Por Ignacio T. Granados
A Osaris Rojas
Lo que distingue a autores como
Jorge Luis Borges —o el Faulkner que lo inspira— sobreponiéndolos a todo otro
sería esa realidad de que la ficción no existe; es decir, que el concepto de
Fantasía (Del lat. phantasĭa, y este del gr. φαντασία) quiere decir “Representación”, y esta es
siempre de la realidad; esto es, referido a su reproducción formal en una
imagen —en el proceso de la imaginación— para su comprensión reflexiva, por medio
de su reflejo. Es decir, aludiría a use proceso por el que la estética es una
reflexión en la que se comprende la realidad; en ese modo más natural a lo
humano que es el antropomorfismo clásico, ya que en definitiva el lenguaje es
un convenio sobre figuraciones conceptuales difíciles de establecer con el
sentido recto. Por eso, que autores como Borges desarrollaran tópicos
literarios como la historia del vencedor y el vencido puede arrojar luces sobre
la dinámica de comportamiento de los fenómenos culturales; como en este caso de
la fascinación asesina que siempre despertó el refinamiento románico en la
basta Germanía, que terminaría subyugándolo.
De
hecho habría una distorsión histórica, por la que se oculta la otra realidad de
cómo el espíritu románico rehuyó efectivamente esa bastedad de la Germanía;
cuando desmembrado el imperio y ocupado de facto por los francos, este se
contrajo a su sede oriental, donde pervivió, en la otra Roma que era
Constantinopla. Es incluso cómico cómo las insignias imperiales fueron a parar
de ahí a Rusia, fundando el nuevo cesarismo de los Zares (Kaezar); y de ahí
hasta la nueva usurpación germánica, donde
lo reinstalarían en la máxima autoridad del Kaiser, y ese romanismo
enfermizo de su tradición militar. Irónico que todo eso diera lugar a la
disolución continua de la germanía, en una serie de principados menores; que no
obstante la fundación por Carlo Magno y su rebeldía ante su legitimación por
Roma en términos religiosos, terminaría siendo una perla en la corona española.
Eso
explicaría esa compulsión constante que lleva a la Germanía a tratar de
reivindicarse como el genio fundador, heredero legítimo del espíritu europeo;
no importa la humillación constante en cada intento, desde aquella huida del
imperio a Constantinopla primero, y en la primera y la segunda guerras
mundiales después; para continuar como mera pieza de intercambio entre un
Occidente y un Este que desconocieron esta vocación de grandeza suya, usándola
como pieza de intercambio; esta vez en la falsa recuperación del imperialismo
ruso, esta vez en contradicción con Inglaterra por Europa y Estados Unidos como
nuevo imperio mundial. En todo caso, la misma bastedad de ese ese espíritu
germánico y su falso refinamiento mimético, le llevaría a la prosperidad en la
post-guerra; relanzándose en un proyecto de mancomunidad europea que es en
realidad un Frankenstein mal cosido, forzando con su dinero —como no pudo con
las armas— una unidad cultural imposible y enfermiza.
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Esa
sería la base del conflicto griego en el seno de la Unión Europea, de la que es
absurdo que no participe; siendo por tanto la contradicción máxima de ese
proyecto enfermo, y al que exigiría un subsidio perpetuo de su estilo de vida
corrupto. No se trata de una justificación de Grecia sino de comprender la
estructuralidad antropológica de su cultura política, que Alemania no puede
forzar; no lo pudo hacer ante el descalabro mismo del imperio, al que sólo
ayudó a desaparecer, y no lo puede conseguir sobre esta fuente misma de
legitimidad de todo lo europeo. Habrá que recordar que Constantinopla
(Bizancio) es la formación paralela a Roma en que pervivió lo griego luego del
desastre de Troya; es así el símbolo de la contradicción primera con que nace
Europa, ya cuando es la destreza semítica en los primeros asentamientos,
representado en el rapto de la princesa fenicia por Zeus; como una advertencia
eterna contra la soberbia de todo poder, que es basto en su prepotencia y nunca
comprenderá la inefabilidad del espíritu humano.
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