Por Ignacio T. Granados Herrera
Puede que no sea tan serio, o
que ni siquiera sea real en esa nebulosa de la información en internet; pero
parece que el ministerio japonés habría decretado una reducción de los estudios
de humanidades en las universidades públicas. De ser cierto, habría comenzado
un proceso que hace tiempo era predecible excepto para la soberbia de esa burocracia
cultural que son los graduados de humanidades; en Japón el gobierno ha decretado
el cese de estas carreras, comenzando un forcejeo con las universidades, y de
pronto el futuro aterra. No se trata de aluna contradictoria fe en esos
estudios, que poco aportan además de la lucha por el parasitismo gubernamental;
sino que como siempre, en vez de tratarse de una adecuación de los excesos se
va al otro exceso, imponiendo con ello distorsiones a la cultura. El institucionalismo
universitario como lo conocemos fuera una estrategia gubernamental para salirse
de la tutela religiosa; un simple movimiento táctico nacido con el tránsito al
Medioevo con los merovingios, pero que ciertamente se vincula con el origen
mismo tradición occidental en la antigüedad clásica; donde derivó el temprano interés
científico de los fisiologistas en agudos cuestionamientos acerca del Ser, con
graves implicaciones éticas.
No hay que caer en una apología
que compare la frescura y la originalidad de las escuelas griegas con el fraude
organizado y la mediocridad de nuestros planteles; pero hay que reconocer que incluso
aquel forcejeo de las scholas palatinas con las monásticas y las catedralicias fue
lo que dio fruto al Humanismo en el Medioevo. Gracias a eso y hasta la
corrupción mayor del corporativismo neo feudal postmoderno, el desarrollo tecnológico
consiguió anclarse en lo ético; dando así un giro singular y humano a la
historia, que ha permitido la evolución política a través de los debates más
complejos. Bien que desgraciadamente sólo hasta los primeros logros del
feminismo, el movimiento obrero y los conflictos raciales; a partir de lo que
este mismo liberalismo se ha dedicado a manipular eternamente esos mismos issues,
en un chantaje que los administra y los alarga antes que resolverlos; pero
cortar la fuente del debate por su corrupción antes que corregirlo es un
absurdo mayor, sólo explicable en la perversidad de ese neo feudalismo que dio
lugar a esa misma corrupción.
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Las scholas en general habrían
surgido al interior del institucionalismo eclesiástico, con el fin de organizar
la tutela religiosa de la sociedad; de ahí que este origen sea catedralicio,
con ejemplos tan terribles como la reorganización de los cabildos con que el
maniqueo de Hipona puso fin a la riqueza liberal de la patrística. De esta
última contradicción, el que las órdenes religiosas trataran de minar este
monopolio, derivando su propia influencia en el proceso; y aún que los
príncipes y la aristocracia vieran la posibilidad de proveer su propia
determinación trascendente de la cultura como realidad estrictamente humana. No
es extraño entonces sino natural este exceso, tan propio de la sustitución funcional
de la subestructura religiosa por la económica; pues en definitiva se trataría
de la reorganización de la sociedad como neo feudal, bajo el señorío de las
élites financieras como antes fue de las religiosas. El problema es que al momento
de este bandazo del reloj de lo histórico, ya el badajo regresa del precario equilibrio,
que en su fugacidad desnuda el horror que amenaza en el exceso; poniendo la
esperanza no sólo en la pérdida natural de gravedad del badajo, sino también en
la mano firme que simplemente lo detenga en una nueva contracción crítica; no
por esa relatividad del sentido común sino por el valor absoluto de una madurez
que desperece a Occidente, haciéndole abandonar el infantilismo de sus juegos.
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