La virulencia de la última cruzada entre árabes y cristianos no debería
torcer las perspectivas, su naturaleza es cultural y no bélica; no importa si
este belicismo es el que marca esta virulencia, con la tensión en que chirrían las
móviles fronteras entre un mundo y otro, a veces superpuestas. La historia es
compleja pero por eso mismo puede explicarlo, y en definitiva el enfrentamiento
tampoco es puro; el lado cristiano sólo tiene de cristiano el origen, que le
determina el perfil pero en modo secundario, porque lo que importa es la
materia misma. Es en ese sentido en que habría que observar la excepcionalidad
que dio al traste con el temprano republicanismo islámico (1031); que marcando
la desintegración del califato de Córdoba, supone la hegemonía del abasí de Bagdad,
apoyado en la autoridad de los ulemas para suplir —con la justificación
trascendente de una teología que se legisla de modo puntual y no sistemático— su
cuestionable legitimidad.
Hay que tener en cuenta que precisamente el origen omeya del califato de
Córdoba se debe al desplazamiento de esta familia de Damasco por la abasí, que
debe elaborar su legitimidad por su lazo de origen —más débil— en la familia
del profeta[i].
Como peculiaridad, el asentamiento islámico en la península ibérica es de corte
progresista y basado en los avances culturales; y aunque la tradición reconoce
el gran peso de la cultura Abasí —más que todo por la visibilidad de Las mil y una noches—, esta cultura no
tenía en Bagdad la organicidad institucional y secularista que tenía en Córdoba.
Como prueba de esto último se vería la política de conversión, muy contrastable
en ambos reinos; mientras en la esfera de Córdoba se desestimulaba la
conversión por las exenciones fiscales que proveía, en Bagdad se estimulaba
para acrecentar la influencia doctrinal, base del poder (religioso) del califa.
Eso sería lo que explique el secularismo seminal del islamismo ibérico,
también comprensible en un marco filosófico marcado por el descubrimiento y estudio
de la tradición aristotélica; que aunque también se encuentra en el califato de
Bagdad, ni es tan fuerte ni cuenta con el estímulo gubernamental; sino que
antes bien cuenta con la desconfianza de las castas religiosas, basadas en ese
suprematismo moral (costumbre) de la autoridad religiosa, no en la discusión
racional. También todo eso explicaría la debacle del mundo musulmán en Córdoba,
aunque esta decadencia demoraría aún a lo largo de varios siglos; desde ese
1031 en que se declara la república de Córdoba y se fundan las taifas, hasta el
1492 en que cae el reino de Granada, último bastión musulmán en occidente.
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Pero en todo caso eso es precisamente lo que explica la naturaleza cultural
del radicalismo contemporáneo del mundo árabe; que contrario al cristiano, no
puso su énfasis en el desarrollo (tecnológico) de la cultura, sino en la conservación
(religiosa) del status quo; distinto también del desarrollo que despuntaba en
córdoba, aunque todavía tan débil que no pudo evitar la fractura política del
califato, sentando un precedente que tendrían muy en cuenta las familias poderosas
del Islán. Aún, quien quiera hacer la apología de occidente por esta
peculiaridad, debe recordar que el secularismo occidental triunfa por el despotismo
temprano de Carlo Magno; quien para distanciarse de la tutela religiosa, impuesta
por Roma como capital del cristianismo, crea y alimenta su propia base
intelectual, que le proveería su propia justificación trascendente; en la misma
religiosidad intelectualista con que la política abasí recurrió a la autoridad de
los ulemas, tan (moralemente) incuestionable como la (racionalista) de los
teóricos.
[i] . La pretensión Abasí al califato se basa en el ascendiente de Abbas ibn Abd, un tío de Mahoma; sería su bisnieto, Muhammad Alí, quien comenzara la campaña familiar por el trono, como oposición. Las familia abasí lograría el acceso al poder en el 750, cuando los últimos omeyas huyen a Al Ándalus, donde fundan el califato de Córdoba.
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