Por Ignacio T. Granados Herrera
Dice la tradición que cuando
presentaron a Jesús ante el sumo sacerdote Caifás, este dijo —inspirado por el
Espíritu Santo— que convenía que uno muriera para salvar al resto; y cuando ya
parecía que nada podría llevar a los norteamericanos al consenso político en la
carrera presidencial, muere el juez Antonin Scalia. El problema con la muerte
de Scalia, es que siendo el voto de la extrema derecha deja desbalanceado el
equilibrio en la Corte Suprema; con un presidente saliente progresista y una
perspectiva favorable a cualquier candidatura demócrata, visto el descalabro de
las republicanas. No es que el Partido Demócrata esté en un buen momento ni
mucho menos, está comprometiendo su credibilidad con el favoritismo por Hillary
Clinton ante el empuje popular de Bernie Sanders; pero es que el Partido Republicano
está en franca crisis, con una miríada de precandidatos que pareciera una
emisión del mupets show, con un front runer que hasta a los mismos republicanos
aterroriza.
Eso es lo que favorece por
default a cualquiera de los dos contendientes actuales que se alce con la
candidatura demócrata; lo que significaría una nominación a la Corte Suprema
que mantenga o ahonde el desequilibrio creado con la muerte de Scalia; a menos
que Hillary negocie un nombramiento conservador de compromiso, lo que es
impensable en Sanders pero no en ella. Más probable sin embargo es que el impase
se resuelva con un compromiso por el consenso extremo en el bando republicano,
apoyando a un candidato anodino como Jeb Busch; que le daría a ambos partidos
la posibilidad de reorganizar fuerzas, con un Sanders más cansado y una Hillary
ya fuera de juego por parte de los demócratas; mientras que por la parte republicana
se desarrollaría un nuevo liderazgo, que rescate a la base del partido del
secuestro en que la mantiene su extremismo religioso. La prueba estaría en el
llamado casi histérico del liderazgo republicano en el Congreso, para bloquear
cualquier nominación del saliente Obama para sustituir a Scalia; como señal de
un intento por parte del Partido de reagrupar sus fuerzas y ganar tiempo, estancando
el juego en el impase.
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La próxima señal sería la
renuncia de alguno o algunos de los precandidatos republicanos, bien sea el
bisoño e impracticable Marco Rubio o el increíble Carson; a lo que se añadiría
una mayor y más agresiva isolación del insumergible Donald Trump, advirtiendo al
extremismo de base para que se aparte y deje jugar a los expertos. Eso en
definitiva ya eso pasó en la cuna de todas las intrigas políticas que es la
Iglesia católica, cuando la muerte de Juan Pablo II; en que se eligió al
impapable de Ratzinger, consiguiendo el tiempo para consensuar un Mario Bergoglio
que ha garantizado la continuidad institucional, aunque sea de forma tan
traumática como su propia coyuntura política. En cualquier caso, lo cierto es
que la muerte de Scalia añade expectativas a una situación ya de por sí
compleja; y ante la enorme reserva creativa del ser humano y sus innumerables
intereses nada debe sorprender a nadie, y menos aún en el país en el que
Faulkner escribió Absalón, Absalón
inventando el Realismo trascendental que los latinos llamamos mágico.
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