Wednesday, September 2, 2015

Criticar a Trump

Por Ignacio T. Granados Herrera
Criticar a Donald Trump es fácil y puede que hasta grato, entenderlo es un poco más arduo y en ello debería ser más atractivo; no por el axioma un poco snob a estas alturas de que sólo lo difícil es estimulante, pero sí porque la dificultad suele esconder la comprensión más eficiente de los problemas. De hecho y en este caso puntual, por ejemplo, Trump no es ni siquiera un conservador en sentido estricto ni mucho menos un republicano; por lo que el matiz ultra conservador de su discurso también escondería ciertos matices en su triunfalismo, que es populista de algún torcido modo. En realidad Trump encarnaría la tremenda capacidad de un individuo para entorpecer el desarrollo progresivo de toda la estructura social; para lo cual, lo que menos necesita es un discurso racional, que es una de las convenciones más míticas e hipócritas de lo político. Esta lección que está dando Trump gratuitamente —por lo que sería incluso altruista— es la que no aprendió el llamado socialismo real; que resultando utópico para ajustar el de Moro como literario, es paradójica y perversamente copiado por el capitalismo en sus vicios corporativistas.

Trump no necesita tener razón, como no lo necesitó ninguno de los fenómenos políticos que en el mundo han sido; pues bien visto, el problema político sigue siendo el mismo desde aquellos días en el legendario Sumer. Desde entonces, lo único que ha necesitado un fenómeno político es la ineluctabilidad, bordada por su propia circunstancia; y la utilidad de esta enseñanza, como sobre nuestra propia intrascendencia y banalidad, sería la de corregir ese exceso de confianza de las élites progresistas; que apelando a la supuesta obviedad de sus exigencias racionales, se estrellarán siempre ante la tozudez de cualquier tipo, que ni siquiera tiene que ser el más rico y poderoso, ni mucho menos el más inteligente. De lo que se trataría es de otra lección de la diosa Paradoja, la de duros dedos que relumbra en el puño de la realidad como su victoria; porque no hay sociedad ni cultura que avance en su estructuralidad más rápido que el último de sus elementos.

Eso sería aún más complejo de lo que parece,  pues ese último de sus elementos no tendría que ser necesariamente el de los pobres; cuya única dificultad es la falta de recursos para alinearse en la misma convencionalidad que el resto, a los que entonces es igual; sino que este último sería ese de la marginalidad tan extrema que tan sólo con una cantidad suficiente de dinero puede convertirse en el incordio de la estructura total, incluso si es por mero egoísmo. Cosas de Paradoja al fin, la enseñanza no viene ni de la izquierda ni de la derecha, cuya convencionalidad esconde la naturaleza que los iguala como meros administradores; sino que viene de esa realidad misma del incordio, que insiste en que la atiendan desde aquellos días del lejano Sumer a la aciaga elección que perdiera Al Gore, y ahora la no menos insistencia de Hillary Clinton. Que el Incordio de Trump y no la alegre amenaza de Bernie Sander sea la contradicción política, indicaría lo lenta que va la evolución; que en vez de precipitarse en radicalidades, lo más probable (es la realidad y no el patético humano) es que acceda a algún tipo de mediación mediocre; como esa que ya se ha insinuado, de un Joe Biden que obedezca a la tradición vice presidencial con la legitimación de una Elizabeth Warren en el ticket.

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