Friday, April 17, 2015

Heras León en Panamá y la fe poética de Mallarmé

Por Ignacio T. Granados Herrera
Que la imagen sea un reflejo del sujeto —y por ello sin consistencia propia— es una obviedad de la física más elemental, pero aún así es asombroso cómo nos dejamos arropar por la apariencia del misterio; absurdo que se repite cada vez que el ser humano se ve confrontado a ese ritual del comportamiento político, que como todos apela a la catarsis histérica. Todo eso es tan obvio que no debería ser ni tópico en su recurrencia, salvo que la histeria es un estado de semicatalepsia y nos hace perder la perspectiva; que es por lo que no sobra nunca recordar nuestra falencia de publicanos, para no caer en el purismo fariseo. Todo esto viene a propósito del último festival de la política en América Latina, que convocó en Panamá las esperadas romerías de cubanos en contradicción;  con esas complejas coreografías, en que dos bandos simulan estar en contra mientras replican sucesivamente los mismos gestos, acusaciones e insultos. Lo de menos es que la misma comparsa cubana vuelva a arrasar con la atención pública, liderando el carnaval a pesar de su evidente decrepitud; como esas vedettes de la época de oro del cine mexicano, que muestran su increíble vitalidad a pesar de las arrugas y los traspiés, que todos hacen como que no ven.

Comprar en Kindle
Recurrencia al fin y al cabo, ni el festival de las américas ni su decrépita reina de fantasía serían importantes; excepto porque otra vez las sinuosas maniobras de la comparsa han vuelto a provocar la histeria colectiva, y eso siempre es peligroso como secuestro de la razón. Esta otra vez el exilio cubano, debidamente indignado una vez más,  manifiesta su impotencia en el resentimiento; recordando con rencor de esposa maltratada los rostros de los faroleros oficiales, cuya coreografía era empujar a los muñecones del contra oficialismo contra las gradas. Eso es también tan recurrente que debería figurar en un manual de sistemas naturales, salvo que esta vez incluía una figura singular; la de una sociedad civil, en la que peones de ambos bandos se acusaban estentóreamente de lo mismo, que en efecto hacían. Esto no es para una burla cruel y cínica sino para una reflexión sensible, provocada por esa debilidad de un estamento intelectual secuestrado por la vulgaridad del oficialismo; en una cobardía de la que no hay que excusar a los alabarderos, que hasta se jactan de su patético acceso a cargos de poder con evidente manipulación hasta de sí mismos; pero de la que sí hay que excluir a las víctimas de siempre, que para mayor frustración serán también víctimas de ambos bandos, obligados a vestir el traje de rumberos.

Comprar en Kindle
La mayor muestra de inmadurez del exilio cubano es la manera en que siempre baila al ritmo de las pailas oficiales; que sería lo que demuestre que todo es sólo una coreografía de la que ambas partes son culpables, no importa la causa inicial. Eso es lo que hace indignante la acusación Indiscriminada contra todos los que participan del lado oficial, sin atender a circunstancias particulares; como esa del chino Eduardo Eras León—por ejemplo—, un buen hombre condenado con el reciente premio nacional de literatura, otorgado por el gobierno más mezquino y abusador del mundo. Quien reclame a Heras León haber aceptado el premio es tan abusador como el gobierno que acorrala a sus ciudadanos, además de hipócrita —incluso si inconsciente— en su purismo fariseo; y desconociendo la trágica vida de uno de los primeros defenestrados haría mejor en callarse la boca antes que ensuciarse el índice blandiéndolo contra uno de los hombres más políticamente debilitados de la literatura cubana.

Quien critique tomando por cierta esa masividad carnavalesca de las manifestaciones oficiales de cualquier tipo —no sólo cubanas— es de un simplismo y una ingenuidad a estas alturas culpable; y quien oponga su concepto personal de la dignidad a los trabajos que pasan los cubanos de la isla,  es tan egoísta que no merece ser escuchado, en ese frenesí comparsero con que participa de las maniobras de la pista aún desde las gradas. Claro que como respecto a la vedette, ya la coreografía es demasiado mecánica y el frenesí de la comparsa es fingido; como cuando se va tras bambalinas, se descubre que el rostro perfecto de las bailarinas es un emplasto de polvo y colorete, que los tules están ajados y los trajes remendados. Nunca ha sido más cierto el dicho de la fe poética de Mallarmé,  el que se lo crea está loco y todo depende del pacto de silencio que los hace cómplices; que es por lo que resulta imperdonable la acusación sobre los que simplemente no pueden sobreponerse a su circunstancia, sobre todo si viene de quienes tienen la potestad de no ir al carnaval.
Otros libros en Kindle

No comments:

Post a Comment