Wednesday, June 17, 2015

Un voto por Aldeacentenera


Por Ignacio T. Granados Herrera
Sólo los tontos buscan trascender y se gastan en gestos grandilocuentes, los listos saben que basta tocar el piso para levantarse; es decir, que no hay que tener un gran gesto sino uno nimio, que será el que te haga perdurar; porque el otro, el gran gesto, desaparece de la memoria cuando se gasta. Eso es aplicable también a la política, donde los analistas se desgastan mirando los grandes fenómenos de la política internacional, para ser sorprendidos por la emergencia de lo inesperado; porque el secreto está en la micro política, que es la que marca las tendencias reales y no la pretensión absurda. Es en ese sentido que cabe un elogio de la reciente toma de posesión de Carlos Cabrera Pérez como alcalde de Aldeacentenera; una población tan pequeña en el mapa peninsular que es en realidad un laboratorio en el que se explicarán las grandes sorpresas de la política española, porque marca una tendencia.

No se trata sólo del programa de gobierno, que ya es promisorio de por sí, sino de lo que refleja; ese buen juicio de atenerse a un marco de socialización progresiva, sin dejarse secuestrar por el extremismo de las izquierdas pero tampoco por la hipocresía del falso conservadurismo. Al fin y al cabo, muy al margen de Confucio Santo Tomás comprendió que la virtud era la mesura del camino medio; y lo mismo puede decirse a la inversa, que al margen de Santo Tomás Confucio comprendió que la serenidad es la madre de toda virtud. Ambos eran realistas, el santón del catolicismo de forma militante por demás, a contrapelo del extremismo de su propia tradición; hasta el punto de que hubo de salir de su contexto católico y hurgar entre los árabes para encontrar esa satisfacción del realismo, sin abandonar su propia vocación de fe. Algo como ese drama de Santo Tomás sería lo que ha pasado en Aldeacentenera, cuando eligió a Carlos Cabrera Pérez como su alcalde; un hombre que viene de otros mundos y con otras experiencias a reconocerse en una tradición que le pertenece pero a la que llega ya maduro, como a punto de caramelo para servirse en la política.


Foto de Frank Coutts
Habrá que recordar también que el sentido de toda revolución, como subversión del orden, es retornar a los pactos originales; que se habrían corrompido inevitablemente en la progresiva institucionalización, por la serie de convenciones a las que se presta. También que una revolución no es necesariamente el proceso sangriento a que los compulsan los extremistas, de los que siempre habrá que desconfiar; sino el pulso firme de quien quiere retornar a aquellos pactos primeros, para ni siquiera perder tiempo en tratar de recuperar lo irrecuperable. Esa es la confianza que inspira un lema como el que esgrime este alcalde, que se proclama a favor de todos y en contra de nadie; como un principio suficiente para toda conciliación, que sin embargo deja bien claro qué es lo que se busca con el consenso. Carlos Cabrera Pérez ha hecho gala de un gran carisma y ese sentido del goce que sólo se conoce en el lugar del que proviene, siquiera como ansiedad por la carencia; pero por eso mismo es probable que le haya sido más fácil tomar el rumbo y atreverse en un proyecto que además requiere la mesura y la sabiduría de un santón católico y un chino burlón. Puro criollismo, sabroso pero sin bufo, lo mejor de lo mejor que le ha llovido a ese pueblo de Dios.

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