Tuesday, July 14, 2015

¿Fue la Teología de la liberación un invento de la KGB?

Por Ignacio T. Granados Herrera
Este es un momento en que ya desfallece el triunfalismo neoliberal y se espera alguna recuperación del pensamiento de izquierdas; pero entonces un antiguo agente de la inteligencia soviética afirma que la Teología de la Liberación —uno de los movimientos más originales de la izquierda tradicional— fue producto de una manipulación de la KGB, eliminándola como referencia válida. Tal pareciera otra manipulación de tan precisa en su puntualidad, pero es en todo caso una reacción lógica ante esta posible recuperación de la izquierda como tendencia política; igual que es lógico que en el contexto de la Guerra Fría que la KGB alimentara todo lo que tendiera a debilitar al enemigo capitalista; y nada para eso como la escisión de esa alianza perversa entre la tradición católica y las oligarquías de entonces, planeando todos alrededor del estado, moribundo o prisionero de las mismas.

Sin embargo, una cosa es manipular una tendencia de pensamiento, ayudando incluso a instituirla políticamente, y otra muy distinta es crearla; cuando lo cierto es que este movimiento respondería muy bien a la propia crisis del Catolicismo, abierta políticamente con el controversial Concilio Vaticano II; pero vigente desde el segundo cuarto del siglo XX, con la expansión del secularismo francés y las críticas filosóficas de los llamados postmodernos, en el contexto singular del debate sobre una identidad propia latinoamericana; que curiosamente sí es producto de las teorías europeas, recogiendo esa misma élite de filósofos postmodernos y religiosos pro-secularistas, como los que provocaran la crisis previa al Concilio. Todo eso, en relación con las estrategias populistas de las iglesias evangélicas en expansión, explicaría este desarrollo de una izquierda radical dentro del Catolicismo; justo en el momento además en que la izquierda internacional entra en su apogeo por su oposición directa a los excesos capitalistas, en su propio desarrollo —incluso moralmente supremacista— de la post guerra; teniendo en cuenta también cómo este desarrollo se da entre élites intelectuales —bien que populistas—, en consonancia con el perfil épico y cuasi literario de esta oposición binaria al capitalismo.

Todo eso formaría parte de la propia crisis del capitalismo, que —contrario a la tesis marxista— sería de crecimiento y no de decadencia; con un traspaso de las funciones de determinación trascendente de la realidad en cuanto humana, desde la subestructura religiosa a la económica, con la evolución del capitalismo de industrial a corporativo. Esta otra evolución además,  en tanto natural respondería a las manipulaciones de las élites financieras; pero sin que eso signifique que las mismas tengan un control efectivo y regulador de todos los mecanismos de la cultura como estructura de la realidad en cuanto humana; como tampoco lo tendrían las agencias de inteligencia de ninguno de los dos bandos, porque no podrían sobreponerse a su propio alcance parcial sobre esa determinación trascendente de la realidad de la que forman parte.

Lo que sí es factible es que la KGB contribuyera de modo decisivo a este desarrollo original de ese fenómeno de la llamada Teología de la Liberación; explicando a su vez las contradicciones teóricas propias del movimiento mismo, necesitado indiscutiblemente de una maduración formal, como los primeros fisiologistas en filosofía. La afirmación de que la Teología de la Liberación es obra de la KGB es tan simplista y absurda como la de que el Surrealismo es obra de los marchantes, ignorando en ambos casos premisas fundamentales; una de ellas, el ego como impulsor de todo desarrollo, que siempre depende de individuos concretos tratando de satisfacer necesidades concretas, como la de una experiencia trascendente. Otra aún, la de que si es
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imaginable y propio de una misma naturaleza —en este caso la cognitiva— es posible, y sólo necesita de la factibilidad; como la causa agente, que ajena al fenómeno mismo opera en su condicionamiento para dirigirlo como a su propio objeto a una mayor eficiencia. En todo caso, lo que habría debilitado a ese movimiento habría sido la apoteosis en preparación del capitalismo; que por contradecir precisamente las tesis del marxismo científico de los soviéticos era invisible tras los muros de la llamada Guerra Fría como elemento diversionista para ambos bandos; pero que ya se preparaba con las teorías del neoliberalismo, y que entraría en apoteosis justo tras la derrota sorprendente —por implosión— del campo socialista, resolviendo la contradicción a favor del capitalismo.

Contra lo que puede parecer, esta victoria del capitalismo no sólo estaría condicionada por su propia eventualidad, sino que sería además natural y lógica en sus alcances parciales; ya que lo que en verdad habría significado es una contracción de la estructura política a la economía como su primera determinación, producto de su propia crisis evolutiva. Es de ahí que se entiende una recuperación incluso lógica y natural de la izquierda como opción política organizada, bien que más moderada que en el caso del artificioso y ficticio socialismo real; porque esta vez emanaría espontáneamente del propio desarrollo de la economía —y no la moral— como determinación primera de la estructura política, y en consonancia además con el populismo original del Cristianismo católico perdido en las perversiones de su propia tradición.

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