Por Ignacio T. Granados
Hay una suerte de mal entendido
vicioso en el hecho de que la reacción ante el discurso racista de Donald Trump
sea dividida y ambivalente; sobre todo en ese grupo de inmigrantes tan peculiar
que somos los cubanos, mayormente definidos como republicanos por el
conservadurismo. Primero el hecho mismo de esa identificación, que ya es
viciosa porque el republicanismo actual de conservador sólo tiene la retórica
con que manipula a su base; ya que en realidad la política norteamericana se
estaría desarrollando a un nivel tecnocrático, en el que la ideología es solo
pero siempre corporativista. A eso que habría que añadir que la tradición
política cubana tampoco es conservadora, y lo que hace este grupo es responder
pasivamente al chantaje de una manipulación; con que la derecha tradicional —también
mayor y tradicionalmente cubana—ha conseguido los votos étnicos, por su
retórica contra el gobierno cubano.
En cualquier caso, que esta
identificación no se detenga ante el racismo rampante de Donald Trump indicaría
ese otro vicio; por el que la cultura cubana se habría estancado en su propio
racismo, que estaba en vías de superación al momento del triunfo de la
revolución cubana —sí, eso todavía es una referencia válida, como los traumas
infantiles en un adulto inconsecuente—, llegando a niveles viscerales por su vínculo
político con el conservadurismo tradicional norteamericano; que si bien hoy ya
no es parte de la ideología del partido republicano, sí es parte vital de su
retórica, por el ascendiente que le da sobre su propia base popular. El mal entendido
se referiría entonces a esa identificación de los cubanos en una ideología
conservadora de los republicanos, que se debería a la manipulación política de
estos; y se manifestaría en esas reducciones típicas con que la retórica
resuelve esa manipulación, situando a los cubanos contra el resto de la
inmigración latina a los Estados Unidos.
Primero, esa posición sería
artificial e ilusoria, ya que los cubanos son de hecho y también latinos, tanto
como el resto; y el privilegio migratorio que los distingue formaría parte de
esa manipulación electoralista de los republicanos para asegurarse una base
popular, que precisamente está en crisis por las nuevas relaciones del país con
Cuba. El intento de culpar a los demócratas por el nuevo giro de las relaciones
bilaterales es tan vicioso como todos los problemas de identidad aquí mentados;
ya que ese tipo de estrategia internacional respondería a los intereses de las
élites económicas norteamericanas, que son las que sostienen y por ello
manipulan a las políticas; sin que en principio importen su ideologías, aunque a
la larga sea por el desarrollo de estas que esas élites económicas consiguen
manipular a la base popular, en el balance de los intereses generales.
Pero además del vicio de este
posicionamiento de los cubanos, también es vicioso por la generalización que
hace del resto de la comunidad latina; que lo que haría sería reproducir la del
extremo conservadurismo norteamericano, que siendo de naturaleza popular es
exacerbado por sus élites como ideología en su estrategia electoral; en la que
además se explota —acrecentando lo vicioso de la estrategia— su carácter
iletrado como un falso valor popular, en su aparente anti elitismo. En
realidad, tanto Trump como las élites que representa y su base popular en la
inmigración cubana ignoran varios detalles de comportamiento sociológico; el
primero de los cuales es la imposibilidad de que un grupo demográfico esté
mayormente conformado por elementos delictivos, que lo harían desaparecer en el
entramado legal de la estructura social.
Eso merece alguna explicación, ya
que en tanto ilegal toda esa inmigración sería delictiva como principio; pero
se trataría justo de la tipificación de sus individuos como grupo, una vez —y
no antes— definidos como inmigrantes. En este punto todos serán mayormente pobres,
a niveles incluso de indigencia, pero no delincuentes; ya que el índice de
delincuencia de una comunidad no podría superar en número la masa crítica que
se revierta sobre ese mismo grupo demográfico, impidiendo sistemáticamente su
integración al resto de la estructura. Eso es imposible, también por principio,
ya desde que ese grupo sí consigue insertarse en el resto de la estructura;
bien que de forma dificultosa y condicionada, por el nivel de dificultades que
enfrenta, pero también de forma inevitable y evidente; contradiciendo y
desenmascarando la naturaleza prejuiciada y maliciosa de ese juicio que los
condena por principio, viciosa al fin.
En definitiva, ni los mismos
cubanos aceptaría el estigma de que todos ellos viven de estafar al medicare,
no importa lo que diga la prensa; en un mito que podría ilustrar el carácter vicioso
de esta condena sobre el resto de los inmigrantes, sólo porque ellos disfrutan
del privilegio migratorio con que los manipulan. Como ese otro mito de que
ellos fueron los que construyeron y desarrollaron Miami, que ya contaba con un
carácter propio desde el Hipódromo de Hialeah a las mansiones de Miami Beach;
pasando por su puesto de ese carácter delicioso con que los bahameses y no los
cubanos construyeron Coconut Grove, verdadero símbolo de identidad nacional. Evidentemente
dados a los mitos de apropiación, habrá que recordarle a grupo tan singular que
personalidades como Julia Tuttle, William Brickell y John S. Collins no se
conocieron precisamente tomando cafecito en I love calle 8.
Buen artículo, Ignacio.
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