Thursday, April 30, 2015

Bernie Sanders en la troika liberal

Por Ignacio T. Granados Herrera
De modo predecible, el senador Bernie Sanders se ha sumado a la carrera por la Casa Blanca; aunque puede que sus ambiciones sean más modestas que la silla presidencial, y más loables también; esto es,   forzar un tipo de debate que comprometa definitivamente a los demócratas en una dirección más populista que el discurso hipócrita de Hillary Clinton. Bernie no es ingenuo, no puede serlo a estas alturas de su ejercicio congresional, y debe conocer sus pocas probabilidades; en proporción inversa a la retórica conservadora de McCain,  como a este lo perdería la ira, a la que son tan renuentes los norteamericanos. De hecho, esta renuencia quizás sea el mejor capital político de un pueblo que tiene que saber que la democracia y su tejido económico son un equilibrio muy precario; y que ante grandes dudas es mejor conservar el statu quo, en vez de comprometer todo lo conseguido —por poco que sea— en proyecciones utópicas. Justo por eso la estrategia recurrente del falso conservadurismo republicano ha sido apelar a una cultura del temor, ante el supuesto aventurerismo del no menos falso liberalismo demócrata; pero en todo caso, se trata del único lugar del mundo en que la política es una convención inamovible, arbitrada por la vigilancia de la prensa tradicional, incluso si comprometida en el mismo juego, o justo por eso mismo.

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El problema es que aún esta modesta pretensión del gran Bernie sería contraproducente, dada su propia radicalidad; que resaltando la doblez de Hillary como un conservadurismo moderado, la haría aún un candidato más que viable ante la realidad de que el país todavía no aguanta otro período republicano. Todo esto parte de la inseguridad sobre una postulación de la demócrata Elizabeth Warren, que en realidad no ha dado indicios claros de que vaya a cambiar su postura; pues está claro que Hillary es la candidata del consenso bipartidista, y es difícil que el país se decida por otro candidato divisivo —como lo es la Warren— luego del trauma de los dos períodos de Obama. Vale aclarar que el problema del divisionismo no es una cuestión moral o de carácter, sino que se refiere a las circunstancias más o menos propicias de los candidatos; que deben proyectarse y trabajar sobre una cultura del consenso para avanzar agendas más o menos definidas, para las que tienen que conseguir apoyos. Si Obama ganó sus dos períodos consecutivos, habría sido porque ofreció mayores posibilidades en este sentido;  y estando claro que el país requería un balance (demócrata) para restaurar la confianza luego de ocho años de desastre de Busch, Hillary probablemente era mucha más divisiva que Obama; o al menos no demostró la creatividad y el atrevimiento del primer negro presidenciable, capaz de saltarse las convenciones con la estrategia híper populista con que consiguió el apoyo de la juventud utilizando las redes sociales, y sin atemorizarse por todo lo que tenía en contra.

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De este modo, es difícil que Bernie consiga incluso forzar un debate que ya está dirigido en esa dirección por la amenaza constante de la Warren;  y lo más probable es que su aporte se reduzca a un poco de color, contraproducente además para cualquier movimiento ulterior de la Warren; que será su discípula pero ha demostrado bastante carácter propio, suficiente como para creer en cualquier movida suya. Lo más probable es que Liz Warren no tenga mayores posibilidades ante Hillary Clinton, ya que ella misma es demasiado radical y más divisiva por tanto que esta; pero no hay que descartar un gesto final, que la endurecería para enfrentar a la Clinton en el 2020, modelándole el discurso y construyendo las alianzas que le garanticen la viabilidad del consenso. Por eso, y a pesar del asco —porque la política es negociación— es preferible la candidatura de Hillary Clinton; bien que de modo condicional, pues la esperanza está en el digno patetismo con que perdería la Warren, garantizando su postulación posterior (2020) mientras se negocia una contención del falso conservadurismo contra la clase media, que es lo que importa. Lo bueno es que al final Liz Warren madurará, comprendiendo que la política no es el desarrollo de unos pet projects but a whole cosmos; and that’s mean que aprenderá que la protección de la clase media de los Estados Unidos necesita el compromiso para influir en la política internacional, aunque para eso deba asistir con amargura a la aprobación por Hillary del Tratado del transpacífico, con las triquiñuelas aprendió de su marido.

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