Sunday, June 12, 2016

Ese problema con la ciudadanía sueca, o la sucia pirueté de Acosta

Por Ignacio T. Granados Herrera

La noticia es que se ha suspendido la presentación del libro autobiográfico del bailarín cubano Carlos Acosta; y según se ha desarrollado el caso, pareciera que la cultura cubana no consigue madurar; al menos no lo suficiente como para asumir los cambios que necesita y hasta exige, y que sin embargo frustra con esa inmadurez. No se trataría tanto del sistema, ya conocido por su brutalidad y su naturaleza represiva; sino por parte de un pueblo que, incluso con todas las posibilidades del mundo, no sabe sino descarrilar su destino. No hay que equivocarse, cualquier reclamo que Acosta le quiera hacer al régimen cubano es más que legítimo; tanto ese gobierno como la luminaria que defiende, Alicia Alonso, son congénitamente perversos y racistas.

Fue por eso que Acosta resultó más que afortunado cuando el mundo le ofreció la oportunidad de desarrollar su increíble talento; hasta el punto de reinar en el Royal Ballet de Londres, llegando a ser nombrado con una orden de honor por la reina de Inglaterra. Sin embargo, aquí es donde asoma su cabeza fea la fatalidad de una cultura que se cantó la letra así misma con la bromita aquella de querer ser extranjero como una profesión; porque no más alcanzando la cumbre de su éxito, he aquí que Acosta trata de volver a ese pueblo suyo —que es el que es racista— restregándole su éxito con la misma mezquindad que aquel se la negara.

Está claro que el talento de Acosta se limita a su maravilloso arte, pero también que carece de la sutileza que lo haga eficazmente político; cuando para dirigir una compañía hace falta un indiscutible talento político, sobre todo si se trata de un entorno tan complejo y movedizo como el cubano. El problema de Acosta habría sido entonces que su resentimiento no le permitió sobreponerse a las dificultades de su vida; en la que el racismo es apenas una dificultad natural —ni siquiera especial— dado ese entorno suyo. Para poder sobreponerse a esa fatalidad, Acosta tendría que haber sido generoso con la vida y no rebajarse a la mezquindad de sus enemigos; pero él justo no le perdonó a la vida esa piedra que fue la Alonso, ni siquiera porque le acercó un poco —aunque fuera a regañadientes— a su esplendorosa realización.

No es que Alicia Alonso no merezca la bofetada sin mano de esa biografía de Acosta, es el talento de Acosta el que no merece esta humillación; a la que se expuso el bailarín, como si desconociera la naturaleza terrible de ese régimen al que se enfrentaba ladino por tan poca cosa, queriendo bailar en casa del trompo. Es absurdo que el régimen cubano le fuera a poner esa zancadilla a la mayor autoridad de ballet clásico en sus predios; y Acosta habría pecado de soberbio, exhibiendo esa arrogancia en un medio que no duda en acudir a la violencia para reprimir contestatarios, en una impunidad otorgada por estas sinuosas victorias como la de Acosta.

Acosta pudo mantener un bajo perfil, pero prefirió negociar con el mal, ignorando que el mal nunca pierde; justo porque es tan inconsistente que escabulle el cuerpo y hace imposible encajarle el golpe, no importa lo bien medido o merecido. La inteligencia es un requisito indispensable del talento político, y este lo es para sobrevivir con tanta personalidad en Cuba; la buena noticia es que no es necesario, y para Acosta lo era menos todavía, siendo su triunfo indiscutible la más soberbia humillación de la Alonso; al menos así fue como pasó con los grandísimos maestros, que emigrados de la prepotencia proletaria sentaron escuela, justo por no desgastarse en esas mezquindades.

Esta inconsistencia suya —que lo iguala a sus enemigos— era ya patente en la soberbia con que Acosta aludía a su propia excepcionalidad profesional; sobre la base de que era negro, heterosexual y masculino, con esa insolidaridad de género para con homosexuales y afeminados. Por otra parte, si tan importante es su peculiaridad racial como para alegrarse de ella, no debería extrañarle que quienes la ven como dificultad lo marginaran por ello; que es en lo que el chiste de la ciudadanía sueca es una magnífica metáfora, pero no por lo racial sino porque aludiría a ese carácter supuestamente civilizado que haría superior a los suecos; quienes en su desarrollo político y ético son tan distintos de esa generalidad a que se ha reducido el pueblo cubano en su ansia de extranjería, tan comprensible como vulgar.

Ninguna puesta más hermosa que esa escenificación de Carmen en el Gran Teatro de la Habana, que justo se llama Alicia Alonso; pena que se malograra con tan sucia pirueté, capaz de envalentonar a quienes sin dudas ya estaban a punto de rendirse fatigados. Quizás le sirva para comprender que Numancia se perdió, y que negociar a veces es heroico por el nivel de humanidad que comprende; si al final, de nada nos vale distanciarnos de un enemigo que nos iguala en esa necesidad de vencerlo, que es lo que lo hace invencible en nuestra debilidad. Enseñanza vital para los negros, que como el sublime Acosta penan por vivir como los blancos; sin darse cuenta que es en eso en lo que han sido por siempre quebrados, porque es en ello que han perdido su propia y preciosa humanidad.

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