Por Ignacio T. Granados Herrera
El problema básico con la primera ley de la
dialéctica leninista sería justo el de la perpetuidad de esa lucha de
contrarios; que no tiene en cuenta que su contradicción no es gratuita, sino
que se debe a una funcionalidad, como el valor que los unifica en su respectiva
complementariedad. Así, a todo lo largo de la historia, la contradicción no
estaría en este enfrentamiento en sí; sino que dicho enfrentamiento surge de
esa función, por la que las clases superiores se sirven de las inferiores; en
tanto el capital como representación del poder (relativo) les permite delegar
en estas sus propias funciones productivas. Eso se habría visto en la sociedad
clásica como primera apoteosis económica desde las sociedades primitivas; que
eran capitalistas, aunque ese capitalismo fuera tan primario que lejos de industrial
era agrario y artesanal, pero igual estructurado en el comercio; y cuyo medio de
producción era el esclavismo, pero como delegación de los ciudadanos libres,
que así podían dedicarse a la política como su actividad más propia. Es decir,
primero, que el desarrollo de la historia no es lineal sino circular como
principio, en tanto se trata de una reproducción mecánica de lo ya dado; sólo
que inmediatamente elevado a una potencia, dada a su vez por el nivel de
desarrollo económico y tecnológico, que permite
una mayor o mejor racionalización del fenómeno político como cultural[1].
De esta exponenciación entonces es que se
entiende el sentido espiral de la dialéctica, como la reproducción final de los
modos de producción; desde el esclavista —que ya incluía el factor
transaccional de la plusvalía— por el capitalista, aunque pasando por la
contracción política de la economía que fue el feudalismo. Esta circularidad de
los desarrollos impedirá necesariamente la formación del imperialismo como un
modo de producción estable; y mucho menos por tanto como fase superior del
capitalismo, al que definiría sólo como una anomalía, proveniente de la
contracción económica del feudalismo. Obviamente, desde su mismo inicio en la agricultura,
la economía tiene un carácter imperialista; pero contrario a lo que sugiere
este carácter económico, este imperialismo respondería más bien a un modo de producción
feudal, por su naturaleza conservadora; visible en su propio desinterés en el
desarrollo tecnológico, así como en su apelación constante a una justificación
trascendente (moral) y no pragmática. Lo que ocurriría es que en tanto
histórico y real, el desarrollo económico sería ambivalente, proyectándose en
un modelo primeramente feudal o capitalista; esto según su dependencia del
dinero como representación convencional del poder, más primario en el modelo
feudal y más sofisticado en el capitalista.
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De ahí entonces la mayor racionalidad del
principio de complementariedad al hablar de la lucha y unidad de los
contrarios; que así se explicaría como la otra tendencia de una clase inferior
a sustituir funcionalmente a su inmediatamente superior, que a su vez trata de
detener o ralentizar este proceso; pero justo como su propia decadencia crítica,
dada por su paulatina irrelevancia política, debido a la emergencia económica
de esas clases inferiores, como consecuencia del desarrollo económico; revertido
en un mayor acceso de esas clases inferiores a los bienes de consumo, y por
ende una mayor capacidad para sustituir a esa clase superior en su función
política. El estrechamiento paulatino de la circularidad de este desarrollo en
espiral, significaría una distensión paulatina de las tensiones propias de esta
contradicción inicial; que siendo de la
forma en que se relacionan las distintas clases entre sí, iría desde un nivel
crítico en sus inicios —marcados por la violencia política[2]—
a esa distensión posterior; como la realización progresiva de esa
complementariedad inicial por la que se relacionaron de forma tan crítica en un
inicio.
Notas:
[1] . Aquí existiría el peligro de la
insuficiencia de la necesidad, como en las demostraciones de Dios por el primer
motor inmóvil; que existe y es inmóvil por necesidad, pero sin que esa
necesidad sea explicada fuera de sí misma, y por ende sea arbitraria. Este
problema sería superado en tanto se comprenda que eso ya dado es la realidad en
sí, y que es su reproducción mecánica o tecnológica (artificial) lo que es la
realidad histórica, con valor estrictamente humano, como naturaleza, en la
cultura, en esta exponenciación suya.
[2] . El tema de la violencia deberá verse en su
propio contexto cultural, como la forma más primitiva de relacionarse del Ser
con su entorno; sea por miedo o por ansia de conquista, incluso si esta
conquista es de la propia libertad, ya que responde al problema de la voluntad,
que no es sólo de existir (sobrevivir) sino de hacerlo del mejor modo posible.
Hay que tener en cuenta entonces que la ética es una reflexión sobre convenciones
necesarias para la coexistencia, y no un comportamiento innato fuera del marco
de la cultura; como una convención que incluso en esa cultura precisará de
tiempo no sólo para mejorar y hacerse más funcional en su racionalización, sino
incluso para ser aceptada en ese valor convencional.
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