Thursday, October 23, 2014

Hedonismo, la ética

1)- Referida necesariamente al placer, cualquier teoría del Hedonismo ha de empezar por conceptualizarlo; es decir, entender sus funciones prácticas y puntuales, así como sus características en general. 

 2)- El Placer en sí sería la medida de satisfacción de las necesidades, indicando con ello una forma de equilibrio; que es en lo que el Hedonismo destaca como la ética más propia de un realismo efectivo, más que el estoicismo tradicional.

 3)- Como ejemplo de lo anterior, puede acudirse a las necesidades básicas de la función biológica; cuya insatisfacción se manifiesta como displacer, igual que su suplemento excesivo. 

4)- Es ahí que el Hedonismo destaca como ética más propia del Realismo, coincidiendo por ejemplo con la ética de Tomás de Aquino; que es de ascendiente aristotélico, en contradicción con la de San Agustín, de ascendiente platónico y de suyo más estoicista. La ética de Aquino, que es el padre del Realismo cristiano, igual que la filosofía religiosa del Budismo, apunta al camino medio; proponiendo dos vicios por cada virtud, en tanto la supresión y el exceso distorsionan el equilibrio necesario.

 5)- El estoicismo es así la ética más propia del Idealismo, en tanto compulsa al Ser a su realización en una idea pre-establecida; incluso si se le trata como ontología, que es lo que explica las contradicciones de la filosofía política, incluida la cristiana.

 6)- El Hedonismo, en cambio, compulsa al Ser a su realización según la satisfacción de sus necesidades puntuales; de ahí, primero, su naturaleza práctica, y su rechazo a toda comprensión no empírica o individual de los problemas del Ser.

 7)- En este sentido, el Hedonismo se reconoce en la Casuística, como tradición del neo-Realismo cristiano con que los jesuitas desarrollaron la tradición aquinista.

 8)- El Hedonismo, entonces, es una ética pero no una política, en tanto la satisfacción de las necesidades puntuales no es programable ni rebasa nunca la esfera individual.

 9)- No obstante, la naturaleza distinta de lo humano [cultural] impone también una diferencia respecto a sus necesidades; al añadir algunas que no por artificiales son menos necesarias, aparte de la otra diferencia entre necesidades aparentes y reales.

10)- Como principio, entonces, las necesidades de orden cultural son también reales en tanto propias de la realidad cultural; pero eso sólo como principio, pues lo cultural es maleable como realidad, dado que obtiene su consistencia [realidad] del Ser que es cultural y lo realiza. Distinto así de la realidad en sí, que es la que otorga consistencia al Ser en que ella misma se realiza.

11)- El Hedonismo entonces, incluso como ética, exige la praxis como previa a su propia conceptualización; que es el único modo en que no se corrompe políticamente con la tradición idealista, como ha ocurrido con los diversos seudo realismos; cuyo valor ha sido únicamente referencial, debido a la supresión histórica de un desarrollo consecuente del Realismo, con el nominalismo implícito en todo acto de conocimiento como abstracción formal.

12)- De ahí que cuestiones acerca de lo propio o impropio de una ética del Hedonismo carezca de sentido; primero, porque el Ser no tiene manera de no ser hedónico; y segundo, porque toda elaboración en este sentido sólo tiende a distorsionar la naturaleza de estas necesidades a satisfacer, y por ende la distinta prioridad en que han de ser satisfechas. 

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13)- De ahí también la impropiedad de toda elaboración política del Hedonismo, que en tanto convenio de coexistencia [poley; ciudad, y por ende colectivo] es una abstracción nominalista, que por tanto desconoce el valor propio de estas necesidades.

14)- Cuando se dice "seudorrealismo", dígase desde el Materialismo Histórico hasta el Neorrealismo cristiano de Maritain; que surgen como crítica objetiva de los excesos [racionalistas] propios del Idealismo, y no como postulaciones propiamente realistas con sentido propio. Esta contradicción del Idealismo es de orden histórico, y proviene de su cariz estoico; que al imponerse como fenómeno político, desde la república platónica al cristianismo agustiniano, consiste en un impedimento moral contra el individualismo.

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