Por Ignacio T. Granados Herrera
Cualquier análisis más o menos
racional es económicamente favorable a las políticas neoliberales; sólo que por
su propia condición formal esta racionalidad es aparente, derivando con
facilidad a la falacia y el sofisma. En este caso, esos análisis obviarán el
hecho de que la realidad no es únicamente económica, incluso si su fundamento
sí es efectivamente económico; y aún esta condición fundamentalmente económica
suya es más sutil y compleja que la simple operación de suma y resta a que se
la reduce. Primero, la economía será una de las determinaciones de toda
realidad —incluida la cultura— pero no la única; ya que es sólo el principio de
racionalidad con que se relacionan los elementos funcionales de una estructura
dada; sin que esta relación los afecte en esa funcionalidad con que participan
de esa estructura, que de otra forma los excluiría de sí. Visto eso, el
comportamiento económico consiste en la relación de una serie de dinámicas, al
determinarse entre sí mismas; con resultados muy aleatorios a la vez, dado el
cambiante clima en que confluyen sus variables.
Así, en matemáticas una suma es la
distribución de las cantidades que la componen, y ofrece siempre el mismo
resultado; usted puede restar dos a doce, sumar cuatro a seis, cinco a cinco o
restar quince a veinticinco, su resultado invariable será diez. Pero en
economía, y por ende en modelos políticos y en relaciones de producción, un
mismo factor es siempre cambiante y con características propias y únicas; un
jefe, por ejemplo, es más o menos inteligente en cada caso, y de hecho es más
inteligente para unas cosas que para otras; y un subordinado también, igual que
un conjunto de subordinados —que siempre es único y peculiar—, y también lo es
la relación que tienen entre sí todos ellos. Ese mismo espectro móvil
proyectado sobre el conjunto de la sociedad es la descripción más adecuada de
las relaciones de producción en la misma; que es lo que lo hace básicamente
incomprensible, en el mismo sentido en que la suma de todos los números es
inconmensurable.
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Eso no quiere decir que dicho
proceso productivo no sea comprensible de hecho sino sólo básicamente; igual
que las matemáticas pueden explicar el conjunto inconmensurable de los números,
excepto su elusiva suma. Ese es el problema con las teorías económicas,
ocupándose de un fenómeno igual de desmesurado pero menos previsible que las
matemáticas; y de ahí que a diferencia de las matemáticas, las teorías
económicas deban contar con la flexibilidad que les permita una mejor
comprensión de la realidad. De hecho, incluso las matemáticas cuentan con
factores aleatorios y condicionantes, como la exponencialidad y el logaritmo;
que introduciendo la excepción en la operación lineal, ofrece un rango más
amplio de resultados. De hecho también, y en tanto proyección formal, el
pensamiento humano respondería a esta misma dinámica de los modelos
matemáticos; realizándose como las ecuaciones, de primer, segundo o tercer
grado —habría más—, acrecentando en ello el nivel de excepcionalidad del
fenómeno concreto que describe.
Eso implicaría que de algún modo,
incluso las teorías económicas gozarían de esa flexibilidad de los principios
matemáticos; pero sólo en cuanto dichas teorías no se sujeten a un valor
ideológico, que como un orden dado sustraiga la ecuación de su propia
excepcionalidad. Ese sería entonces el problema con las teorías económicas, que
en vez de limitarse a explicar la economía pretenden hacerlo en función
ideológica; es decir, como justificación trascendente de un modelo político ya
establecido, como la regla que no acepta la excepción logarítmica o exponencial
de la realidad. De ahí errores como el de la linealidad ideológica del llamado
socialismo real o el ya decadente neoliberalismo; que no cuentan con la
excepción exponencial de la voluntad y el ego, en tanto elementos que inciden
en ese orden natural de la economía como ecuación; que así no es nunca de
primer grado, sumando innúmeras condicionantes con cada uno de sus elementos.
Igual pasaría con la propuesta del llamado anarco capitalismo, que se reduce a
una utopía imposible y cruel por su abstraccionismo; como mismo ocurriera con
la República platónica en cada uno de los casos en que se materializó, desde el
socialismo literario de Tomás Moro a La
ciudad de Dios de Agustín de Tagaste; y por supuesto, no sólo el llamado
socialismo real que reproducía al literario de Moro, sino también el paraíso
neoliberal que propició la elefantiasis de las mega corporaciones.
Finalmente, como coda a los modelos
políticos, habría que reconocer que estos —como el pensamiento y las
matemáticas— tienen una condición formal; pero que siempre consisten en el
mismo fenómeno, realizándose en unas relaciones de producción, dirigidas a la producción
y distribución de capital. Por eso, todo modelo político es siempre
capitalista, y una contraposición entre diversos modelos suyos es siempre
falsa; diferenciándose sólo en la prioridad que da a sus aspectos, pero siempre
en función del mismo objeto, que es el capital. Así, el llamado socialismo
pretenderá priorizar las relaciones sociales como aspecto específico de esas
relaciones de producción; pero incluso su variante más radical no es el
supuesto comunismo —ni siquiera en la teoría original del Marxismo—, ya que
esta es sólo la condición general del modelo, pero no el modelo mismo.
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De ahí la contradicción que lo
corrompiera intrínsecamente, al resolverse en un corporativismo, que en
realidad era una contracción al vasallaje de una burocracia política; igual que
su contradicción directa por el llamado neoliberalismo, devenido en el mismo
crecimiento exponencial de una burocracia administrativa, y con ello el
desarrollo del vasallaje político como relaciones de producción; que
conduciendo a una contracción económica de la sociedad, debe camuflarse como
individualista, en esa otra distorsión política del llamado anarco capitalismo;
como oposición a la tendencia natural al socialismo, que se debe al crecimiento
necesario de las regulaciones del estado; en una paradójica reproducción de las
mismas contradicciones del socialismo original, siempre debido a la
manipulación excesiva del mercado por el poder corporativo. La gran
contradicción de esta última variante, radica en que es una apuesta contra el
estado como máxima organización burocrática; que sin embargo es la única
salvaguarda del individuo ante los abusos de las corporaciones, como única
forma de aliviar la confrontación última de la lucha de clases, agravada por
ese crecimiento desproporcionado de las corporaciones.
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