En la Alemania medieval, la
elección del emperador no la decidía la plebe, que ni siquiera asistía al espectáculo
final de la coronación; y por increíble que parezca, la elección del presidente
norteamericano ha llegado a emular el proceso medieval, confirmando los temores
sobre una contracción política al feudalismo. No es extraño, las relaciones
políticas medievales estaban basadas en el vasallaje; que es lo que hoy en día
es la lealtad personal, como la que ha organizado a la élite del partido
demócrata tras Hillary Clinton. En el 2008, la novedad todavía potencial de
internet permitió al concepto de la democracia moderna imponer un candidato
original como Obama; por eso, al tiempo que se concretaba aquel traspaso
insólito, se rediseñó la estrategia, que impusiera de una vez el carácter
dinástico de la elección.
Así, para evitar fiascos, se amplió
el círculo de electores a la pequeña aristocracia de las corporaciones; estaba
claro que no bastaba el dinero de los banqueros, había que incorporar a la oligarquía,
que mantendría a raya a la plebe. Es así que a los duques de Wallstreet se
sumarían los ducados de Google y Amazon, y los condes de la prensa; que tras la
fuerte personalidad vizcondal de sus anchors, se encargarían del manejo de la
plebe, agitando el fantasma ridículo de Donald Trump. No importa ni siquiera la
evidencia de un proceso viciado en todos sus pasos, porque lo que importa es la
continuidad legal y no la legitimidad; esta puede emularse con el endorso final
de los señores con ascendiente popular gracias a su bondad, que prodiguen su
bendición sujetos por la disciplina del partido, como los obispos con la
iglesia.
Todavía hubo una esperanza en el
carácter obispal de esos príncipes electores, que ante la evidencia del fraude
respaldaran un candidato de compromiso; no que reconocieran la legitimidad del
candidato popular, pues eso claramente significaría la muerte del partido en la
forma convencional que los mantiene a todos; pero sí que condicionara esa
arrogancia de un partido aristocrático, que manipula tan abiertamente su discurso
supuestamente liberal. No fue así, Elizabeth Warren se plegó a la estrategia
del partido, puede que pensando en su candidatura del 2020; pero si ese es el
caso, olvida que hoy comenzó su propio proceso de deslegitimación, demostrando
al partido su factibilidad. Puede que tanto pragmatismo sea un pequeño paso
para la senadora, pero es un gran paso para la política profesional; que ha
construido su legitimidad como un producto vendible, y ahora lo mercadea a esos
intereses que la pueden coronar.
A Warren le faltó la osadía con que
Obama desafió al partido, basado en la autenticidad de ese ascendiente suyo y
su propia creatividad; y la salvedad es que para llenar los zapatos de Hilary
hay que caminar las millas de Hillary, hacer las mismas genuflexiones lumbares
y tender las manos igual; así que en el 2020 es difícil que Warren tenga algo
que ofrecer, además de lo que parecía ser pero no se concretó nunca en tanto
pragmatismo. La plebe por su parte tiene estos cuatro años —que nadie sabe cómo
transcurrirán— para hacerse a la idea de su falta de representación real; con
un período en que se acelerará la feudalización de la economía, liberando las
manos de los señores feudales sobre la gleba.
La elección de Hillary significa la
continuidad de un diseño político al que ya tuvo que plegarse Obama, con todo y
su creatividad; y que habría sido implementado —¡sorpresa!— por Bill Clinton,
aunque se dibujaran sus líneas generales con Ronald Reagan. La competencia de
Hillary fue sancionada hace ocho años por el Comité de Relaciones Internacionales;
que es el examen de pureza ideológica al uso, como antes lo era la de la
sangre. Ahora, la imposición de los tratados comerciales se reducirá finalmente
al trámite burocrático; y gracias a ellos, por fin se garantizará a los consorcios
energéticos la transición a las energías renovables con los mismos niveles de
costo para la población, que es lo que importa.
Pareciera asombroso —pero no
debería serlo— el entusiasmo de ese sector ilustrado del liberalismo femenino cubano;
sobre todo después del fraude generacional que fueran la FMC, la UNEAC y el
partidismo. Pero no lo es si se tiene en cuenta que el vasallaje feudal es la
cultura política que viven en sus burbujas de élite universitaria; y sobre todo
que su liberalismo se reduce a la necesidad de derechos reproductivos propios y
de igualdad de género, pero que no por ello será consistente y orgánico. En
definitiva, gracias a este sesgo ideológico, todos ignoran olímpicamente que
antes de Hillary hay historia; como la de la mujer negra que sin ser la esposa
de un presidente, y atravesando toda la nomenclatura de los republicanos —sí,
los hate mongers— llegó a la secretaría de estado, y mantuvo en ella su
credibilidad; porque a Condoleza Rice se le podrá achacar todo lo que es propio
de un secretario de estado norteamericano, pero hasta ahí llegó por sí misma.
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