Ignacio
T. Granados
Las oposiciones directas y
proporcionales son falaces, porque en tanto abstractas tienen poco que ver con
la realidad; pero por lo mismo son recurrentes en los discursos ideológicos,
que suelen ser reducciones —at absurdum—
y racionalizaciones excesivas de verdades aparentes. De ahí que, en la actual
carrera presidencial, la tensión se establezca entre Hillary Clinton y Donald
Trump como contendientes directos; que en realidad es una oposición aparente,
ya que Hillary es la favorita oficial pero no la popular, evidenciando la otra contradicción
del elitismo del partido. En ese sentido aún, se trata de descaracterizar a
Trump por su retórica extremista y radical; en que, apelando a la manipulación
moral, empuja al partido republicano hacia la extrema derecha del
conservadurismo evangélico; así supuestamente opuesto al extremismo de
izquierdas de Bernie Sanders por el lado demócrata, y frente al que Hillary se
vende como una moderada racional. Sin embargo, ahí mismo vuelven a saltar las contradicciones,
por la compleja actualidad política de los Estados Unidos; en la que ya ni
siquiera se trataría de una crisis del modelo capitalista en puridad, sino de una
crisis provocada por los excesos que lo llevan a un neo feudalismo virtual.
En ese sentido, que ya es de una
situación paradójica —y por tanto compleja y llena de sutilezas— ya todo lo que
ocurra es paradójico por principio; resultando que el extremismo aparente de
Sanders con su militancia socialista es la contradicción de esta distorsión neo
feudal del capitalismo; que lo equilibraría en la precariedad de un modelo
económico individualista y en ello industrial antes que corporativo. Esta
derivación al corporativismo habría sido una distorsión, por la que el modelo
resulta en socialista por su dependencia de una burocracia parásita; que en la
forma de falsa clase media en la administración ejecutiva de las corporaciones,
es la responsable del empobrecimiento poblacional y la ineficiencia en los
procesos productivos; que sería justo lo que hizo colapsar a las economías del
llamado socialismo real, antes que su violencia política. Además de esta
primera contradicción, estaría la otra —derivada
de esta— de la naturaleza práctica del discurso de Sanders; frente al mayor
moralismo —y en ello hipócrita por su convencionalidad— de Hillary Clinton, en
su crítica del aparente populismo de Sanders; y que en realidad es una relación
de concesiones sistemáticas al corporativismo neo feudal, en un elitismo económico
solapado; que no es menos —sino más— grave que en la tradición republicana, ya
que incidirá más fuertemente aún en ese empobrecimiento de la población.
De ahí que la tensión verdadera sea
entre el extremismo de la derecha evangélica con Trump y el del liberalismo
económico de Hillary Clinton; frente a los que el socialismo ideológico —pero
no programático— de Sanders resultaría en un conservadurismo moderado, dirigido
a la preservación de los principios capitalistas del individualismo moderno. En
definitiva eso sería lo que está en peligro, ante el empuje del radicalismo
evangélico y el corporativismo económico; ambos fuertemente colectivistas, como
modelos basados en la intrusión, la vigilancia, la culpa, la frustración y el
adocenamiento. Esta paradoja habría sido introducida por una deformación
anterior, en la resistencia reaccionaria a la elección del primer presidente
negro por el partido demócrata, en la figura de Barack Obama; que aunque
encausó el compromiso demócrata con el corporativismo —gracias a un inmenso
capital político— como desde entonces prometía Hillary, no pudo evitar esta
reacción; ya que no sólo se trataría del poder económico en su manipulación de
las estructuras políticas, sino también del elitismo en este tanto como en las
mismas. La relación entre Donald Trump y Clinton es tan fuerte y recurrente que
es anterior a la emergencia de Barack Obama contra Hillary; poniendo en
sospecha esa conversión de Trump apelando al radicalismo evangélico, como una
posible manipulación para exacerbar los ánimos en favor del liberalismo de
Clinton; toda vez que el interés real de Trump no estaría en la presidencia
misma sino en el control del partido republicano, secuestrándolo
ideológicamente.
Esa sería la razón de la retórica y
el moralismo de esta confrontación actual, enmascarando su verdadero carácter tradicionalista;
dado por la contradicción de la estructura política como convención sobre el
orden social, ahora doblemente subvertido —por el neo feudalismo económico y la
emergencia de una élite étnicamente singular— y por ello en crisis. El problema
con el partido demócrata entonces parece ser que ha quedado atrapado en la doblez
de su discurso ideológico y su práctica social; lo que además, lejos de
reflejar una contradicción entre su élite política y su base popular, parece
ser más un caso de contradicción ontológica; por el que ya la misma base popular
es elitista en su liberalismo, actuando en contra de sus propios intereses; en
ese desclasamiento por el que aspira al ascenso convencional en la pirámide
económica, sin atender la imposibilidad de una estructura pensada para
impedirlo; como de hecho ocurre en el vasallaje en que se reorganizan las
relaciones de producción, con el modelo de subordinación neo feudal del
corporativismo postmoderno. La pregunta de quién es el candidato correcto,
depende entonces de cuál partido demócrata es el que lo postula; si el que
accede a una auto corrección en la contracción al industrialismo
individualista, el partido de la aristocracia neo feudal.
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