Friday, October 2, 2015

De humanitas, el Cachas o naturaleza y fin de la era moderna.

Por Ignacio T. Granados Herrera
La Modernidad no habría comenzado a gestarse en la plenitud del medioevo, como sugeriría una propuesta dialéctica;  ya que ese inmediatismo evolutivo no tendría en cuenta que toda evolución se da entre dos modelos contrarios, que tienden a la integración en una síntesis. De ese modo, la Modernidad ni siquiera se habría gestado en el tránsito a esa misma Edad Media que le antecede; sino que todo el conjunto de esa era medieval sería el tránsito desde el mismo apogeo antiguo a la inauguración renacentista, con el alto y el bajo medioevo respectivamente. Eso situaría tal génesis en el apogeo de la democracia clásica, como culmen de esa antigüedad; cuando debe superar la extrema dificultad de las oligarquías y el elitismo aristocrático como el comienzo de su propia decadencia; que se materializaría con el imperio romano, justo cuando el modelo dictatorial de Augusto se impone a la república y prepara así esta transición al feudalismo medieval.

No será casual que sea en esta transición que se origine el estudio sistemático de las humanidades;  como estrategia tangencial de los príncipes en su esfuerzo por salir de la tutela religiosa, creando su propia base intelectual. Tampoco que el modelo para ello fuera la tradición académica, establecida por el sublime Platón en la Atenas del dictador Pericles que comenzara esta transición;  como tampoco será casual que el partido de Platón fuera el de la aristocracia, que usaba las herramientas de la democracia para instaurar la dictadura, el modelo que finalmente impondrá Augusto en Roma. De ahí la procedencia común de todos los problemas de la humanidad, que tiene esa naturaleza platónica hasta en la más simple y utilitaria de sus prácticas políticas; como esa del academicismo, que deviene así en una pretensión neo aristocrática, y cuyo resentimiento y frustración se manifestaría en esa ambigüedad tan dictatorial de sus prácticas democráticas. Después de todo, el humanismo occidental sólo consigue implementarse como justificación de su pragmatismo económico; lo que tiene sentido, pero revela esa ambigüedad, por la que siempre habría que desconfiar de todo lo que proviene del sublime maestro, parece que en verdad llamado Aristocles pero conocido como Nalgón o el Cachas por los hastiados atenienses.

Al fin y al cabo, como sus sucesores funcionales San Agustín y Lenin, Platón tiene el valor ideológico de resumir una tradición anterior; aunque eso no es exacto, ya que el verdadero responsable de la contracción filosófica es la tradición sofística; y el que la resume es el pragmático Sócrates, creador de la mayéutica como convención lógica de los principios reflexivos; de modo que Platón todavía retiene el valor positivo de la reinauguración de la práctica, con una síntesis epistemológica como no había ocurrido nunca. Sin embargo, esta reinauguración platónica impone ya la derivación humanista que marcará el carácter de la Modernidad; y que desgraciadamente esquiva el interés científico de los primeros fisiologistas, que se fijaron en la naturaleza externa y no en la hipóstasis de la realidad; por concentrarse en la segunda generación de estos, resuelta en la tensión lógica de Parménides —por el que opta— y Heráclito, a partir de su atracción pitagórica; que bien vista era un retorno incluso radical —por el ascendiente oriental— al trascendentalismo religioso, aunque su antropomorfismo accediera a formas más abstractas.

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Nada de eso deja de ser dialéctico, y en ello de alguna forma inevitable, pero también señala ese origen y naturaleza de los problemas modernos; cuya superación implicaría necesariamente la de ese platonismo, que luego del apogeo práctico del humanismo sólo redundará en vicioso y decadente por su extemporaneidad. Eso quizás explique esta perplejidad con que hoy día los humanistas se enfrentan a su cuestionamiento, como a la amenaza del fin; lo que siendo también de algún modo inevitable sería de suyo relativo como un alcance, ya que la permanencia de lo humano como su objeto impone la de su reflexión;  pero sí avisaría de la proximidad de aquella misma contracción de la sofística con el convenio de una nueva mayéutica, por la que el humanismo se haría más efectivo; perdiendo así esa ambigüedad por la que sólo se presta como manipulación,  en esas mismas mañas de la dictadura respecto a la democracia. El humanismo resurgiría así en la nueva ética de una humanidad madura, que accede al pragmatismo como a su propia plenitud; como esa alternativa de la satisfacción hedónica a la frustración estoica que nos legara el sublime nalgón con la vulgaridad soberbia de su elitismo.

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