Friday, June 10, 2016

¿Alguien recuerda el sagrado imperio romano germánico?

En la Alemania medieval, la elección del emperador no la decidía la plebe, que ni siquiera asistía al espectáculo final de la coronación; y por increíble que parezca, la elección del presidente norteamericano ha llegado a emular el proceso medieval, confirmando los temores sobre una contracción política al feudalismo. No es extraño, las relaciones políticas medievales estaban basadas en el vasallaje; que es lo que hoy en día es la lealtad personal, como la que ha organizado a la élite del partido demócrata tras Hillary Clinton. En el 2008, la novedad todavía potencial de internet permitió al concepto de la democracia moderna imponer un candidato original como Obama; por eso, al tiempo que se concretaba aquel traspaso insólito, se rediseñó la estrategia, que impusiera de una vez el carácter dinástico de la elección.

Así, para evitar fiascos, se amplió el círculo de electores a la pequeña aristocracia de las corporaciones; estaba claro que no bastaba el dinero de los banqueros, había que incorporar a la oligarquía, que mantendría a raya a la plebe. Es así que a los duques de Wallstreet se sumarían los ducados de Google y Amazon, y los condes de la prensa; que tras la fuerte personalidad vizcondal de sus anchors, se encargarían del manejo de la plebe, agitando el fantasma ridículo de Donald Trump. No importa ni siquiera la evidencia de un proceso viciado en todos sus pasos, porque lo que importa es la continuidad legal y no la legitimidad; esta puede emularse con el endorso final de los señores con ascendiente popular gracias a su bondad, que prodiguen su bendición sujetos por la disciplina del partido, como los obispos con la iglesia.

Todavía hubo una esperanza en el carácter obispal de esos príncipes electores, que ante la evidencia del fraude respaldaran un candidato de compromiso; no que reconocieran la legitimidad del candidato popular, pues eso claramente significaría la muerte del partido en la forma convencional que los mantiene a todos; pero sí que condicionara esa arrogancia de un partido aristocrático, que manipula tan abiertamente su discurso supuestamente liberal. No fue así, Elizabeth Warren se plegó a la estrategia del partido, puede que pensando en su candidatura del 2020; pero si ese es el caso, olvida que hoy comenzó su propio proceso de deslegitimación, demostrando al partido su factibilidad. Puede que tanto pragmatismo sea un pequeño paso para la senadora, pero es un gran paso para la política profesional; que ha construido su legitimidad como un producto vendible, y ahora lo mercadea a esos intereses que la pueden coronar.

A Warren le faltó la osadía con que Obama desafió al partido, basado en la autenticidad de ese ascendiente suyo y su propia creatividad; y la salvedad es que para llenar los zapatos de Hilary hay que caminar las millas de Hillary, hacer las mismas genuflexiones lumbares y tender las manos igual; así que en el 2020 es difícil que Warren tenga algo que ofrecer, además de lo que parecía ser pero no se concretó nunca en tanto pragmatismo. La plebe por su parte tiene estos cuatro años —que nadie sabe cómo transcurrirán— para hacerse a la idea de su falta de representación real; con un período en que se acelerará la feudalización de la economía, liberando las manos de los señores feudales sobre la gleba.

La elección de Hillary significa la continuidad de un diseño político al que ya tuvo que plegarse Obama, con todo y su creatividad; y que habría sido implementado —¡sorpresa!— por Bill Clinton, aunque se dibujaran sus líneas generales con Ronald Reagan. La competencia de Hillary fue sancionada hace ocho años por el Comité de Relaciones Internacionales; que es el examen de pureza ideológica al uso, como antes lo era la de la sangre. Ahora, la imposición de los tratados comerciales se reducirá finalmente al trámite burocrático; y gracias a ellos, por fin se garantizará a los consorcios energéticos la transición a las energías renovables con los mismos niveles de costo para la población, que es lo que importa.

Pareciera asombroso —pero no debería serlo— el entusiasmo de ese sector ilustrado del liberalismo femenino cubano; sobre todo después del fraude generacional que fueran la FMC, la UNEAC y el partidismo. Pero no lo es si se tiene en cuenta que el vasallaje feudal es la cultura política que viven en sus burbujas de élite universitaria; y sobre todo que su liberalismo se reduce a la necesidad de derechos reproductivos propios y de igualdad de género, pero que no por ello será consistente y orgánico. En definitiva, gracias a este sesgo ideológico, todos ignoran olímpicamente que antes de Hillary hay historia; como la de la mujer negra que sin ser la esposa de un presidente, y atravesando toda la nomenclatura de los republicanos —sí, los hate mongers— llegó a la secretaría de estado, y mantuvo en ella su credibilidad; porque a Condoleza Rice se le podrá achacar todo lo que es propio de un secretario de estado norteamericano, pero hasta ahí llegó por sí misma.

No comments:

Post a Comment