Hay una reticencia científica a confirmar
los presupuestos religiosos tradicionales con los recientes postulados de la física
cuántica; lo que se debe a que aunque aquellos nieguen intuitivamente la
determinación primera de lo real en la materia, su idealismo resulta igualmente
determinista. Es decir, el problema está en la contradicción de materia y
espíritu, como una falsa contradicción, propia de la tradición idealista; que es
donde único se pueden abstraer los fenómenos reales, como propios de una
naturaleza espiritual (idea) o material.
Al respecto, la deficiencia científica sería
la no distinción entre la realidad en cuanto tal (prehistórica) o en cuanto
humana (histórica); como un conflicto aún no solucionado, que permitiría la
comprensión posterior del proceso de determinación de lo real, como el de la
determinación de la substancia en Aristóteles. La realidad prehistórica tendría
un valor propio y objetivo, mientras el de la histórica sería subjetivo; ya que
esta última es la que se conforma en la cultura, como consciencia del Ser sobre
sí, en su relación con el entorno, que es esa realidad prehistórica.
En cambio, el realismo plantea lo real como
una unidad estructural, cuya condición formal proviene de esa misma
estructuralidad; que es de otra forma incomprensible, como el proceso de determinación
de lo real, que es propio de la substancia. El otro error, también histórico,
es la de comprender este proceso como espacio temporal y no propio de la
estructuralidad misma del fenómeno; como una alteridad de valores, en que lo
real es a su vez indeterminado como principio (potencia) y determinado en (acto);
todo como los distintos niveles en que ocurre la realidad, no ya como una extensión
o naturaleza (rex-extensa), sino como una estructura en sí.
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Esta transición no es revolucionaria en
ese sentido político, ya que el desarrollo del realismo era anti institucional;
resolviéndose en contradicción al dogmatismo agustinita, que era el propiamente
institucional, a lo largo de la escolástica. En verdad, la transición salvaría
el escollo del realismo, para las funciones institucionales, con la evolución a
los poderes seculares; que no por gusto ocurren con el reajuste de las estructuras
políticas de la sociedad feudal, en su contracción por el apogeo relativo de la
burguesía.
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