Por Ignacio T. Granados Herrera
La ataraxia será la diferencia que indique una
mayor madurez en la ética de Epicuro respecto a la de Aristóteles; si bien la
de Aristóteles marca el hito sobre la que puede desarrollarse la epicúrea, como
su máxima y mejor organización. El concepto de Ataraxia como fin ético es
anterior incluso a Aristóteles, siendo desarrollado por los cirenaicos como
escuela menor de los socráticos; pero como una mera intuición a la que conduce
ese razonamiento socrático, que es la apoteosis misma de un primer desarrollo
de la filosofía. Como una intuición al
fin, su valor es sobre todo moral y trascendente, no práctico ni racional; no importa
si los que la postulan se definen a sí mismos como amorales, en su
suprematismo. Respecto a ellos, Aristóteles significa una postulación positiva que
modera ese suprematismo; pero como una derivación desde el idealismo platónico,
que así introduce los problemas de una racionalización práctica. La
peculiaridad es que la preocupación aristotélica no es la ética sino la lógica
como parámetro de racionalidad; lo que, si bien crítico, ya es un avance
respecto al idealismo platónico, que se dirige al ajuste epistemológico; con el
establecimiento de una cosmología ya puramente realista, que así produce esa
madurez del concepto original.
No sólo eso, junto a la de la ataraxia se
rescata la intuición del atomismo, a partir de una mejor comprensión de la
física; que si bien excesiva en su oposición a la matemática, es también una
corrección legítima y pertinente. Después de todo, el desarrollo de la
matemática es un fenómeno puramente pitagórico, que en ese momento es de
naturaleza y función neo religiosa; y ya desde Aristóteles, la filosofía tiene
un interés políticamente secularista y popular, no por gusto contrario al
oligarquismo platónico. Esto se vería en la naturaleza más práctica de la
física respecto a la de la matemática, que es más bien teórica; siquiera como
principio, que regresa la filosofía al objeto original de los fisiologistas en
la naturaleza externa de la realidad (phisis) y no su estructura o determinación
interna (hipóstasis). De ese modo, la ataraxia es un fin de valor no
moral sino práctico, que se centra en la naturaleza misma del Ser; a diferencia
de la tradición platónica, que fija ya una norma no sujeta a esta naturaleza,
en su interés político; y a diferencia también de la tradición aristotélica,
aunque sea en su mayor madurez y sentido práctico.
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Es interesante este
desarrollo desde la intuición de los cirenaicos a la madurez del concepto epicúreo;
porque incluso establece no sólo la validez de esa intuición como principio,
sino también la del ascendiente socrático; que se presta a cuestión a partir de
su justificación del idealismo platónico, siquiera porque es este el que lo
rescata en su propia elaboración. Al final entonces, la grosería de los cínicos
es paradójicamente válida, porque apunta al sin sentido del convencionalismo
platónico; que no duda en un uso perverso de la religión como instrumento
político, que ya pervertirá toda la organización existencial de la cultura. La
escena de la humillación de Alejandro será así paradigmática en el desdén de Diógenes,
por sobre el escándalo de la Hélade; porque no importa la tutoría del mismísimo
Aristóteles, la sombra que tapaba el sol era la soberbia de un niño que no
podía escapar de los muslos de su amante, no importa que hiciera temblar al
mundo
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