Lo único que hace inaceptable hoy
día una teoría del auto ataque en el atentado de Septiembre del 2001, es la
enormidad del horror; pero quien quiera que haya lidiado con la monstruosidad
de un gobierno —y eso que se ha dado en llamar política real— sabe que eso es possible.
Demostrarlo es otra cosa, pero tampoco se trata de una acusación positiva; es,
en tanto teoría, una postulación negativa, basada en la evidencia que
reblandece la tesis official. También, después de todo, es de sentido común
desconfiar de toda tesis oficial incluso como principio; ya que en el hecho
mismo de ser oficial está destinada a justificar las acciones del gobierno de
que se trate, como la teología en las religiones. Como en ese caso espantoso de
septiembre del 2001, el terror del extremismo islámico ladra en las noches de
Occidente; y el mismo pudor que se niega a que lo del 2001 fuera un auto atentado,
se niega a que este terror sea autoinfligido por ese cinismo atroz de la
llamada política real. Sin embargo, refiriéndose también a una política —presumiblemente
secreta— del gobierno… sería también razonable.
No se trata ya, entonces, de si son los
mismos gobiernos de Occidente los que secuestran y mutilan a los occidentales;
aunque sin descartar esa posibilidad, sin dudas también atroz, hay otras
posibilidades más simples y razonables. Tal es el caso de la
irresponsabilidad con que el diferendo directo de la llamada guerra fría se
resolvía en formas tangenciales; cuando Occidente armaba y apoyaba con toda su
logística las ideologías extremistas que debilitaran en su virulencia el
hegemonismo imperial de Moscú. Hay pistas —quizás falsas— de que el líder del
terrorismo árabe tenia vínculos de negocios con el gonierno norteamericano; pero
eso ni siquiera es necesario, basta aquella irresponsabilidad con que se alentó
el suprematismo religioso contra la occidentalización que promovía Rusia en
Afganistán. Después de eso, el caso del
Califato desarrollado al norte de Irak no es menos sospechoso, aunque sí más
atroz en sus implicaciones; porque aunque esta vez no se tratara de un apoyo
directo a ese extremismo, Se trataría sin embargo de haber carcomido el muro de
contención que lo regulaba. La desaparición de Sadán Hussein del panorama del
Levante es así la perpetuación de una crisis previsible; diz que con la
esperanza de un florecimiento del modelo democrático occidental, en lo que
habría sido una de las propuestas más irracionales y absurdas del mundo; peor
aún que eso, desvela para siempre al fantasma de las mentiras con que se depuso
al tirano. Se alega la supremacía moral, pero esta resulta insostenible ante la
complacencia de Occidente con cualquier tiranía que le garantice sus negocios;
cuya única excepción habría sido el distanciamiento con Mubarack el egipcio,
que daría paso a la primavera árabe, y con ello a una legitimación eventual de
la Hermandad Musulmana.
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Más allá
de todo eso, lo cierto es que la frontera norte de Irak es demasiado
problemática para los Estados Unidos; no es sólo una cuestión económica
(petróleo), aunque esta sea también tagencialmente importante; es que esa
frontera norte participa del conflicto del Kurdistán, que afecta directamente a
Turkía, que es parte de la Unión Europea y la OTAN. El estado islámico del
norte de Irak y el sur de Siria puede servir así como ente regulador de las pretensions
del Kurdistán; una labor de higiene política que corría por cuenta del terrible
Hussein de Bagdag, que ya no trabaja entre nosotros. La alimentación de la
brutalidad del extremismo musulmán por Occidente no es así descabellada, aunque
sólo lo haya sido a corto plazo; pues como siempre, el mal es un monstruo de
mil cabezas, al que le salen dos por cada una que le cortan, que es el descuido
en que se solapa la ambigüedad ética de los gobiernos. No debería asombrar a
nadie que este terror fuera un error de cálculo del gobierno norteamericano; o
peor, una maniobra de sacrificio calculado, que arroje nuevas sombras sobre
aquel septiembre de terror.
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