Sunday, June 21, 2015

Política norteamericana para dummies cubanos

Por Ignacio T. Granados Herrera
La singular circunstancia que está viviendo los Estados Unidos pareciera especialmente creada para nosotros los cubanos; pues nos daría la posibilidad de contrastar nuestra propia proyección política a nivel individual como nunca antes, a la vez que madurar en ese sentido. Primero aclarar esto, pues en principio el mero ejercicio de la política en los Estados Unidos pareciera ser así de individual; pero no es así al menos en el caso de los cubanos, que solemos repetir en Estados Unidos el patrón de lealtades desarrollado en Cuba. Eso explica que aunque declinante, todavía la preferencia política de los cubanos es notablemente republicana; en un sesgo que evidentemente tiene que ver más con la cultura política que con la racionalidad del ejercicio político. Es a eso a lo que se refiere la primera línea, con la oportunidad de crecer en un individualismo sano; si en definitiva ya el individualismo insano viene con esa cultura política que nos liga instintivamente a un esquema ideológico dado, cualquiera que este sea.

La inconsistencia de esta preferencia ideológica hablaría de un principio conservador en esa cultura política de la tradición cubana; sólo que en el actual partido republicano de los Estados Unidos no existe tal conservadurismo, sino una élite que aviva la retórica conservadora con ostentosa hipocresía. Es cierto que lo mismo puede decirse de la retórica seudo liberal del partido demócrata, pero al menos este partido está dirigido a la conservación de los planes de asistencia social; de los que depende la clase media en la precaria situación en que la ha dejado la progresiva desregulación del mercado y la política de tratados comerciales que ha primado en la economía norteamericana. La hipocresía demócrata es tan ostentosa como la republicana, desde que esa desregulación e implementación de los tratados de comercio internacional son mayormente obra de presidentes demócratas; desde el Bill Clinton que escondió su política en la prosperidad de un neo liberalismo floreciente, que aún no había secuestrado a la economía en manos de las élites corporativas; y hasta un Barack Obama que utiliza todo su capital político en pagar a estas mismas élites por haberle dejado ser el primer presidente negro de la nación, como es evidente con su estrategia para el tratado del transpacífico al final de su último mandato.

La diferencia sigue siendo operacional, con un partido demócrata mayormente volcado a los intereses de la clase media; no ya en una macro economía evidentemente diseñada por las élites económicas, pero sí en la sostenibilidad relativa del tejido social. En contraste, los presidentes republicanos desvalijan el seguro social para pagar guerras que benefician a los productores de armas, retrasan la edad de retiro, aumentan los déficits presupuestarios y son infames en inmigración; mientras su popularidad entre los cubanos pobres se sostiene en el carisma personal, que hablen español y sus supuestos valores conservadores, no en las propuestas concretas de gobierno sino en ese supuesto republicanismo. De modo increíble, los cubanos olvidamos que fue por esa cultura política que Fidel Castro pudo desmantelar económicamente el país; para lo que siempre acudió a una retórica de falso conservadurismo, que en realidad ensalzaba el salvajismo nacional y nuestra hipocresía moral.

Entre las cosas que hablarán de nuestra madurez política como cubanos en este marco electoral, destaca especialmente nuestra relación individual con conceptos como el de revolución; que lejos de basarse en un esquema de política socialista, en realidad es un fenómeno del más puro conservadurismo, incluso en términos de moral; como un proceso por el que se rehace el contrato social una vez corrompido por el elitismo inevitable de su desarrollo institucional, independiente del cariz del partido que lo haga. Estados Unidos exige su propia revolución política, y esta no pasa por la imposible moralidad de una clase que depende de la corruptibilidad del poder; sino que pasa por el ejercicio responsable de los derechos políticos, como la racionalidad de nuestras opciones prácticas, basadas en propuestas concretas y no en el ascendiente personal; que al fin y al cabo ningún político es amigo ni representante real de nadie más que de sí mismo, que es por lo que su relación con el votante es contractual y no debiera incluir emocionalismo alguno.

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Quizás en momentos menos críticos de los Estados Unidos, los cubanos pudimos darnos ese lujo de la irresponsabilidad política; o al menos el de mantener una lealtad basada en otras prioridades, como la eterna promesa norteamericana de oposición sistemática al régimen cubano. El incumplimiento también sistemático de esa promesa debería ser suficiente para reevaluar esa lealtad, que es obviamente de un solo lado; la prisa con que ambos partidos se han dado a la normalización de las relaciones binacionales debería ser otro factor en este sentido, pero ninguno de los dos ha sido suficiente. No obstante, la misma circunstancia de estos cubanos pobres dentro de los Estados Unidos debería ser el factor desencadenante en este sentido; aunque la clara división ideológica dentro de los mismos norteamericanos no aliente muchas esperanzas, identificándolos como republicanos en la misma proporción de su pobreza y dependencia del gobierno. Lo cierto es que el tejido económico de la sociedad norteamericana es cada vez más débil, con una clase media cada vez más depauperada; hasta el punto de que otra administración republicana lo que haría hoy por hoy sería terminar de desmantelar los pocos puntos de apoyo que la sostienen, muy a pesar de los dos períodos consecutivos de Barack Obama, que han sido de abierta recuperación.

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Así fueron de desastrosos los dos períodos consecutivos de Jorge W. Busch, que financió su guerra personal contra Irak tomando dinero del Seguro Social mientras acrecentaba las exenciones impositivas para las grandes corporaciones; que en un marco desregulado como el del Tratado de las américas, se dedicó a exportar los puestos de trabajo populares a mercados más baratos, en la fórmula perfecta para esta depauperación progresiva como la nueva normalidad. Que los cubanos pobres aún reaccionen con entusiasmo ante un republicanismo de este corte es alarmante, aunque el momento es también el más propicio para que desarrollen esta madurez necesaria del pragmatismo político; que de no desarrollarlo va a resultarles especialmente costoso, en un horizonte en el que además van a ir perdiendo los privilegios migratorios a manos de los mismos políticos que idolatran. Al respecto también podría recordárseles a los cubanos que hasta hoy han disfrutado de esos privilegios migratorios, cómo la insolidaridad los ha marginado de los otros grupos de migrantes; soberbia que se volverá contra ellos mismos cuando pierdan todos estos privilegios, no más dejen de dar dividendos políticos por su irrelevancia en el nuevo status de las relaciones bilaterales con Cuba, que no son un asunto demócrata sino de productores y firmas crediticias norteamericanas.

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