Por Ignacio T. Granados Herrera
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El Materialismo obvia en su
carácter idealista los valores cualitativos de la realidad, dados en la función
con que se relacionan entre sí los elementos en que se estructura; y que
obedecería justamente a la segunda ley de la dialéctica, como la transformación
de lo cuantitativo en cualitativo. De hecho la extensa elaboración de Lenin en
este sentido no es exhaustiva, respondiendo a una simple intuición sobre la insuficiencia
del Marxismo al respecto; ya que desde un punto de vista realista —no
materialista—, esta ley se refiere a la reorganización de las estructuras según
su acumulación de masa crítica; que actuando sinérgicamente en o sobre sí
misma, resulta en una exposición exponencial, alcanzando los desarrollos que
abren el círculo del determinismo en la espiral dialéctica.
Sería entonces por esa
incomprensión básica que, desde sus propios orígenes en el trascendentalismo
pitagórico, el Idealismo posea esa rigidez ética[1]; que a
lo más que puede acercarse es a una contraposición maniqueísta con la realidad,
sin llegar a comprenderla en su propio alcance cualitativo. Algo bien grave si
paulatinamente la cultura como naturaleza específicamente humana se hace más
compleja y sutil, alcanzando niveles exponenciales de segundo y tercer grado; y
que sería la contradicción subyacente por la que el mismo Carlos Marx
violentará la racionalidad excelente de su sistematización, bajo la presión de
lo político como falsa necesidad, que irrumpe distorsionando el sistema. Eso se
vería más claramente en el caso de las elaboraciones de Lenin, por ser este más
abiertamente doctrinal, hasta el punto de violentar y contradecir este
determinismo economicista del Materialismo; con premisas que serían
incomprensibles por su carácter volitivo, y por las que en últimas se
introduciría el fenómeno de la corrupción en el sistema.
Esto se refiere a la absurda
identificación de la corrupción como una característica negativa inherente al
dinero, que desconoce en ello su valor antropológico y convencional; ya que el
dinero sería el símbolo en el que se conviene la función natural del poder por
su valor transaccional[2]. De ahí
que la simple eliminación del dinero, como ocurrió en el caso del llamado
socialismo real, no evite la corrupción sino que de hecho la potenciaría más aún;
ya que al no ser legislada y comprendida en las regulaciones de su
convencionalidad, se hace así esa misma fuerza facultativa que irrumpe
distorsionando el sistema; aunque esta vez eso ocurra por medio de las cuotas
de poder directo de la burocracia política, que asumen este valor transaccional
propio del dinero.
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Más interesante sin embargo que
el problema de la dialéctica misma sería su semejanza funcional —y por ende
sistémica— con la termodinámica; cuyas leyes serían así una aplicación de los
principios mecánicos a la comprensión de la realidad, con su redeterminación en
un sentido específica-mente humano. En ese sentido, la primera ley de la
dialéctica no sería la de la lucha de contrarios sino la de los cambios
cuantitativos en cualitativos;
correspondiéndose con el de la conservación de la energía, en tanto la
cultura no ocurriría en el vacío sino cono resultado de esta exponenciación de
la realidad en su estructuralidad a su propia potencia. De ahí se seguiría la
de la lucha de contrarios, que como principio de complementariedad aludiría a
la consistencia de esa realidad en cuanto humana; que en tanto histórica —o
cultural— posee esa ambivalencia de lo inmano trascendente como su propia
constitución formal, a diferencia de la realidad en cuanto tal; cuyo valor
sería sólo inmanente, pues sólo existiría con respecto a sí misma hasta para su
determinación, en esa propia suficiencia suya.
[1] Históricamente, el Idealismo se
originaría en Platón, y de este se desprendería el Realismo con las
elaboraciones de Aristóteles; sin embargo, el mismo Platón encontraría su
propio ascendiente en el trascendentalismo pitagórico, bien que a través de la
contracción de la tradición sofística en Sócrates. De ahí la naturaleza filo
religiosa que explica el trascendentalismo tanto en Platón como en sus
derivaciones posteriores; de las que el ejemplo más contundente sería Plotino,
pero más importante aún sería su ascendiente maniqueo (neoplatónico) sobre San
Agustín, que es la determinación formal del Idealismo en su transición al
Medioevo./ El tema de la rigidez ética se referirá a la filiación general entre
las grandes escuelas filosóficas de Atenas y las menores; resueltas estas
últimas como éticas, mientras que las dos mayores del Idealismo platónico y el
Realismo aristotélico tendrían un valor más referencial y cosmológico, aunque
incluyan una ética. En general, lo que puede observarse es una filiación más natural
entre el Idealismo filosófico y el estoicismo ético; que a su vez impone esta
misma filiación natural entre el Realismo y el hedonismo específicamente epicúreo, aunque esto último no
pudiera rebasar las graves dificultades históricas del mismo Realismo, sometido
al dogmatismo teológico (estoico).
[2] El dinero sería así
inherente a la cultura como naturaleza específicamente humana, pero no como un
valor en sí sino como una representación simbólica; que referida a la voluntad
del Ser —que siempre es concreto— señala su propia capacidad (potencia) para
realizarse en esta naturaleza artificial pero con consistencia siquiera
derivada que es la cultura.
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