Monday, September 7, 2015

El espectáculo de la sociedad, o crítica de la razón crítica II

Por Ignacio T. Granados Herrera
La crítica de nuestra banalidad es tan banal como su objeto mismo, teniendo sentido como valor moral pero nada más;  ya que en definitiva no comprende su origen y determinación,  siendo por tanto ineficiente en su esfuerzo. Puede aplicársele entonces el principio de la física como un axioma, en que la suma total de todas las fuerzas equivale a cero; que sería en lo que logren ese equilibrio, que si bien precario es un orden y en su continuidad sistemática una naturaleza. Tan abstrusa introducción es para referirse a esos contradictorios tomos, críticos como recurrentes en su moralismo sobre la superficialidad de la cultura contemporánea; menos contradictorio y más sustancioso en el original La sociedad del espectáculo; y más visible y pueril La civilización del espectáculo de Vargas Llosa, que es también el bestseller. Guy Louis Debord, marxista francés de mediados del siglo XX y por ende estructuralista tardío, sería tan snob como Vargas Llosa, el burgués latinoamericano que es también rey de corazones; y lo cierto es que ambos ignoran la calidad formal de la cultura como naturaleza en toda su positividad, si bien el primero la intuye u observa en su interés más sistemático; y que explicaría ese carácter reproductivo de la reflexión (reflejo), que alude a la representación de los fenómenos con otro sentido; que atribuido o propio de la representación difiere en ello del original, como el derivar el verbo latino especula del verbo espéculo (espejo).

Esta explicación no deja de ser abstrusa, pero como la misma realidad que trata de comprender o explicar; y que por tanto resultaría igual de incomprensible si se tuerce esta comprensión suya en la simplificación. La sociedad es inevitablemente del espectáculo, porque como cultura es el resultado de la reflexión de las determinaciones propias de la realidad; a la que entonces reproduciría con un valor propio, que en tanto humano es así su naturaleza como cultura, en ello artificial. Este es el aspecto antropológico que explicaría esa extrema teatralidad ritualista de todo lo humano, que al fin y al cabo es una liturgia invocando esas determinaciones originales; sean estas la eucaristía del Cristianismo o la graduación universitaria, que acuden al traje medieval para asentarse en su legitimidad. El premio Nobel que ostenta Vargas Llosa apela al frac en su relativamente mayor modernidad; porque en definitiva se trata de recursos formales, tan patéticos en su superficialidad como el acto mismo que legitiman. En esa cuerda de antropológico sentido común, antes que la crítica recurrida podrían haberse preguntado por ese sentido; que sería incluso trascendente como un principio metafísico o una dialéctica histórica, que para más burla vienen siendo lo mismo. Ahí quizás se hubiera comprendido cómo el origen mismo de la religión está en esta reflexividad de la cultura; que reproduciendo el poder de lo sobrenatural —como principio propio de lo natural— como potencia de las cosas se conforma como autoridad. 

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De ahí, lo reproduciría el gobierno civil en cuanto consiga desprenderse de la tutela religiosa, en la forma de protocolos; que administran la legitimidad del sistema en la Moral  como código de costumbres, igual que la Iglesia aún administra el depósito de Gracia, por ejemplo; que producido por la muerte de Cristo requiere de instancias que lo tramiten, desde la gran jurisdicción de la diócesis a la pequeña filial de la parroquia; y que además se resuelve como estilo de vida, que la alta burguesía mimetizará de la aristocracia no más logra independizarse de su tutela; como mismo esta lo reprodujo de la religiosa con su propia independencia, y que así como principio se proyectaría sobre la pequeña burguesía como baja clase media. Es aquí donde debería producirse la gran crisis, con la negación del principio por la acción contractiva de las clases superiores; que por su avaricia constante impedirán de modo sistemático el desarrollo de la baja clase media, como no lo pudo hacer la religión con la aristocracia ni esta con la alta burguesía. Esta crisis, planteada por el Marxismo como toma de conciencia por parte del proletariado, habría sido pospuesta inúmeras veces; pero obviamente el punto de tensión máxima ocurriría al momento de esta frustración,  en que la pequeña burguesía no consigue reproducir el estilo de vida de la alta. Una especie de perplejidad histórica que atravesaría el conflicto mismo, para pervertir las relaciones en el interior mismo de la sociedad socialista; incluso si estas relaciones son ya políticas antes que económicas, pero que igual resultan en esa perversión de la burocracia administrativa del estado, sea este político o económico. 

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La perversión del sistema es así un principio que lo rige, dando razón a esta banalidad de su crítica continua; pero no eficacia, porque la crítica no evitaría la perversión sino que aliviaría su culpa tras esa banalidad del substancialismo puritano. La perversión como principio provendría del primer momento reflexivo mismo, en que el Poder como potencia fue representado en el hieratismo imposible; que asociándose a la autoridad identificaría el estilo con la substancia, cuando este es necesariamente puntual y en ello relativo. Pero ese fenómeno, como la gran revolución del proletariado es otro en el que convergen otras determinaciones; incapaces en la utopía del llamado socialismo real de impedir este mimetismo, que es así reflexivo y no un síntoma de corrupción o debilidad moral. Un fenómeno que reproducido a su vez a lo largo de la evolución de las relaciones económicas, sería lo que resuelva en definitiva los estilos de vida individuales; esos actos tan patéticos y banales en su superficialidad que inevitablemente suscitan la patética y banal superficialidad de su crítica, por parte de esos tan patéticos y banales superficiales.

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