Por Ignacio T. Granados Herrera
Sólo los tontos buscan trascender
y se gastan en gestos grandilocuentes, los listos saben que basta tocar el piso
para levantarse; es decir, que no hay que tener un gran gesto sino uno nimio,
que será el que te haga perdurar; porque el otro, el gran gesto, desaparece de
la memoria cuando se gasta. Eso es aplicable también a la política, donde los
analistas se desgastan mirando los grandes fenómenos de la política internacional,
para ser sorprendidos por la emergencia de lo inesperado; porque el secreto está
en la micro política, que es la que marca las tendencias reales y no la pretensión
absurda. Es en ese sentido que cabe un elogio de la reciente toma de posesión
de Carlos Cabrera Pérez como alcalde de Aldeacentenera; una población tan
pequeña en el mapa peninsular que es en realidad un laboratorio en el que se
explicarán las grandes sorpresas de la política española, porque marca una
tendencia.
No se trata sólo del programa de
gobierno, que ya es promisorio de por sí, sino de lo que refleja; ese buen
juicio de atenerse a un marco de socialización progresiva, sin dejarse
secuestrar por el extremismo de las izquierdas pero tampoco por la hipocresía
del falso conservadurismo. Al fin y al cabo, muy al margen de Confucio Santo
Tomás comprendió que la virtud era la mesura del camino medio; y lo mismo puede
decirse a la inversa, que al margen de Santo Tomás Confucio comprendió que la serenidad
es la madre de toda virtud. Ambos eran realistas, el santón del catolicismo de
forma militante por demás, a contrapelo del extremismo de su propia tradición;
hasta el punto de que hubo de salir de su contexto católico y hurgar entre los
árabes para encontrar esa satisfacción del realismo, sin abandonar su propia
vocación de fe. Algo como ese drama de Santo Tomás sería lo que ha pasado en
Aldeacentenera, cuando eligió a Carlos Cabrera Pérez como su alcalde; un hombre
que viene de otros mundos y con otras experiencias a reconocerse en una
tradición que le pertenece pero a la que llega ya maduro, como a punto de
caramelo para servirse en la política.
Foto de Frank Coutts |
Habrá que recordar también que el
sentido de toda revolución, como subversión del orden, es retornar a los pactos
originales; que se habrían corrompido inevitablemente en la progresiva
institucionalización, por la serie de convenciones a las que se presta. También
que una revolución no es necesariamente el proceso sangriento a que los
compulsan los extremistas, de los que siempre habrá que desconfiar; sino el
pulso firme de quien quiere retornar a aquellos pactos primeros, para ni
siquiera perder tiempo en tratar de recuperar lo irrecuperable. Esa es la
confianza que inspira un lema como el que esgrime este alcalde, que se proclama
a favor de todos y en contra de nadie; como un principio suficiente para toda
conciliación, que sin embargo deja bien claro qué es lo que se busca con el
consenso. Carlos Cabrera Pérez ha hecho gala de un gran carisma y ese sentido
del goce que sólo se conoce en el lugar del que proviene, siquiera como
ansiedad por la carencia; pero por eso mismo es probable que le haya sido más
fácil tomar el rumbo y atreverse en un proyecto que además requiere la mesura y
la sabiduría de un santón católico y un chino burlón. Puro criollismo, sabroso
pero sin bufo, lo mejor de lo mejor que le ha llovido a ese pueblo de Dios.
No comments:
Post a Comment