Por
Ignacio T. Granados Herrera
La confluencia de la actual
crisis política norteamericana alrededor del descenso de la bandera de los
confederados, indicaría que de lo que se trata es aún del fin de la guerra de secesión;
como si aún se estuvieran negociando los términos del armisticio, con un bando
vencido pero que no se rinde. La extensión y la profundidad del conflicto
también indicarían que se trata del proceso mismo de la Modernidad, dando paso
a otra era; si al fin y al cabo, Estados Unidos fue el fenómeno que concilió
todas las contradicciones del paso a la Modernidad, que no podía cuajar en
Europa a causa de su institucionalismo. También al fin y al cabo, se trata de
la cultura occidental expandida desde Europa más que de una cultura europea; en
una refundación que consigue sobreponer su evolución histórica a esa
contradicción de sus instituciones tradicionales con esta expansión.
Al respecto se ha discutido el
carácter formalmente cristiano o secular de la constitución estadounidense,
olvidando la extrema singularidad de este origen suyo; que si bien es
profundamente secular, lo es por defecto —a falta de una institución central—,
reproduciendo la excepción griega de la antigüedad. Eso quiere decir que ese
origen constitucional de los Estados Unidos habría que buscarlo en su propia
determinación europea; que es no solamente religiosa sino específicamente
cristiana, como lo es toda la Modernidad occidental, que llegó de la mano no
sólo del republicanismo francés; sino que también fue posible por el industrialismo
inglés, que es profundamente monárquico,
las pretensiones híbridas del pensamiento alemán, y sobre el feudalismo
hispánico, al que desplaza. Es decir, que el perfil norteamericano surge como
una unidad trascendente, capaz de estructurar lo moderno por sobre sus
contradicciones; pero alimentando en ello su propia contradicción interna, como
preparando una evolución posterior —y no menos traumática— a otro estadio
político de la sociedad.
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El carácter numantino de la
batalla sobre la bandera de la confederación permitiría predecir un desenlace a
favor del progreso antes que del conservadurismo retrógrado; después de
todo, la misma tragedia de Numancia
reproducía la de Masada en el año setenta de nuestra era, que confirmaba el
resumen de la antigüedad en Roma. Tampoco es extraño que esto coincida con la
crisis del proyecto continental europeo, que es ilustrativamente monetaria y no
cultural; y que más ilustrativamente refleja la impotencia de una Alemania
continuamente humillada en sus pretensiones de hegemonía mundial, y esta vez
ante la pobreza de Grecia. Previsiblemente, Europa se sobrepondrá a la crisis
del euro, pero tendrá un carácter más efectivamente democrático que esa
altanería política de un norte trabajador y honrado con un lazy sur; desarrollado
desde la nueva humillación alemana, luego de la WWII y la llamada guerra fría,
en que sólo fue pieza de intercambio.
Esa recuperación europea ocurriría
gracias al también previsible liderazgo de Inglaterra, pero lo importante sería
el entretanto; ese intermedio en que Estados Unidos superaría sus propias
contradicciones, para incursionar en el socialismo verdaderamente real y no ya
autoritario por lo utópico[1]; no por
un esquema aún poco claro, en el que el senador Bernie Sanders pueda ganar la
presidencia, y en el que tendría que enfrentarse a un Congreso y una Corte
suprema demasiado asustados por la constitucionalidad o no de los conflictos internos;
así como por la pérdida de ascendiente —no potencial efectivo— militar, que redundaría
en una menor preponderancia internacional; para estarle dejando las manos
sueltas a un ejecutivo radical —que sería por lo que es posible que Hillary
Clinton gane la nominación demócrata[2]—. Pero
esta evolución sí sería posible por una recuperación de las tendencias
progresistas, luego de los excesos neoliberales que profundizaran las otras
contradicciones propias del capitalismo; con una reorganización de las luchas sindicales,
esta vez en la flexibilidad más efectiva de un frente amplio, conformado por
todos los grupos de interés popular; que así revivirían el modelo ideológico de
la social democracia, corrompido en el chantaje seudo comunista del Leninismo.
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[1] . El llamado socialismo real habría sido una perversión ideológica de
la naturaleza social demócrata del modelo original del Marxismo; debido a la
influencia del autoritarismo platónico desde el modelo de la República, en el que se basa tanto la Utopía de Tomás Moro como la Ciudad de
Dios con que de San Agustín culmina la tradición patrística.
[2] Vale destacar que aunque es
posible que Hillary Clinton gane la nominación demócrata, sí es más difícil que
gane la presidencia; ya que careciendo del ascendiente popular necesario a todo
populismo, es además percibida como insincera y corrupta, además de arrogante.
En este sentido, Bernie Sanders tendría más posibilidades repostulándose como independiente
luego de una derrota entre los demócratas; así como es posible también una
evolución, en la que algún candidato republicano gane por puntos, aferrándose a
problemas concretos ante la crisis ideológica general.
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