Saturday, February 13, 2016

Haberkon con su música a otra parte, pero después de joder la fiesta

Por Ignacio T. Granados Herrera

Como para despedir el año con mucho drama, el prestigioso periodista uruguayo Leonardo Haberkon publicó el Diciembre del 2015 un artículo en su blog El informante; lo dramático se debe a que anunciaba a bombo y platillo, como buen periodista, su renuncia a seguir dando clases de periodismo en la Universidad ORT de Montevideo. La causa de la renuncia es risible justo por lo dramática, ya que el honorable periodista se declaraba vencido por los medios sociales; como el Umberto Eco que protestaba del acceso de la imbecilidad a la tecnología, Haberkon se niega a lidiar con un ambiente determinado a permanecer imbécil. Los argumentos del doctor Haberkon, como los de Eco y eventualmente los de Vargas Llosa en la misma letanía, son sobre todo razonables; sólo que un problema no ocurre sencillamente sino que se desarrolla, tiene una génesis, y un mínimo de decente consistencia debería mirar hacia esa determinación.

Como bien sentencia la sabiduría popular, para bailar el tango hacen falta dos —a menos que sea artístico y artificial— y para que haya un problema también; eso como mínimo, señalando que poco se gana con quejarse en vez de tratar de entender la situación, y hasta qué punto no participó uno mismo de ella… como su propia determinación. Haberkon no tiene en cuenta que la degradación intelectual es justamente gradual, y que si él mismo es posterior al pico del siglo XVII es entonces parte de ella; como esa altanería con que el periodismo se alzó como un cuarto poder, igualándose en corruptibilidad a los tres tradicionales; en vez de permanecer en la modesta funcionalidad del contra poder, que era en definitiva lo que le otorgaba valor político real y no aparente; con el arbitrio y la vigilancia de la contradicción en que se relacionan los otros, en vez de participar de esa misma corrupción de estos.

Haberkon podría haberse fijado —con más modestia— cómo la cultura no amaneció un día ya wikipédica y googlesca sin remedio; sino que descendió allí bailando el falso minué en la escalera del Diablo, que la llevó primero a enciclopédica con el esplendor del periodismo clásico, y de ahí a libresca. Podría haberse fijado también en la forma en que se introdujo la banalidad en su propia profesión, con ribetes de falso misticismo intelectualoide; no ya con el absurdo del relativismo en la libertad de criterio, que no le exige responder al menos a un parámetro de sentido común, respeto y racionalidad; sino aquella trampa del llamado nuevo periodismo, que sirvió para disfrazar la banalidad de la opinión con el expediente de la experiencia dramática. En vez de todo o siquiera algo de eso, Haberkon se limita a rasgarse las vestiduras como desde siempre han hecho los fariseos; cuya terquedad por otra parte se limita a su sempiterna incomprensión del sentido práctico de los saduceos, en un conflicto tan irresoluble que sólo se solucionará cuando acepten todos que están equivocados.

Si las nuevas generaciones están intelectualmente perdidas, antes de renunciar con altanería podría cuestionarse a sí mismo y hasta a todo su gremio; después de todo fueron ellos los que secuestraron el ámbito de la elaboración intelectual, secuestrando la formación de los jóvenes con esa pretensión de liderazgo que es sólo disfraz del egocentrismo. Quizás esta renuncia de Haberkon sea el mejor regalo que pueda hacerle al mundo, si siendo consecuente sigue con su renuncia a seguir repitiendo cosas que a nadie le importan; y que no es porque la gente sea banal, sino porque el banal es él con ese falso intelectualismo que sólo le sirve para señalar al resto con el dedo. No obstante eso es pedir demasiado, porque el problema con Haberkon es que él forma parte del sistema y su frustración se debe a la pérdida de relevancia; no obstante, le preguntaría con dejo cínico si todavía usa el punto y coma o ya lo desechó también por complejizar demasiado las ideas, en esa naturaleza discursiva —no reflexiva— del criterio. A él, como a los que dicen que leer es importante para desarrollar un criterio propio, habrá que recordarles que sólo lo hacen para imponer el de ellos; que es lo que pretenden con ese altruismo de cartón, ya desde los tiempos de los sofistas que escandalizaron al mismísimo Sócrates.

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