Por Ignacio T. Granados Herrera
La singular circunstancia que
está viviendo los Estados Unidos pareciera especialmente creada para nosotros
los cubanos; pues nos daría la posibilidad de contrastar nuestra propia proyección
política a nivel individual como nunca antes, a la vez que madurar en ese
sentido. Primero aclarar esto, pues en principio el mero ejercicio de la
política en los Estados Unidos pareciera ser así de individual; pero no es así
al menos en el caso de los cubanos, que solemos repetir en Estados Unidos el
patrón de lealtades desarrollado en Cuba. Eso explica que aunque declinante,
todavía la preferencia política de los cubanos es notablemente republicana; en
un sesgo que evidentemente tiene que ver más con la cultura política que con la
racionalidad del ejercicio político. Es a eso a lo que se refiere la primera línea,
con la oportunidad de crecer en un individualismo sano; si en definitiva ya el
individualismo insano viene con esa cultura política que nos liga
instintivamente a un esquema ideológico dado, cualquiera que este sea.
La inconsistencia de esta
preferencia ideológica hablaría de un principio conservador en esa cultura
política de la tradición cubana; sólo que en el actual partido republicano de
los Estados Unidos no existe tal conservadurismo, sino una élite que aviva la
retórica conservadora con ostentosa hipocresía. Es cierto que lo mismo puede
decirse de la retórica seudo liberal del partido demócrata, pero al menos este
partido está dirigido a la conservación de los planes de asistencia social; de
los que depende la clase media en la precaria situación en que la ha dejado la
progresiva desregulación del mercado y la política de tratados comerciales que
ha primado en la economía norteamericana. La hipocresía demócrata es tan
ostentosa como la republicana, desde que esa desregulación e implementación de
los tratados de comercio internacional son mayormente obra de presidentes
demócratas; desde el Bill Clinton que escondió su política en la prosperidad de
un neo liberalismo floreciente, que aún no había secuestrado a la economía en
manos de las élites corporativas; y hasta un Barack Obama que utiliza todo su
capital político en pagar a estas mismas élites por haberle dejado ser el
primer presidente negro de la nación, como es evidente con su estrategia para el
tratado del transpacífico al final de su último mandato.
La diferencia sigue siendo
operacional, con un partido demócrata mayormente volcado a los intereses de la
clase media; no ya en una macro economía evidentemente diseñada por las élites
económicas, pero sí en la sostenibilidad relativa del tejido social. En
contraste, los presidentes republicanos desvalijan el seguro social para pagar
guerras que benefician a los productores de armas, retrasan la edad de retiro, aumentan los déficits presupuestarios y son
infames en inmigración; mientras su popularidad entre los cubanos pobres se sostiene
en el carisma personal, que hablen español y sus supuestos valores
conservadores, no en las propuestas concretas de gobierno sino en ese supuesto republicanismo. De modo increíble, los cubanos olvidamos que fue por esa
cultura política que Fidel Castro pudo desmantelar económicamente el país; para
lo que siempre acudió a una retórica de falso conservadurismo, que en realidad ensalzaba
el salvajismo nacional y nuestra hipocresía moral.
Entre las cosas que hablarán de
nuestra madurez política como cubanos en este marco electoral, destaca
especialmente nuestra relación individual con conceptos como el de revolución;
que lejos de basarse en un esquema de política socialista, en realidad es un
fenómeno del más puro conservadurismo, incluso en términos de moral; como un
proceso por el que se rehace el contrato social una vez corrompido por el
elitismo inevitable de su desarrollo institucional, independiente del cariz del
partido que lo haga. Estados Unidos exige su propia revolución política, y esta
no pasa por la imposible moralidad de una clase que depende de la
corruptibilidad del poder; sino que pasa por el ejercicio responsable de los
derechos políticos, como la racionalidad de nuestras opciones prácticas, basadas
en propuestas concretas y no en el ascendiente personal; que al fin y al cabo
ningún político es amigo ni representante real de nadie más que de sí mismo, que
es por lo que su relación con el votante es contractual y no debiera incluir
emocionalismo alguno.
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Quizás en momentos menos críticos
de los Estados Unidos, los cubanos pudimos darnos ese lujo de la
irresponsabilidad política; o al menos el de mantener una lealtad basada en
otras prioridades, como la eterna promesa norteamericana de oposición
sistemática al régimen cubano. El incumplimiento también sistemático de esa promesa
debería ser suficiente para reevaluar esa lealtad, que es obviamente de un
solo lado; la prisa con que ambos partidos se han dado a la normalización de
las relaciones binacionales debería ser otro factor en este sentido, pero
ninguno de los dos ha sido suficiente. No obstante, la misma circunstancia de
estos cubanos pobres dentro de los Estados Unidos debería ser el factor
desencadenante en este sentido; aunque la clara división ideológica dentro de
los mismos norteamericanos no aliente muchas esperanzas, identificándolos como
republicanos en la misma proporción de su pobreza y dependencia del gobierno.
Lo cierto es que el tejido económico de la sociedad norteamericana es cada vez
más débil, con una clase media cada vez más depauperada; hasta el punto de que
otra administración republicana lo que haría hoy por hoy sería terminar de desmantelar
los pocos puntos de apoyo que la sostienen, muy a pesar de los dos períodos
consecutivos de Barack Obama, que han sido de abierta recuperación.
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Así fueron de desastrosos los dos
períodos consecutivos de Jorge W. Busch, que financió su guerra personal contra
Irak tomando dinero del Seguro Social mientras acrecentaba las exenciones impositivas
para las grandes corporaciones; que en un marco desregulado como el del Tratado
de las américas, se dedicó a exportar los puestos de trabajo populares a
mercados más baratos, en la fórmula perfecta para esta depauperación progresiva
como la nueva normalidad. Que los cubanos pobres aún reaccionen con entusiasmo
ante un republicanismo de este corte es alarmante, aunque el momento es también
el más propicio para que desarrollen esta madurez necesaria del pragmatismo
político; que de no desarrollarlo va a resultarles especialmente costoso, en un
horizonte en el que además van a ir perdiendo los privilegios migratorios a
manos de los mismos políticos que idolatran. Al respecto también podría
recordárseles a los cubanos que hasta hoy han disfrutado de esos privilegios
migratorios, cómo la insolidaridad los ha marginado de los otros grupos de migrantes;
soberbia que se volverá contra ellos mismos cuando pierdan todos estos
privilegios, no más dejen de dar dividendos políticos por su irrelevancia en el
nuevo status de las relaciones bilaterales con Cuba, que no son un asunto demócrata sino de productores y firmas crediticias norteamericanas.
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