Saturday, June 18, 2016

Esperando la singularidad

Por Ignacio T. Granados Herrera

Todo el mundo sabe que Pandora es un portal de internet al que se accede por subscripción, programado para emular la radio; pero si usted lo usa como se usaba la radio, para escuchar música mientras hace otras cosas, se va llevar un chasco de los buenos. Primero será su sistema de Window, que interpretará —con razón— que usted está ausente, activándole su save screen; que usted antes tenía la opción de activar o no, pero que ya es una propiedad integrada al sistema operativo, que de hecho casi no cuenta con usted. No importa si lo ha pagado ni cuánto, ni la computadora ni el sistema operativo son suyos; antes sí, y usted tenía todas esas opciones de un administrador efectivo, pero ahora administrador sólo quiere decir que es el que paga.

Le tiene que haber pasado muchas veces, que se queda trabajando casi hasta la hora de irse, y cuando va a apagar el computador este va a hacer un update; una operación que por otra parte es cada vez más compleja y extensa, como si su secretaria —recuerde que su ordenador es su secretaria virtual— le dijera que no puede atenderlo porque está muy ocupada. Igual le ocurrirá que gracias a esos updates, un día usted encontrará que el programa que usa ha cambiado de interface sin previo aviso; y si confiando en la compañía usted no ha guardado una copia de reserva —pero ya los softwares no vienen en disco— no le quedará más remedio que adaptarse y aprenderlo todo de nuevo; no importa cuánto exija, escriba y justifique su necesidad, porque los desarrolladores han decidido por usted qué es lo que necesita y hasta su nivel de prioridad.

Nada de eso es grave como principio, sólo como síntoma, por el problema que representa, que tiene visos de vicio profundo; incluso diríase que como una especie de defecto estructural, por el que el desarrollo tecnológico exhibe la mima arrogancia institucional de la religión en el feudalismo. Eso sería apenas natural, lo que se ha hecho es sustituir a las élites religiosas por las económicas, como si el problema no estuviera en las élites mismas; ya que más allá de su función específica —que les da sentido en tanto especialización— tienden a encerrarse en sí mismas, con esa falsa suficiencia de la arrogancia. Todos esos problemas son producto natural de la naturaleza diacrónica de los desarrollos a que responden, y por eso no son graves; pero como se dijo, sólo como principio, porque en cuanto síntoma son sobre todo frustrantes, perpetuando el mismo vicio que se supone superó la Modernidad

Eso último, obviamente, es un juego retórico, para dejar claro con el se supone que la Modernidad no superó nada; al menos no en ese sentido moral que nos sobreponga a la violencia, que reproducimos desde el estado de salvaje con eufemismos de manipulación. Quizás la tan ansiada singularidad tecnológica ya es técnicamente factible, pero le falte justo el tornillo que consiga armar el sistema; y es la funcionalidad real, por la que las élites se decidan a asomar la nariz por encima de sus respectivos muros, como precisamente hicieran los religiosos ilustrados que propiciaran el Humanismo. Mientras tanto, ayudaría bastante que tampoco nos pongamos a culparnos unos a otros, comprendiendo que en definitiva somos los que formamos esas élites; lo mismo como los desarrolladores que como los consumidores compulsivos, que nos dejamos esclavizar por esos señores feudales de la aristocracia tecnológica.

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