Monday, October 12, 2015

Vértigo, la condición especular de Norteamérica en Occidente

Por Ignacio T. Granados Herrera
Hay una extraña fuerza que marca a lo norteamericano como una cultura dramática, más allá de sus caracteres más permanentes; y esta es el vértigo de sus propias contradicciones, no más letales que las del resto de Occidente pero sí más concentradas y recurrentes. Sería esa recurrencia la que haga más visibles estas contradicciones de lo norteamericano que en el resto del mundo; su explicación sin embargo podría también explicar ese resto del mundo al que sólo refleja, puede que como su producto más excelente. Al fin y al cabo, el vértigo de lo norteamericano se debería a su propio carácter conclusivo más que inaugural; como el vórtice de los remolinos, que sólo apresura lo que de hecho ya ocurre, y se determinó aún más atrás en el tiempo y el espacio como relación de lo histórico. Entre las características más permanentes de lo norteamericano se podrían resumir el pintoresquismo folklórico de sus celebraciones; como esa de la austeridad ya olvidada de la de Acción de gracias, o excesos que revientan el puritanismo tradicional, como el Mardi Grass; todas ya convenientemente descaracterizadas por el mercantilismo, que todo lo redefine en el valor más efectivamente moderno de su inmanentismo puro, y que ya es un trascendental. 

Menos pintoresco pero con valor no menos antropológico, estaría ese carácter intrínsecamente popular de su estructura política;  que aunque no puede negarse a generar sus propias élites, las marca sin embargo con esa vulgaridad del mimetismo kitsch de los advenedizos. Eso es importante, y junto al individualismo feroz, se manifestaría en el gusto por las armas, el pensamiento primario que da por racional y la adoración de la propiedad; hasta el punto de hacer de esta un culto, sin fijarse en que se trata de un fetiche —como los otros dos— montado por esa misma naturaleza mercantil de lo moderno; en la que se realizaría pero sin que sea su propio Ser en sí, porque el Ser de las cosas no se definiría por la suma pasiva de sus partes, como una antropología. Hablar del Ser en sí de lo norteamericano es por e4so un esfuerzo que excede la datificación antropológica, porque se trata de una ontología; que atiende no sólo a lo que conforma  al carácter en su trascendencia, sino a su organización singular, como su inmanencia. Es ahí donde resalta esta función conclusiva más que inaugural de lo norteamericano, como el espacio al que efectivamente se expandió el Occidente; y que sólo en principio habría tenido ese carácter fundacional al que se alude con el concepto del éxodo y la hégira, como a la etapa final de la evolución de la cultura y no otro paso en un proceso infinito. 

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Eso rozará los límites dudosamente racionales de la teología, hasta el escándalo de coincidir con el absurdo aparente del metodismo; que sin embargo —como la revolución industrial sobre la que se construyó la economía norteamericana— es inglés, y merecerá por ello algún crédito. El metodismo inglés, que conoció la apoteosis en los Estados Unidos, sería sólo una intuición; dirigida además a la primera y osada conciliación de los imaginarios religioso y antropológico, en una suerte de teoría del diseño inteligente; que más efectiva que el cristianismo científico —tan burdo como su homónimo comunista—, sólo puede ser rechazado por las reducciones del materialismo extremo, que es determinista. Así, Estados Unidos será esa apoteosis de tipo apocalíptico que antecede al Milenio con su irrevocabilidad; explicando este carácter vertiginoso con que Occidente se enfrenta a su propio horror en ese espejo que resulta de su expansión incontrolada por el nuevo mundo; luego de lo cual conocerá como es conocido, en esa belleza por la que trasciende en su Ser inmanente, pero que aún le es desconocida. En este sentido, el horror norteamericano no es peor que el del resto del mundo, sólo —aunque sin dudas— más inmediato; señalarlo desde fuera de Norteamérica es señalarse a sí mismo, si Norteamérica es sólo esa condición especular de Occidente, que aquí puede sin embargo alcanzar la redención.

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