Uno de los equívocos conceptuales
que fundan el subjetivismo como ideología idealista sería justo el racionalismo
cartesiano; que partiendo del exergo del pienso luego existo, asume a la razón —en
este caso la conciencia— como fundamento de la realidad. El equívoco llevaría a
la postulación posterior del subjetivismo, como primera derivación excesiva del
Idealismo ya absoluto; como cuando el obispo Berkeley plantea que si hace ruido
un árbol cae pero nadie lo ve caer, confundiendo el sonido con su percepción. La
pregunta es en verdad retórica, y tiene el mismo valor insoluble de las
paradojas de Zenón; cuya lógica sólo es aparente, porque desconoce el principio
de la relatividad, por el que las cosas existen en un sistema de relaciones.
La pregunta se soluciona, aceptando
que el ruido consiste en las vibraciones mismas provocadas por la caída del
árbol; con independencia de que sea fenoménicamente percibido o no, porque su
valor es propio (objetivo). Ese es entonces el exceso tan extremo que llevará a
Hegel a la elaboración de la dialéctica y el objetivismo; tratando de adecuarlo,
con lo que resultaría entonces una función referencial seudo realista; de la
que finalmente se derivará el Materialismo propiamente dicho, aunque en esa
misma función seudo realista. El postulado cartesiano no sería entonces excesivo
por su nivel figurativo, en tanto la realidad que refiere es la cultura; en lo
que el Materialismo comprenderá como realidad histórica, para diferenciarla de
una realidad prehistórica o en cuanto tal.
Es decir, el enunciado cartesiano
podría ser una vívida metáfora, semejante a la de Dios y la Creación; aunque
falla —pero es una metáfora y su valor es figurativo— en distinguir una
realidad de otra. El problema es introducido aquí por la diferencia más bien
artificial entre conceptos e imágenes, que es sin duda relativa; porque los
conceptos serán imágenes, cuya representación de la realidad será lógica, pero
no menos imaginaria por ello. Por tanto, la existencia del sujeto cognitivo se
debe a su conciencia como tal, pero sólo en cuanto tal y no en cuanto sujeto en
sí; ya que su conciencia es una facultad de su propia existencia y no a la
inversa, como puede comprenderse de su misma organización ontológica.
En rigor entonces, lo que tiene
consistencia propia es el sujeto, con independencia de si es consciente de ello
o no; y es sólo en cuanto ejerce la acción de pensamiento que existe como cognitivo,
como una especialización de esa existencia. En realidad, el argumento
cartesiano sería un silogismo, que use el ejercicio de la facultad como prueba
del sujeto; que es así y de hecho existente, pero sólo porque la facultad lo
demuestra, no porque lo determine. El equívoco habría surgido por la crítica
institucional contra el racionalismo, que es necesariamente retórica y
reductiva; ya que lo que postulaba Descartes era la suficiencia de la razón —que
es individual— para comprender la realidad; debilitando en ello el
corporativismo de la cultura, que es lo que sostenía su estructura
institucional.
El postulado cartesiano es así únicamente
sobre esta suficiencia de la razón, sostenido ontológicamente; no ontológico,
sostenido racionalmente, que es a lo que lo redujera la crítica institucional.
No es de extrañar que esta crítica institucional sea religiosa, tergiversando
el sentido del enunciado; que así presenta como un ataque tan directo como
absurdo a la existencia de Dios, en la que sostiene su institucionalidad. En
todo caso, el enunciado cartesiano es la primera prueba de la insuficiencia
idealista; que exige algún tipo de objetivismo como el hegeliano, base el seudo
realismo materialista, ante excesos como este subjetivismo de Berkeley.
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