Una de las más sorprendentes
movidas en el proceso electoral norteamericano ha sido el nivel de corrupción
del partido demócrata; y dentro de este, la decepcionante rendición a último
momento del senador Bernie Sanders, que disputaba la nominación presidencial.
El forcejeo en realidad era entre las bases del partido demócrata y sus élites,
como reflejo de las mismas contradicciones políticas del país; en un debate del
que se han excluido los republicanos por su extrema irracionalidad, pero sustituidos
por la élite demócrata, como neo conservadores funcionales; en un desgarramiento,
del que se desprende la base popular del partido, en función del liberalismo
tradicional.
Eso es apenas natural, ya que responde
a la otra evolución, por la que la subestructura económica sustituye a la
religiosa en la determinación política de la sociedad; consumando el proceso
comenzado con el movimiento hacia el capitalismo moderno, con la apoteosis del
mismo. Que esa apoteosis resulte en un modelo neo feudal, dados los excesos de
ese capitalismo, es también apenas natural; el problema no estaría en la
contradicción sino en el desarrollo con que se la supera, y que es lo que hace
tan llamativo el caso del senador Sanders.
Habría que ponerlo en perspectiva,
y recordar que Sanders es sólo un síntoma y no el fenómeno en sí; pues, aunque él
es un socialista crónico, que hasta llega a la prominencia como independiente,
no estaba sólo; sino que, dentro del mismo partido demócrata, una senadora como
la Warren alimentó las fantasías de la base popular del partido, con un
discurso que la conciliaba con la tradición liberal. Sin embargo, la misma
Warren se plegó a las presiones del partido, antes incluso que Sanders y de
mejor grado; creando un clima de estupefacción, sólo exacerbado con la derrota
de este, víctima de la manipulación más cínica y evidente por parte de las
élites del partido.
Sin embargo, es probable que esta
derrota de Sanders sea lo mejor que le haya pasado a la democracia; esquivando
así el grave problema de su tremendo ascendiente popular, con todo el poder y legitimidad
que eso le confiere. No que él fuera tan inteligente como para urdir semejante
movida, lo que tampoco es descartable, pero lo elevaría a niveles de santidad
imposible; lo cierto es que, con esta derrota, la responsabilidad por el movimiento
recae en el movimiento mismo y no en alguna facultad mágica de su liderazgo. Ese
ha sido el problema básico de los movimientos populistas y liberales, al
depender de una personalidad fuerte; que justo por esa autoridad deviene en
autoritaria, dando pie al proceso de corrupción que es natural a toda autoridad
no contestada.
Como prueba, la temprana crisis del
movimiento, por el liderazgo de Jeff Weaver, que era manager de la campaña presidencial;
muy criticado por los seguidores del senador, hasta el punto de que muchos
condicionar su participación a que Weaver se mantuviera distante del
movimiento. La contradicción la suscita la esposa de Sanders, que es quien llama
a Weaver encabezar la nueva formación política; lo que parece insólito, dada su
impopularidad en un movimiento que depende de su carisma y ascendiente popular.
La naturaleza ejecutiva de Weaver deja en claro que él es lo que está mal en el
liderazgo de Sanders, por esa convencionalidad elitista; pero lo que es grave
aquí es ese autoritarismo demostrado por la esposa del senador, al imponer de
ese modo al líder de ese modo a pesar de esa impopularidad.
Ya alguien había alertado del
autoritarismo de la esposa de Sanders, pero la advertencia se perdió en el
fragor de la campaña; y al final, puede ser que ni siquiera Sanders haya sido
forzado a la renuncia, sino que él mismo viera el problema que se le venía
encima. Esta renuncia de Sanders sentaría así un precedente moral inusitado
para todas las prácticas políticas de Occidente; demostrando que lo que importa
es el movimiento mismo, no una supuesta supremacía moral suya sino la necesidad
real a satisfacer. Más sorprendente aún por lo paradójico, demostraría la
enorme vitalidad de recursos de la cultura política norteamericana; capaz de
dar lugar no sólo desarrollos tan singulares como los de estos políticos, que
no sienten la necesidad de llevar a buen fin el proyecto,
Obviamente, se trata de un nuevo
modelo de político, que sienta la pauta de un humanismo práctico; en el que es
posible ser honesto y falible sin ser débil, pues queda el recurso de apartarse
a tiempo. Es un error creer que Sanders es una personalidad excepcional más
allá de la individualidad de su pensamiento; la excepcionalidad no sobrepasa
nunca las posibilidades prácticas que le brinda el entorno, que es hasta donde
llega el hombre honesto. Lo que sin dudas sí es Sanders es un nuevo tipo de
político, puede que como la Warren con la que coincidió; porque en ambos casos
se trataría de personalidades sintomáticas, que prueban el estado de madurez de
la cultura política norteamericana.
No importa entonces la corrupción
del medio, contrario al resto del mundo la cultura norteamericana tiene
recursos para lidiar con eso; que es en definitiva en lo que reside su
grandeza, como la flexibilidad que permite el desarrollo humano. Los puristas
ideológicos podrán desgarrarse las vestiduras, como es normal en la mediocridad
convencional de lo político; la excepcionalidad de lo humano reside en esas humanidades
insólitas por lo humilde, capaces de vivir a la altura de sus circunstancias.
Esa puede ser la extraña función del senador Sanders en el panorama político
norteamericano, y una vez cumplida no hay más que hacerse a un lado; pudo
mostrarle a una generación que no era la suya cómo salir del atolladero en que
la metió esa otra a la que él si pertenece, de ella queda entonces el
cumplimiento de progreso histórico.
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