Wednesday, October 12, 2016

Akeru, lo que está mal con la cultura contemporánea

En puridad, Akeru es un término japonés de sentido amplio, que de algún modo quiere decir abrir y envolver; pero también parece ser un culto ctónico del antiguo Egipto, en el que dos (ru) leones (Ker) custodiaban la última puerta del submundo. En otros lugares, el término aparece relacionado con cierto avatar de empoderamiento femenino; en esa especie de simplismo popular, que plantea que si quieres algo el universo conspira para que lo consigas y todo es voluntad. Ese parece ser el caso del sello editorial dirigido por Raysa Más en la República Dominicana, bajo esa idea del éxito personal que tanto daña las relaciones culturales; porque alejadas de todo pragmatismo, apuestan por un trascendentalismo en que se enmascara el egocentrismo y el afán de lucro en sus modos más deshonestos.

Sirva de ejemplo su política de colaboración, que no provee retribución por el uso de contenidos; en esa tendencia de los pillos de siete suelas, que suelen atrapar incautos endulzándoles el oído para alimentarles el ego. Incluso no se trata sino de un blog (Vease), que sin consejo editorial determina que tu trabajo merece aparecer allí; como si eso te aportara algo de lo que los míseros mortales debieran estar orgullosos, como esas medallitas de comité. No es de extrañar que su directora se sienta y declare orgullosa de su formación, en la política cultural de la revolución cubana; que construyó una espesa infraestructura de supuesto apoyo a la cultura, para en realidad controlar la creatividad individual, sujetándola al chantaje del ego.

Eso sería pues, y más que el problema de la cultura cubana, el de la cultura en general; el ejército de defensores que no necesita pero que en ella justifica su propia y mezquina mediocridad. De ahí el daño que hacen a las relaciones culturales, estancándolas en ese modelo anquilosado del genio individual; que habrá nacido con el Humanismo moderno, pero que ha devenido en un amaneramiento convencional y kitsch por lo pretencioso. El mismo sello, como muchos, no es que se dedique a vender libros, que es lo que se supone que hace un sello editorial; sino que vende servicios editoriales, por supuesto que a autores con más ego que talento, convencidos de que lo único que les falta es exposición.

Eso es lo que explica la persistencia en ese modelo de cultura falsamente popular, alimentado en la distopía cubana; que con todo el apoyo con que ha corrompido a los artistas, no ha podido superar lo que heredó y dilapidó desde 1959. Tampoco es que haya que reconocerles nada a esas generaciones idas, que por algo estas se apoyan en aquellas; esas aguas fueron las que trajeron estos lodos, con sus pretensiones de docencia popular tras las que se escondía el mismo egocentrismo, como el primer bucle del horror; comenzando por el mismo Lezama Lima, que se dejó imponer el estreñimiento católico de Vitier porque necesitaba que le reconocieran como autoridad; como bien recordara Lorenzo García Vega (Ibaé), que tampoco era mejor porque era lo mismo, como demostró.

Akeru parece entonces, como el avatar egipcio que recuerda, la confirmación de la muerte de todo lo que era grande en Occidente; y que ahora se enfrenta al juicio de los catorce, recién saliendo del laberinto, para explicar a los inmutables su errática existencia. Sólo que su poder es entonces ese poder mezquino del portero, como la primera prueba del alma que se someterá al juicio; pero tampoco más que uno de esos avatares que aparecen en todo libro de los muertos, en una figuración inconsistente y banal.


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