En puridad, Akeru es un término
japonés de sentido amplio, que de algún modo quiere decir abrir y envolver;
pero también parece ser un culto ctónico del antiguo Egipto, en el que dos (ru)
leones (Ker) custodiaban la última puerta del submundo. En otros lugares, el
término aparece relacionado con cierto avatar de empoderamiento femenino; en esa
especie de simplismo popular, que plantea que si quieres algo el universo
conspira para que lo consigas y todo es voluntad. Ese parece ser el caso del sello
editorial dirigido por Raysa Más en la República Dominicana, bajo esa idea del
éxito personal que tanto daña las relaciones culturales; porque alejadas de
todo pragmatismo, apuestan por un trascendentalismo en que se enmascara el
egocentrismo y el afán de lucro en sus modos más deshonestos.
Sirva de ejemplo su política de
colaboración, que no provee retribución por el uso de contenidos; en esa
tendencia de los pillos de siete suelas, que suelen atrapar incautos endulzándoles
el oído para alimentarles el ego. Incluso no se trata sino de un blog (Vease), que sin
consejo editorial determina que tu trabajo merece aparecer allí; como si eso te
aportara algo de lo que los míseros mortales debieran estar orgullosos, como
esas medallitas de comité. No es de extrañar que su directora se sienta y
declare orgullosa de su formación, en la política cultural de la revolución
cubana; que construyó una espesa infraestructura de supuesto apoyo a la
cultura, para en realidad controlar la creatividad individual, sujetándola al
chantaje del ego.
Eso sería pues, y más que el
problema de la cultura cubana, el de la cultura en general; el ejército de
defensores que no necesita pero que en ella justifica su propia y mezquina
mediocridad. De ahí el daño que hacen a las relaciones culturales,
estancándolas en ese modelo anquilosado del genio individual; que habrá nacido con
el Humanismo moderno, pero que ha devenido en un amaneramiento convencional y kitsch
por lo pretencioso. El mismo sello, como muchos, no es que se dedique a vender
libros, que es lo que se supone que hace un sello editorial; sino que vende
servicios editoriales, por supuesto que a autores con más ego que talento,
convencidos de que lo único que les falta es exposición.
Eso es lo que explica la
persistencia en ese modelo de cultura falsamente popular, alimentado en la
distopía cubana; que con todo el apoyo con que ha corrompido a los artistas, no
ha podido superar lo que heredó y dilapidó desde 1959. Tampoco es que haya que
reconocerles nada a esas generaciones idas, que por algo estas se apoyan en
aquellas; esas aguas fueron las que trajeron estos lodos, con sus pretensiones
de docencia popular tras las que se escondía el mismo egocentrismo, como el
primer bucle del horror; comenzando por el mismo Lezama Lima, que se dejó
imponer el estreñimiento católico de Vitier porque necesitaba que le
reconocieran como autoridad; como bien recordara Lorenzo García Vega (Ibaé),
que tampoco era mejor porque era lo mismo, como demostró.
Akeru parece entonces, como el
avatar egipcio que recuerda, la confirmación de la muerte de todo lo que era
grande en Occidente; y que ahora se enfrenta al juicio de los catorce, recién
saliendo del laberinto, para explicar a los inmutables su errática existencia.
Sólo que su poder es entonces ese poder mezquino del portero, como la primera
prueba del alma que se someterá al juicio; pero tampoco más que uno de esos
avatares que aparecen en todo libro de los muertos, en una figuración
inconsistente y banal.
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