Por
Ignacio T. Granados Herrera
La
navaja de Ockan es un principio lógico distorsionado por la corrupción de las prácticas filosóficas, que lo suelen
presentar como una proposición suficiente; normalmente se le postula como que
la explicación más sencilla es la verdadera, cuando en verdad reza que en
igualdad de condiciones esta es sólo la más probable. En realidad, el principio
original reza literalmente que Numquam
ponenda est pluralitas sine necessitate; lo que es entonces un principio
negativo, o condicionamiento de un postulado, antes que un postulado positivo,
traducible como que “no hay que complicar las cosas sin necesidad”. Es en ese
sentido que es más un condicionamiento, como una precaución, ante el peligro
normal de complicar las cosas innecesariamente; lo que ya se ha establecido
como un axioma común entre los escolásticos, y en su libro de la Física (I.IV),
Aristóteles aconsejaba limitarse al momento de postular antítesis y problemas. La
diferencia radica en que como se la postula normalmente es una simplificación
excesiva, de hecho indemostrable y por ello falaz; mientras que en su
postulación original es una aplicación infalible de la lógica como método,
sujeto al principio de economía del universo, por el que lo que no es necesario
no ocurre.
Este mismo principio de economía —como principio al
fin— es complejo y sutil, digno del de Ockan, uno de los maestros más sutiles
de la escolástica; ya que esa necesidad no es necesariamente lógica sino
fenoménica y natural, sólo adjudicable a la lógica como mecánica y no en este
carácter fenoménico mismo; lo que a su vez es plausible, dado que el fenómeno
del conocimiento sería en sí una naturaleza, atenida en ello a los principios
universales de la mecánica. Así, dos proposiciones en igualdad de condiciones
responderán inevitablemente a este principio económico; pero en tanto este sólo
garantiza el tenso y precario equilibrio en que ocurre la realidad, como
extensión la natural en que ocurren los fenómenos reales. Sin embargo, una
desigualdad de condiciones rompería precisamente ese precario equilibrio; tal
sería el caso de las posiciones de poder, bien se trate de un poder efectivo o
la misma tradición como autoridad. En ese caso la navaja de Ockan se volvería
contra el inexperto barbero que no la sabe manipular, al desautorizarlo como
una falacia; que en tanto vicio de la lógica será inevitablemente superado por
la lógica misma de la otra proposición, incluso si en principio esta misma es
pobre.
Esto último es paradójico, puesto que un error no se
corrige con otro error, creando más bien una cadena de distorsiones; lo que sin
embargo no tiene en cuenta la naturaleza relativa del conocimiento, como
representación forma de la verdad; que en tanto propia del objeto permanece en
el mismo, sólo representada de forma más o menos adecuada en el proceso de
conocimiento. De ahí que en últimas, la razón misma del conocimiento es
práctica e inmediata, relativa a su utilidad; incluso si se trata de un
conocimiento sistemático y trascendente como el de la filosofía, que igual está
sujeto a una evolución paulatina; que mejora progresivamente por su propia
capacidad auto referencial en su propio carácter acumulativo y exponencial. Que
es lo que hace que entre dos proposiciones erróneas la más factible sea siempre
válida, no importa si errónea; ya que el margen de error propio del sistema en
que ocurre es susceptible de hacer las correcciones necesarias en su propia
evolución.
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