Monday, September 21, 2015

Crítica de las leyes de la dialéctica (Frag.)

Por Ignacio T. Granados Herrera
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El Materialismo obvia en su carácter idealista los valores cualitativos de la realidad, dados en la función con que se relacionan entre sí los elementos en que se estructura; y que obedecería justamente a la segunda ley de la dialéctica, como la transformación de lo cuantitativo en cualitativo. De hecho la extensa elaboración de Lenin en este sentido no es exhaustiva, respondiendo a una simple intuición sobre la insuficiencia del Marxismo al respecto; ya que desde un punto de vista realista —no materialista—, esta ley se refiere a la reorganización de las estructuras según su acumulación de masa crítica; que actuando sinérgicamente en o sobre sí misma, resulta en una exposición exponencial, alcanzando los desarrollos que abren el círculo del determinismo en la espiral dialéctica.

Sería entonces por esa incomprensión básica que, desde sus propios orígenes en el trascendentalismo pitagórico, el Idealismo posea esa rigidez ética[1]; que a lo más que puede acercarse es a una contraposición maniqueísta con la realidad, sin llegar a comprenderla en su propio alcance cualitativo. Algo bien grave si paulatinamente la cultura como naturaleza específicamente humana se hace más compleja y sutil, alcanzando niveles exponenciales de segundo y tercer grado; y que sería la contradicción subyacente por la que el mismo Carlos Marx violentará la racionalidad excelente de su sistematización, bajo la presión de lo político como falsa necesidad, que irrumpe distorsionando el sistema. Eso se vería más claramente en el caso de las elaboraciones de Lenin, por ser este más abiertamente doctrinal, hasta el punto de violentar y contradecir este determinismo economicista del Materialismo; con premisas que serían incomprensibles por su carácter volitivo, y por las que en últimas se introduciría el fenómeno de la corrupción en el sistema.

Esto se refiere a la absurda identificación de la corrupción como una característica negativa inherente al dinero, que desconoce en ello su valor antropológico y convencional; ya que el dinero sería el símbolo en el que se conviene la función natural del poder por su valor transaccional[2]. De ahí que la simple eliminación del dinero, como ocurrió en el caso del llamado socialismo real, no evite la corrupción sino que de hecho la potenciaría más aún; ya que al no ser legislada y comprendida en las regulaciones de su convencionalidad, se hace así esa misma fuerza facultativa que irrumpe distorsionando el sistema; aunque esta vez eso ocurra por medio de las cuotas de poder directo de la burocracia política, que asumen este valor transaccional propio del dinero.
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Más interesante sin embargo que el problema de la dialéctica misma sería su semejanza funcional —y por ende sistémica— con la termodinámica; cuyas leyes serían así una aplicación de los principios mecánicos a la comprensión de la realidad, con su redeterminación en un sentido específica-mente humano. En ese sentido, la primera ley de la dialéctica no sería la de la lucha de contrarios sino la de los cambios cuantitativos en cualitativos;  correspondiéndose con el de la conservación de la energía, en tanto la cultura no ocurriría en el vacío sino cono resultado de esta exponenciación de la realidad en su estructuralidad a su propia potencia. De ahí se seguiría la de la lucha de contrarios, que como principio de complementariedad aludiría a la consistencia de esa realidad en cuanto humana; que en tanto histórica —o cultural— posee esa ambivalencia de lo inmano trascendente como su propia constitución formal, a diferencia de la realidad en cuanto tal; cuyo valor sería sólo inmanente, pues sólo existiría con respecto a sí misma hasta para su determinación, en esa propia suficiencia suya.




[1] Históricamente, el Idealismo se originaría en Platón, y de este se desprendería el Realismo con las elaboraciones de Aristóteles; sin embargo, el mismo Platón encontraría su propio ascendiente en el trascendentalismo pitagórico, bien que a través de la contracción de la tradición sofística en Sócrates. De ahí la naturaleza filo religiosa que explica el trascendentalismo tanto en Platón como en sus derivaciones posteriores; de las que el ejemplo más contundente sería Plotino, pero más importante aún sería su ascendiente maniqueo (neoplatónico) sobre San Agustín, que es la determinación formal del Idealismo en su transición al Medioevo./ El tema de la rigidez ética se referirá a la filiación general entre las grandes escuelas filosóficas de Atenas y las menores; resueltas estas últimas como éticas, mientras que las dos mayores del Idealismo platónico y el Realismo aristotélico tendrían un valor más referencial y cosmológico, aunque incluyan una ética. En general, lo que puede observarse es una filiación más natural entre el Idealismo filosófico y el estoicismo ético; que a su vez impone esta misma filiación natural entre el Realismo y el hedonismo específicamente epicúreo, aunque esto último no pudiera rebasar las graves dificultades históricas del mismo Realismo, sometido al dogmatismo teológico (estoico).
[2] El dinero sería así inherente a la cultura como naturaleza específicamente humana, pero no como un valor en sí sino como una representación simbólica; que referida a la voluntad del Ser —que siempre es concreto— señala su propia capacidad (potencia) para realizarse en esta naturaleza artificial pero con consistencia siquiera derivada que es la cultura.

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