Sunday, March 6, 2016

Otra vez la excepción norteamericana

Por Ignacio T. Granados Herrera

Quienes critican el excepcionalismo norteamericano deberían reconocer que el desarrollo es dialéctico y sólo ocurre a través de la excepción; ya que los órdenes se establecen en el equilibrio como búsqueda de la estabilidad, que sólo accede al cambio por la fuerza de su circunstancia específica. A esa característica del desarrollo se debe la excelencia relativa de la democracia occidental, como un modelo nacido en la Grecia arcaica; cuando el quiebre de la cultura minoica interrumpió el desarrollo natural del estado absoluto por su determinación trascendente en las prácticas religiosas; pasando a determinarse en el comercio fenicio con la preponderancia de Micenas, que le imprimiría ese carácter profundamente secular al germen mismo de Occidente. Esa misma sería la razón que permitiera el desarrollo del monoteísmo, al extraerlo desde las estructuras tradicionales politeístas con diversos éxodos; no sólo el de Abraham desde Ur de los caldeos sino también el de José hacia Egipto y el de Moisés desde este país, y el del cristianismo desde la pusilanimidad de San Pedro.

En ese sentido, la república romana ni siquiera sería descendiente directa de la democracia griega, por más que retuviera su referencia; ya que muy a pesar del romanticismo patriótico y manipulador de Virgilio, se ascendiente verdadero estaría en la cultura etrusca, de la que heredaría la cosmología griega. Es en ese mismo sentido que hoy día Estados Unidos repetiría la misma tendencia que corrompió a la tradición política latinoamericana; con el secuestro de su propia tradición por unos partidos de la oligarquía, que se dirigen a la destrucción tanto del sistema capitalista como de su propia naturaleza democrática. Prueba de eso es el carácter dinástico que habría adquirido la estructura política de una cultura eminentemente popular —y populista— como la norteamericana; reproduciendo fenómenos terribles como ese de la herencia, cuya última manifestación es Hillary Clinton, pero que ya sería tradición con hitos como las familias Kennedy y Busch. 

No obstante, sería ahí donde recurra la importancia del excepcionalismo norteamericano, aunque no como el elemento supremacista con que se le invoca; sino por el contrario, como ese hito en que la regularidad alcanza un valor apoteósico y por tanto excepcional, que permite un nuevo desarrollo si bien y más o menos traumático y difícil. Tal es el caso de la actual confrontación en la carrera presidencial al interior del Partido Demócrata, que augura una experiencia profundamente divisiva en sentido ideológico; más aún que cuando se trató de la elección entre la primera mujer y el primer negro, porque en este caso se trata de un viraje ideológico, que es como decir cosmológico. La mayor convencionalidad de Hillary Clinton induce a l aritmética fácil de una mayor elegibilidad suya frente a los contendientes republicanos; sin embargo, esta misma mayor convencionalidad suya también augura la continuidad del orden mismo, que sería lo que está en decadencia, dando ese alcance ideo-cosmológico al conflicto. No se trata sólo de que a estas alturas la elección de Sanders sea un viraje natural, que corregiría los excesos del viraje anterior al neoliberalismo; sino de que, de modo incluso puntual, la figura de Bernie Sanders tiene más posibilidades en el voto popular frente a cualquiera de los contendientes republicanos. 

La insistencia del Partido Demócrata en el continuismo convencional de Hillary Clinton evidencia la misma tendencia suicida del Partido Republicano; eso es lo que indica que lo que está en crisis es el sistema mismo, y que no se trataría —como puede parecer— de la democracia tradicional; sino que en vez de eso sería del modelo mismo del capitalismo moderno, a través del corporativismo neo feudal, como verdadera aunque tangencial amenaza a esa democracia. Esa sería la tendencia natural como epítome de la política moderna, igual que la de las monarquías absolutas de carácter religioso en la antigüedad; pero también la ocasión del excepcionalismo que ha protegido a la cultura política norteamericana, sobreponiendo la voluntad popular a la manipulación ideológica de los partidos tradicionales. Eso podría ocurrir lo mismo por un repliegue del voluntarismo de las élites políticas, en aras de mantener la gobernabilidad de la clase trabajadora; que si bien ya corrompida por las prácticas del consumismo, ya estría arrinconada en su depauperación creciente, afectada en su propia capacidad de consumo. 

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Eso sería lo que haya completado el ciclo corporativista, derivando el modelo a una seudo democracia que escondería el vasallaje feudal de la población; propiciando esa rebelión no violenta reflejada en las contradicciones de las encuestas alrededor del proceso político, de las que emerge un Bernie Sanders magullado pero sonriente en su apoteosis. Sería entonces la contradicción directa de esa práctica tradicional que corrompe a la política como una cuestión dinástica, haciendo a la democracia más efectiva; como al fin y al cabo ocurrió cuando sobrevivió en el republicanismo romano a la decadencia dictatorial griega, y en el norteamericano al absolutismo medieval europeo. Curiosamente sin embargo, esta excepcionalidad es mayor que en cualquier caso anterior, provocando mayores tensiones incluso; ya que en ningún caso anterior la democracia sobrevivió al empuje oligárquico, que sí alcanzó a secuestrar el tejido económico del capitalismo y con este su alcance democrático. Lo doblemente excepcional es si en este momento el capitalismo logra sobrevivir a ese secuestro por las oligarquías, lo que sólo sería posible en un repliegue político suyo; ya que esta apoteosis del corporativismo neo feudal sería un exceso suyo, sólo evitable en la madurez de una corrección interna que nunca antes habría ocurrido.

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