Por Ignacio T. Granados Herrera
Este es un momento en que ya desfallece el triunfalismo neoliberal y
se espera alguna recuperación del pensamiento de izquierdas; pero entonces un
antiguo agente de la inteligencia soviética afirma que la Teología de la Liberación
—uno de los movimientos más originales de la izquierda tradicional— fue
producto de una manipulación de la KGB, eliminándola como referencia válida.
Tal pareciera otra manipulación de tan precisa en su puntualidad, pero es en
todo caso una reacción lógica ante esta posible recuperación de la izquierda
como tendencia política; igual que es lógico que en el contexto de la Guerra
Fría que la KGB alimentara todo lo que tendiera a debilitar al enemigo capitalista;
y nada para eso como la escisión de esa alianza perversa entre la tradición
católica y las oligarquías de entonces, planeando todos alrededor del estado,
moribundo o prisionero de las mismas.
Sin embargo, una cosa es manipular una tendencia de pensamiento,
ayudando incluso a instituirla políticamente, y otra muy distinta es crearla; cuando
lo cierto es que este movimiento respondería muy bien a la propia crisis del
Catolicismo, abierta políticamente con el controversial Concilio Vaticano II;
pero vigente desde el segundo cuarto del siglo XX, con la expansión del
secularismo francés y las críticas filosóficas de los llamados postmodernos, en
el contexto singular del debate sobre una identidad propia latinoamericana; que
curiosamente sí es producto de las teorías europeas, recogiendo esa misma élite
de filósofos postmodernos y religiosos pro-secularistas, como los que
provocaran la crisis previa al Concilio. Todo eso, en relación con las
estrategias populistas de las iglesias evangélicas en expansión, explicaría este
desarrollo de una izquierda radical dentro del Catolicismo; justo en el momento
además en que la izquierda internacional entra en su apogeo por su oposición
directa a los excesos capitalistas, en su propio desarrollo —incluso moralmente
supremacista— de la post guerra; teniendo en cuenta también cómo este
desarrollo se da entre élites intelectuales —bien que populistas—, en
consonancia con el perfil épico y cuasi literario de esta oposición binaria al
capitalismo.
Todo eso formaría parte de la propia crisis del capitalismo, que —contrario
a la tesis marxista— sería de crecimiento y no de decadencia; con un traspaso
de las funciones de determinación trascendente de la realidad en cuanto humana,
desde la subestructura religiosa a la económica, con la evolución del
capitalismo de industrial a corporativo. Esta otra evolución además, en tanto natural respondería a las
manipulaciones de las élites financieras; pero sin que eso signifique que las
mismas tengan un control efectivo y regulador de todos los mecanismos de la
cultura como estructura de la realidad en cuanto humana; como tampoco lo tendrían
las agencias de inteligencia de ninguno de los dos bandos, porque no podrían
sobreponerse a su propio alcance parcial sobre esa determinación trascendente
de la realidad de la que forman parte.
Lo que sí es factible es que la KGB contribuyera de modo decisivo a
este desarrollo original de ese fenómeno de la llamada Teología de la
Liberación; explicando a su vez las contradicciones teóricas propias del
movimiento mismo, necesitado indiscutiblemente de una maduración formal, como
los primeros fisiologistas en filosofía. La afirmación de que la Teología de la Liberación es obra de la KGB es tan simplista y absurda como la de que el Surrealismo
es obra de los marchantes, ignorando en ambos casos premisas fundamentales; una
de ellas, el ego como impulsor de todo desarrollo, que siempre depende de individuos
concretos tratando de satisfacer necesidades concretas, como la de una experiencia
trascendente. Otra aún, la de que si es
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imaginable y propio de una misma
naturaleza —en este caso la cognitiva— es posible, y sólo necesita de la
factibilidad; como la causa agente, que ajena al fenómeno mismo opera en su
condicionamiento para dirigirlo como a su propio objeto a una mayor eficiencia.
En todo caso, lo que habría debilitado a ese movimiento habría sido la
apoteosis en preparación del capitalismo; que por contradecir precisamente las tesis
del marxismo científico de los soviéticos era invisible tras los muros de la
llamada Guerra Fría como elemento diversionista para ambos bandos; pero que ya se
preparaba con las teorías del neoliberalismo, y que entraría en apoteosis justo
tras la derrota sorprendente —por implosión— del campo socialista, resolviendo
la contradicción a favor del capitalismo.
Contra lo que puede parecer, esta victoria del capitalismo no sólo estaría condicionada por su propia eventualidad,
sino que sería además natural y lógica en sus alcances parciales; ya que lo que
en verdad habría significado es una contracción de la estructura política a la
economía como su primera determinación, producto de su propia crisis evolutiva.
Es de ahí que se entiende una recuperación incluso lógica y natural de la
izquierda como opción política organizada, bien que más moderada que en el caso
del artificioso y ficticio socialismo real; porque esta vez emanaría espontáneamente
del propio desarrollo de la economía —y no la moral— como determinación primera
de la estructura política, y en consonancia además con el populismo original
del Cristianismo católico perdido en las perversiones de su propia tradición.
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