Saturday, August 8, 2015

Trump, la paradoja norteamericana

Por Ignacio T. Granados Herrera
En el 2008 las elecciones presidenciales de Estados Unidos eran tan predecible que parecían un arreglo, dado su nivel de consenso; otra vez se vería una sucesión dinástica —esta vez entre cónyuges— revelando la naturaleza idéntica de los dos partidos en disputa; que en realidad lo que hacen es postularse a la administración de la cosa pública, como una burocracia propia de las élites económicas. Sin embargo, aún dentro del adocenamiento partidista, un político medio desconocido se jugó la carta de la insubordinación; no que Barack Obama desafiara el orden establecido, sino que justo obvió la mediación convencional del partido para negociar con esas élites económicas; dejándoles claro que él tenía suficiente carácter, recursos y ambición para ganar esa apuesta, que efectivamente ganó. Tampoco es que a Hillary Clinton le falte la ambición —eso está claro—, pero sí el carácter y los recursos; lo que se ve en esa falta de imaginación, que le Impediría apelar directamente a la juventud, y justo por medio de las tecnologías; haciéndola depender del respaldo traicionero de esas élites —como ahora—, bien prontas —también como ahora— a abandonarla por una apuesta más atrevida.
También como entonces pero en vísperas de las presidenciales del 2016, y esta vez por parte del partido republicano, se repetiría la situación;  menos obvio pero no menos consensuado, el establishment se aprestaba a la confirmación sucesoria de la dinastía Busch. Sólo que como entonces, un rico —desconocido en las arenas políticas— se juega la carta de la insubordinación; con la singularidad de que su negociación con ese establishment es de igual a igual, de rico elitista a rico elitista, no de administrador de la burocracia política a su amo. En efecto, en una oposición diametral perfecta, Donald Trump es el mismo establishment que hastiado de la ineficiencia de sus administradores se postula a sí mismo; y la prueba estaría en el callado apoyo que le ha valido su discurso extremista y grosero, incluso entre los mismos que ofende. El problema con Trump sería esta insólita popularidad, que se expande subrepticia bajo toda encuesta; en un sector también increíblemente popular, sólo que humillado por la misma arrogancia y autosuficiencia que le negó a Biden un margen que hubiera hecho su elección indiscutible en el 2000.

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El problema con Trump entonces residiría en que más allá de él mismo estaría su representatividad del extremo individualismo norteamericano; recuérdese que Trump es básicamente un pillo legal, delincuente como toda aristocracia fundacional, incluso o sobre todo la que consiguió el desarrollo industrial norteamericano, o al menos puso las bases para el mismo con su expansión territorial; y que ahora reacciona ante el inevitable proceso de socialización de la estructura política en unas relaciones más efectivamente democráticas. Pero con eso habría que tener cuidado, porque la contradicción estaría en que fue en Estados Unidos donde la Modernidad pudo alcanzar su realización apoteósica; que es por lo que también la decadencia de esta época es o sería más agónica, como una transición a un estado completamente nuevo pero no menos peligroso por ello. En definitiva, este carácter reaccionario que representa la virulencia política de Trump es el de toda revolución; que lejos de ser una progresión lineal es más bien una contracción, con la que se trata de renovar los pactos fundacionales, supuestamente corrompidos por la administración institucional. 
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Al respecto, esta reacción es una salvaguarda válida contra el peligro del corporativismo gubernamental; que es a lo que se opone con el suyo propio como de individualidades concretas, en la misma tensión que siempre existió entre los gobiernos centrales y las aristocracias rurales; representadas en este caso por esas élites financieras que presionan sobre la estructura política, desde las corporaciones como grupos de interés con un poder efectivo que ponen en juego. La circunstancia, que apunta a una crisis novísima del capitalismo, es extremadamente singular, porque la tensión es crítica y máxima; hasta el punto de que no está claro quién o como va a prevalecer en esa contienda que se avecina en el 2016, aunque sólo sea como un condicionamiento de ese proceso natural de socialización de la estructura política.

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