tanto también, deberían
cuidarse los pueblos de sus periodistas e intelectuales sabichosos; que con ese
suprematismo moral de su supuesta racionalidad pretenden mantenerlos
secuestrados, tanto como los guerrilleros que demostraron ser tan indolentes
como ellos.
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