Por Ignacio T. Granados Herrera
Todo el mundo sabe que Pandora es un portal de
internet al que se accede por subscripción, programado para emular la radio; pero
si usted lo usa como se usaba la radio, para escuchar música mientras hace
otras cosas, se va llevar un chasco de los buenos. Primero será su sistema de Window, que interpretará —con razón— que
usted está ausente, activándole su save
screen; que usted antes tenía la opción de activar o no, pero que ya es una
propiedad integrada al sistema operativo, que de hecho casi no cuenta con
usted. No importa si lo ha pagado ni cuánto, ni la computadora ni el
sistema operativo son suyos; antes sí, y usted tenía todas esas opciones de un
administrador efectivo, pero ahora administrador sólo quiere decir que es el
que paga.
Le tiene que haber pasado muchas veces, que se
queda trabajando casi hasta la hora de irse, y cuando va a apagar el computador
este va a hacer un update; una
operación que por otra parte es cada vez más compleja y extensa, como si su
secretaria —recuerde que su ordenador es su secretaria virtual— le dijera que no
puede atenderlo porque está muy ocupada. Igual le ocurrirá que gracias a esos updates, un día usted encontrará que el
programa que usa ha cambiado de interface sin previo aviso; y si confiando en
la compañía usted no ha guardado una copia de reserva —pero ya los softwares no
vienen en disco— no le quedará más remedio que adaptarse y aprenderlo todo de
nuevo; no importa cuánto exija, escriba y justifique su necesidad, porque los
desarrolladores han decidido por usted qué es lo que necesita y hasta su nivel
de prioridad.
Nada de eso es grave como principio, sólo como
síntoma, por el problema que representa, que tiene visos de vicio profundo; incluso
diríase que como una especie de defecto estructural, por el que el desarrollo tecnológico
exhibe la mima arrogancia institucional de la religión en el feudalismo. Eso
sería apenas natural, lo que se ha hecho es sustituir a las élites religiosas
por las económicas, como si el problema no estuviera en las élites mismas; ya
que más allá de su función específica —que les da sentido en tanto
especialización— tienden a encerrarse en sí mismas, con esa falsa suficiencia
de la arrogancia. Todos esos problemas son producto natural de la naturaleza
diacrónica de los desarrollos a que responden, y por eso no son graves; pero
como se dijo, sólo como principio, porque en cuanto síntoma son sobre todo
frustrantes, perpetuando el mismo vicio que se supone superó la Modernidad
Eso último, obviamente, es un juego retórico,
para dejar claro con el se supone que
la Modernidad no superó nada; al menos no en ese sentido moral que nos
sobreponga a la violencia, que reproducimos desde el estado de salvaje con
eufemismos de manipulación. Quizás la tan ansiada singularidad tecnológica ya
es técnicamente factible, pero le falte justo el tornillo que consiga armar el
sistema; y es la funcionalidad real, por la que las élites se decidan a asomar
la nariz por encima de sus respectivos muros, como precisamente hicieran los
religiosos ilustrados que propiciaran el Humanismo. Mientras tanto, ayudaría
bastante que tampoco nos pongamos a culparnos unos a otros, comprendiendo que
en definitiva somos los que formamos esas élites; lo mismo como los
desarrolladores que como los consumidores compulsivos, que nos dejamos
esclavizar por esos señores feudales de la aristocracia tecnológica.
No comments:
Post a Comment