Saturday, June 27, 2015

Las politólogas

Por Ignacio T. Granados Herrera
Con ese sentido mágico y vulgar con que Miami insiste en darle la razón a Trump sin que la tenga, ahora nuestra Tv se gasta una actriz politóloga; que gracias a sus relaciones personales y el poco sentido de algún administrador, se ha soltado las trenzas y olvidado el pudor para decir sandeces. No es la primera ni será la última, igual que el dicho programa de vanidades que la exhibe, ni lo espeluznante es que le diera la razón a Trump; lo terrible es el razonamiento que sigue, y que por la simplonería y el poder del medio logra sentar la media del debate en la ciudad con ese falso populismo que es ahora la vulgaridad. La politóloga se saca in As de la manga de su sagacidad, y afirma primero que Trump es inteligente en sus despropósitos; no sólo eso, justifica esa inteligencia en el hecho irrebatible de que es multimillonario, como si la trapacería significara inteligencia. Luego aún, confundiendo de esa manera inteligencia con arrogancia, despotrica demostrando esa sagacidad del señor del peluquín; afirmando que en realidad a Trump no le preocupa ni debiera preocuparle su discurso, por más que sea político, ya que quienes lo critican no cuentan en su proyecto —más bien despropósito— político.
Que conste que esto no es un llanto acongojado por la ofensa a una cultura latina que se goza en este mismo tipo de despropósito;  es una propuesta por el nivel de barbarismo a que hemos permitido que se rebaje nuestra proyección cultural, secuestrada por cuatro gatos con acceso al libre mercado. El séquito de la politóloga ha llegado a exhibir con orgullo una carta, en la que el desagradabilísimo hace gala de su mendacidad y arrogancia; respondiendo al distanciamiento de una compañía conocida por su identificación mayoritaria con la cultura latina, con una miopía tan lastimosa como culpable. La politóloga olvida que la clase política no es hipócrita por mero gusto sino por necesidad, porque toda proyección en ese sentido depende de una red de alianzas; en la que cuentan no sólo los intereses del mendaz que gane la contienda, sino también de los otros más vulnerables y que han tenido que conformarse con los infinitos asientos de las infinitas legislaturas y cortes con que cuenta el país, aparte de las de nivel federal mismo.
Semejante simplonería tiene o tendría su explicación lógica, justo —por más que nos disguste— en la cultura de origen de la politóloga; cuya tradición de autoritarismo no concibe que el supremo poder del César sea contradicho a nivel alguno, por más que su misma actuación impune en los medios sea un ejemplo de la tolerancia que la rodea. De hecho, la politóloga y su séquito de analistas de carpa cirquense parecen creer que se burlan de esa ingenuidad por la que la democracia es una estructura meritocrática; es decir ignoran que la democracia no cree en el mérito sino en la fuerza de los intereses, y que es por lo que a los altaneros como a Trump les va tan mal en política como bien en los negocios. Curiosa y puntualmente, este es un votante definido por su demografía, como cubano blanco, casi siempre republicano; ¿cómo es que todas esas características coinciden tan puntual como recurrentemente no es o no debería ser un misterio, no importa la contradicción con que se describen a sí mismo como gente democrática, gozando de derechos que para ellos ganó el liberalismo tradicional y no ese falso conservadurismo que los define por su ideología cuasi fascista.

Una de las joyitas en el séquito de esta politóloga, es la que afirma que Trump no es racista pues su certamen premia a muchas latinas; a las que impulsa sus carreras de modelo —is that actually a career and not a business, Oh my God!—, consiguiéndoles apartamentos en New York y residencia estadounidense; porque para ellos —en un pensamiento con el que juzgan al mundo entero—, integrarse como una pieza más en esa maquinaria es la cumbre del éxito. La politóloga y su séquito de banalidades se equivocan, y su mismo error sólo es peligroso por ese poder perverso de la caja boba; ya antes otra actriz politóloga se había ajustado las gafas en la punta de la nariz, para afirmar muy seria que el exabrupto híper racista del desagradable de Rodner Figueroa era un asunto de libertad de expresión; otra aún, esta vez cantante, usaba su libertad de expresión para alertar del racismo con que los negros suelen ponerse bajo los bastones de los policías mayormente blancos. Todo eso es incontestable de tan obtuso y pareciera irrelevante, pero es otra muestra de la obscenidad sistemática con que los medios reconfiguran nuestra cultura ideológicamente; aparte de esa arrogancia de los cubanos, por un privilegio migratorio sigue alienando a los de bien por la incontinencia de los más estúpidos… aunque al menos deja bien claro qué podremos encontraren ese país no más se acabe con la dictadura de los Castro.

No comments:

Post a Comment